La isla más desconocida del Mar Menor se abre a las visitas
Un barco con turistas arriba por primera vez a la Mayor, donde el barón de Benifayó cumplió su destierro
Ningún turista había puesto el pie en la isla Mayor hasta ahora. Su propietario, Gonzalo Quijano, quinta generación de dueños de esta isla de ... 90 hectáreas, ha llegado a un acuerdo con la empresa Flippa Boat para permitir visitas por primera vez en la historia al lugar donde cumplió condena de destierro el barón de Benifayó. Solo dos excursiones al mes, de momento, permiten adentrarse en la más desconocida de las cinco islas del Mar Menor, todas ellas espacios naturales protegidos, pero ninguna tan conservada como esta, precisamente por haber estado a salvo del turismo.
Grupos de 40 personas como máximo embarcan en el club náutico de La Isleta, en La Manga. Tras una travesía de 45 minutos, el barco de pasajeros Brisa II arriba en el pequeño muelle de la isla volcánica. Prohibido fumar, comer y gritar. El paseo discurre entre lentiscos, palmitos y esparto, que en ocasiones atraen a botánicos y científicos estudiosos de la flora mediterránea, que en otros entornos costeros se encuentra pisoteada cuando no arrasada. En las dos excursiones realizadas hasta ahora, los visitantes han podido ver muflones, perdices, faisanes y halcones. «Los muflones conservan la vegetación», explica el actual propietario, Gonzalo Quijano, heredero de la saga de los Figueroa, cuyo primer baluarte y adquisidor de la isla fue el conde de Romanones.
Según Quijano, la cetrería se remonta en la isla «a tiempos de Felipe V, el primer Borbón, que estableció la isla como real coto de caza, y después la entregó a la Marina de Guerra de Cartagena para que la cuidara». Se cruzó en la historia un tal Julio Falcó, barón de Benifayó (1834-1899), y su lance en duelo con un cortesano, a quien mató en defensa de María Victoria dan Pozzo della Cisterna, esposa del rey Amadeo de Saboya. Prohibidos como estaban estos retos de justicia privada, el barón fue condenado a destierro en la isla, al más puro estilo napoleónico.
Los visitantes no pueden deambular libremente y van acompañados en todo momento por un guía, el guarda del islote y un miembro de la tripulación
Dos palacetes gemelos
Entre palmitos y olivos silvestres, el barón se enamoró de la Mayor y terminó por convencer en 1870 al monarca para que la Marina de Guerra se la vendiera. Fue entonces cuando encargó dos palacetes gemelos de estilo neomudéjar, uno en San Pedro del Pinatar, que acoge ahora el museo, y otro en la isla. Los diseñó el arquitecto estrella de la época, Lorenzo Álvarez Capra, autor del teatro de los jardines del Buen Retiro. Los visitantes, que ya engrosan una lista de espera para próximas incursiones, pueden ver el palacete desde fuera, igual que la torre chimenea diseñada por Frank Lloyd Wright, quien firmó el museo Guggenheim de Nueva York.
La isla llegó a manos de los Figueroa «por accidente», asegura Quijano. El conde de Romanones tenía intereses en las minas de La Unión y, en uno de sus negocios, compró unas minas que llevaban aparejadas el título de todas las islas del Mar Menor. Álvaro Figueroa cedió La Perdiguera al Ejército para sus prácticas de tiro, aunque en los años setenta los descendientes reclamaron la propiedad, que finalmente vendieron a Tomás Fuertes, presidente de la cárnica murciana ElPozo.
Abejas y leyendas
La propiedad actual defiende la conservación de la isla, que cuenta con colmenas de abejas, aljibes de recogida de lluvia y paneles solares, además de la actividad de caza. El heredero asegura que ha decidido ahora abrir la isla a las visitas turísticas «por responsabilidad social, igual que los jardines y las casas importantes de Francia o Inglaterra se abren en días concretos». Insiste en que «lo más importante es la tranquilidad». Eso sí, los turistas no pueden deambular libremente por el islote. Avanzan con un guía, el guarda de la isla y un miembro de la tripulación. «Ha despertado mucho interés», afirma Manuel Madrid, de la empresa de excursiones marítimas, que también organiza travesías a isla Grosa, Cabo de Palos y Calblanque.
La mismísima Ava Gardner estuvo alojada en la isla Mayor o del Barón y se asomó desde la torre de 25 metros a ver el singular paisaje de la laguna, separada del Mediterráneo por la línea de cemento de La Manga. Ya es posible adentrarse en la isla más misteriosa, cuya privacidad ha alimentado cientos de leyendas entre los pescadores, como la de la mujer de largos cabellos que se veía deambular desnuda por la orilla.
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