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Pasar el invierno en un pozo
Las organizaciones sociales atienden en la Región a 1.300 personas sin hogar, pero cerca de la mitad no disponen de más dormitorio que un banco en plena calle
Leo es alemán, un hombre alto y corpulento. Pero es prácticamente invisible. Nadie le mira, y eso que está sentado en el suelo. Antes ... se dejaba notar algo más entre el mobiliario y las baldosas grises de la calle Trapería gracias a su viejo e inseparable pastor belga, que llamaba la atención de algún niño al que su madre acudía a 'rescatar'. Pero ahora solo tiene la compañía de un pequeño y destartalado móvil con el que trata de ver un vídeo que no termina muy bien de reproducirse, y no levanta la vista de la pantalla. En eso se parece a todos los transeúntes que pasan por delante de sus narices escribiendo mensajes sobre regalos de Reyes.
Leo es alemán, ya ha pasado los 50 años y a finales del siglo pasado trabajaba en su país como camionero. Tenía casa y coche. Pero, según cuenta él mismo en perfecto castellano, un buen día decidió «cambiar de vida». Regalar todo lo que tenía y vivir en la calle «por elección propia». Para ser más concretos, hoy vive en la calle Trapería, sin número. Un vecino más desde hace años. «¿Frío? En Murcia no hace frío, nunca por debajo de cero. ¡Sí mucha humedad! ¡Es peor el verano!», protesta. Leo lleva un par de jerséis, una manta y un gorro, que es mucho menos que aquel coche, aquel camión y aquella casa. Pero le sigue pareciendo «un buen cambio». Si hay suerte, alguien le traerá hoy un café o un caldo con el que acelerar las noches, que además de húmedas estos días de invierno son especialmente frías, rozando los famosos cero grados en la capital.
Leo parece feliz con su vida, aunque «tiene una historia vital compleja», resume el director general de Cáritas en la Región, Juan Antonio Illán. Algunas personas, como este alemán del centro de Murcia, «rechazan una plaza en los albergues porque a veces los recursos que ofrecemos no son todo lo ideales que deberían ser para que una persona tenga una vida autónoma digna. Las exigencias de los recursos tutelados (normas, horarios...) se hacen difíciles».
Jesús Abandonado reparte en las calles de Murcia sacos de dormir, mantas y hasta calcetines térmicos
Del bar al albergue
Leo se parece muy poco en este aspecto a María –nombre ficticio–, una camarera ecuatoriana embarazada de pocos meses que de la noche a la mañana se vio sin trabajo y en la calle al no poder pagar la habitación compartida donde se había propuesto sacar adelante a su bebé. María no tuvo dudas al verse entre la espada y la pared, que, en este caso, era un techo sobre una cama.
Vivir y dormir en la calle es un auténtico «pozo», define Illán. Un agujero negro que no deja de crecer y del que es muy difícil salir porque, entre otras cosas, «perder el hogar y verte sin nada supone una quiebra vital muy importante», explica. Por si fuera poco, en algunos de estos cataclismos juegan un papel determinante diferentes adicciones, ilustra Briggit Acosta, trabajadora social del Colectivo La Huertecica, que actúa en Murcia y Cartagena.
«Si este problema existe y cada vez es mayor, es porque no tenemos recursos suficientes», zanja Juan Antonio Illán
El problema, «que no ha dejado de crecer en las últimas décadas, incrementándose aún más con la pandemia», sigue existiendo en 2021 porque «no tenemos recursos suficientes», zanja Illán. Cáritas estima que hay unas 1.300 personas sin hogar en la Región, pero solo hay plazas en albergues y viviendas tuteladas para la mitad, cama arriba, cama abajo. Y ahora mismo «solo nos queda alguna plaza de emergencia en Lorca y en alguna otra localidad. Estamos al completo». Aunque todos quisieran dormir bajo techo, no podrían. Los huecos bajo el puente cada vez están más disputados, así que siempre quedará la alternativa del banco en el parque, porque los cajeros de los otros bancos ya están imposibles para echar una simple cabezada.
Voluntarios de varias organizaciones reparten mantas y bebidas calientes estos días de gélido toque de queda. Jesús Abandonado, por ejemplo, ayuda diariamente a 40 personas sin más hogar en Murcia que un buen recoveco callejero. Un equipo trata de garantizar que puedan cubrir necesidades básicas como el descanso, el alimento o el aseo. Con la bajada de las temperaturas, la organización ayuda a combatir el frío con mantas, sacos de dormir y hasta calcetines térmicos.
«Son personas que ejercen la mendicidad y experimentan dificultades extremas para el establecimiento de vínculos o relaciones sociales. Sufren soledad, aislamiento, problemas de salud físicos y psicológicos por los que no siguen un tratamiento en la mayoría de los casos», detalla María Fernández, trabajadora social de Jesús Abandonado.
Un «reto de la sociedad»
En Cartagena, por ejemplo, también se hacen «rastreos extraordinarios» durante la época de frío para detectar posibles situaciones de riesgo extremo, explican fuentes de la Concejalía de Asuntos Sociales. El recorrido con Cruz Roja incluye la calle Jiménez de la Espada, la plaza de España y el entorno de la iglesia de San Diego. Aquí, como en la capital, los confinamientos y los toques de queda han obligado a ampliar algunas plazas. Y que se cumpla (un poco) con la ley. «Plazas siempre insuficientes», lamenta Brigitt Acosta. Ella cree que la solución al problema pasa por que todas estas personas «dejen de ser invisibles». Esto es «un reto de la sociedad».
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