«No quiero que a mi hija la mutilen también»
Mambaye sufrió la ablación cuando tenía 11 años. Ahora lucha desde Murcia para erradicar esta práctica
Mambaye Sane tenía 11 años cuando su familia le dijo que ese día irían a «una fiesta» en el campo. Al llegar, empezó a darse cuenta de que no era la clase de fiesta que esperaba. Le vendaron los ojos y, sin más explicaciones, le cercenaron el clítoris. «Había mucha sangre. No utilizaron medicinas, solo hierbas para cubrir la herida y agua hirviendo. Todo sin anestesia; ni un paracetamol», recuerda. Durante dos días, el dolor fue muy intenso. La experiencia había sido traumática, pero a su regreso a casa, la vida siguió su curso. «Me dijeron que de lo que había ocurrido no se podía contar nada, que era un secreto». También era un delito, porque la mutilación genital femenina está prohibida en su país, Senegal, desde 1998. De ahí que la familia quisiera llevarlo con discreción.
La práctica de la ablación ha descendido de forma significativa gracias a la legislación y a las campañas de concienciación de los organismos internacionales y locales. Pero Mambaye es de la etnia dolia, y en su región, Casamance, al sur del país, muchas niñas siguen siendo mutiladas en una clandestinidad que, en realidad, es 'vox populi'. En las pequeñas comunidades locales es algo asumido por todos, un rito que marca el adiós a la infancia. «Te dicen que si no te lo hacen no eres mujer del todo».
Con el tiempo, Mambaye fue tomando conciencia de lo que le había ocurrido. Había sido víctima de una práctica cruel, de una de las formas más aberrantes de violencia de género, con la que se busca eliminar el deseo sexual de la mujer y perpetuar su sometimiento al varón. «No me preguntaron. Si lo hubieran hecho, habría dicho que no», se lamenta.
«Me vendaron los ojos. Había mucha sangre. No me dieron siquiera un paracetamol para el dolor»
Hace diez años, hizo las maletas y se vino para España. Desde entonces vive en Murcia. Aquí preside la Asociación de Mujeres Kasofor (unidad en el dialecto de la etnia dolia), un proyecto con el que trata de contribuir a la erradicación de esta práctica en Senegal y en el resto del África subsahariana. Entre las niñas a las que intenta salvar de la ablación está su propia hija, de 13 años. «Todavía vive en Senegal, he intentado traerla pero no he podido hasta ahora. No tenía suficientes ingresos para el reagrupamiento», se lamenta. Trabajando de camarera, logró una nómina con la que cumplir los requisitos. Pero su marido, del que está divorciada, se niega ahora a firmar el documento necesario para que las autoridades senegalesas autoricen la salida de la pequeña del país. «Estoy esperando a que el juez dictamine, he pedido la custodia», relata. Mientras el tiempo corre, cruza los dedos para que su hija no tenga que pasar por aquella experiencia de dolor y sangre. «No quiero que a ella le pase lo mismo. Está a salvo, con mi madre, pero si va al pueblo de su padre, se lo harán. Así que les he dicho que no vaya, que no la lleven allí».
«Nadie me preguntó. Si lo hubieran hecho, habría dicho que no»
Tres partos complicados
Mambaye tiene tres hijos. Los dos pequeños (una niña y un niño) sí viven en Murcia, donde nacieron. Los tres partos estuvieron rodeados de complicaciones por culpa de la mutilación. «El primero fue por cesárea. Con el segundo hubo que utilizar ventosa, y costó mucho. El último también ha sido muy complicado».
La ablación impide a muchas víctimas llevar algo remotamente parecido a una vida sexual. No solo por la ausencia de placer, sino también porque tener relaciones supone un auténtico calvario rodeado de dolor. Por fortuna, Mambaye sufrió la forma más leve de mutilación, con la resección del clítoris, pero sin afectar a la abertura vaginal y a los labios mayores. «A veces me duele -confiesa- pero no siempre, y también tengo sensibilidad».
Ayer, Mambaye puso voz al Día Internacional de Tolerancia Cero hacia la mutilación genital femenina en un acto celebrado en la sede de la Federación de Asociaciones Africanas de la Región de Murcia (FAAM). Son las mujeres subsaharianas las que han tomado la iniciativa para luchar contra la ablación en colaboración con las consejerías de Salud y Familia. Las asociaciones han puesto en marcha grupos de trabajo para prevenir nuevos casos y para prestar ayuda a las víctimas. «Sufren secuelas toda la vida -señala Elisa Ebesi, secretaria de la FAAM-; cada vez que tienen una relación sexual recuerdan ese día. También cuando paren. Es un dolor que se queda para toda la vida».
Sin un registro regional para prevenir casos
La Comunidad puso en marcha en 2016 un protocolo para mejorar la atención a las víctimas y para prevenir nuevos casos. El mayor riesgo se presenta durante los viajes a los países de origen de niñas provenientes de zonas donde la ablación sigue siendo habitual. Cuando se detectan esas situaciones, los médicos y los servicios de Familia trabajan para concienciar a los padres. Se les pide que se comprometan a que sus hijas no sufrirán mutilación durante el viaje. Si incumplen, se enfrentan incluso a la retirada de la patria potestad. Pero queda mucho por hacer. A diferencia de comunidades como Cataluña y Valencia, las consejerías de Salud y Familia no ofrecen dato alguno sobre el número de víctimas en la Región, ni sobre las niñas en situación de riesgo. No hay estadística porque no existe registro. La enfermera Laura Gombau se dio de bruces con esta realidad cuando realizó su tesis doctoral, centrada en las complicaciones a que se enfrentan estas mujeres durante el parto. «Solo encontramos un caso registrado, de 245 mujeres de países de riesgo que habían dado a luz en La Arrixaca entre 2012 y 2015», señala. Según sus estimaciones, basadas en datos de Unicef, el número aproximado de afectadas en ese grupo de pacientes se situaría en 85. Gombau comprobó, además, que entre las 245 pacientes subsaharianas la tasa de cesáreas y complicaciones fue muy superior a la del resto.