Josefa Ros Velasco: «El aburrimiento siempre será parte de nuestra vida»
«Hemos depositado demasiada responsabilidad en el algoritmo diseñado para no aburrirnos»
Dicen que el filósofo francés René Descartes escribió 'El discurso del método' porque se aburría, y también que Frida Khalo empezó a pintar para salir ... del puro aburrimiento durante su interminable convalecencia tras sufrir un grave accidente de tráfico. La doctora en Filosofía Josefa Ros Velasco (Murcia, 1986) también ha hecho muchísimas cosas para salir del tedio. Desde unirse como bajista a un grupo de heavy metal que por entonces se llamaba Aullido, hasta salirse de esa misma banda -ahora renombrada Rey Lobo- para huir de ese mismo «dolor» que nos produce el aburrimiento, define esta investigadora postdoctoral de la Universidad Complutense, autora del libro 'La enfermedad del aburrimiento' (Alianza Editorial) y presidenta de la Sociedad Internacional de Estudios del Aburrimiento. El año pasado ganó el Premio Nacional para Jóvenes Investigadores, justo después de volver de Harvard, donde profundizó en la historia del aburrimiento como psicopatología. Ahora está especializada en su análisis dentro de la psicogerontología y la geriatría. «Estar aburrido no es lo mismo que estar sin hacer nada», deja claro en charlas y conferencias. «Extinguir el aburrimiento es algo completamente imposible», sentencia.
-'Cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada'. ¿Coincide con la definición que hace la RAE del aburrimiento?
-La definición de la RAE es tremendamente escueta. Definir el aburrimiento es una cuestión bastante complicada para quienes nos dedicamos a estudiarlo. Piense que el aburrimiento es un fenómeno multifactorial. La experiencia del aburrimiento, la estimulación que produce el entorno o una actividad en concreto, depende de muchos factores: genéticos, socioculturales, de ajuste de las expectactivas a lo largo de la vida... Por eso estamos aquí metidos desde filósofos a psicólogos pasando por psiquatras, sociólogos, antropólogos... Esto hace díficil encontrar esa definición exacta. Yo tengo mi propia definición del aburrimiento: una experiencia dolorosa -esto es muy importante porque, si no te causa dolor, será otra cosa-, un estado de displacer que surge cuando el entorno, o una actividad o incluso una relación interpersonal, no nos estimula de acuerdo con nuestras expectativas ni con nuestra necesidad de excitación cortical.
-¿Cómo surge el interés de la investigación científica por un sentimiento como el aburrimiento?
-Tenemos referencias escritas desde los primeros filósofos en la Grecia Antigua. Pero, como tema de investigación científica, empezó a principios del siglo XX, dentro de la psicología laboral y en el entorno del trabajo en las fábricas. Preocupaba mucho que las largas jornadas y las tareas tan repetitivas hicieran que los trabajadores fueran menos productivos y tuvieran más accidentes laborales.
-¿El ser humano se ha aburrido desde siempre?
-Claro. Y también se aburren los animales que tienen un mayor desarrollo cognitivo, como los gatos y los perros. Porque el aburrimiento, tanto para ellos como para los seres humanos, es algo que se experimenta cuando el entorno deja de ser estimulante, cuando ya no representa un reto y no es atractivo. Por eso ves que tu mascota viene a buscarte y te pide que cambies de alguna manera ese entorno, o tu perro te pide que le lances la pelota. Muchos investigadores en el campo de los estudios del aburrimiento han llegado a considerar que el aburrimiento ha tenido un papel muy importante en nuestra evolución como especie.
«El ser humano se ha aburrido siempre, y también algunos animales; por eso tu perro te pide que le lances la pelota»
-¿Los neandertales y los australopithecus, por ejemplo, también se aburrían?
-Estamos hablando desde la antropología filosófica. Cuando hablamos de un sentimiento como el aburrimiento, que no fosiliza, solo podemos hacer hipótesis. Pero sí es cierto que podemos especular con la idea de que, en algún punto de nuestra carrera evolutiva, quizá durante el periodo en el que predomina el 'Homo antecessor', hay una adaptación suficiente al entorno como para que puedan surgir esos momentos de 'esto ya lo he visto; y ahora qué más puedo ver'. Ese aburrimiento que te impulsa a explorar, a introducir un cambio, aunque no necesariamente de forma consciente. Y ese cambio tampoco tiene por qué ser creativo, ni novedoso, ni innovador. Quizá los pasos de nuestros ancestros, en una época en la que estaba todo por hacer, sí se tradujeran en algo nuevo y revolucionario. Ahora es más complicado y ya tenemos muchas estrategias almacenadas en el subconsciente para tirar de ellas y poder huir del aburrimiento.
-Huir, y además sin pensar...
-Claro. Es que nunca hemos tolerado el aburrimiento. Como no toleramos el dolor de cabeza o el dolor de muelas. Parece absurdo que, cuando te duele mucho una muela, te quedes soportando el dolor, lo analices... Lo que haces es buscar rápidamente un paracetamol para aliviar ese dolor.
Tirar del móvil
-¿Llegamos a ser perfectamente conscientes del aburrimiento, y de que estamos tratando de huir?
-No necesariamente. Sentimos el dolor, pero no hacemos ese ejercicio de reflexión para seleccionar una opción o una estrategia para huir de ese aburrimiento. En eso fallamos mucho. Pero es que, en el momento en el que empezamos a sentir dolor, nuestro cerebro funciona de tal manera que trata de ahorrar energía por todos los medios y no te abre la puerta a que hagas esa reflexión. Y entonces tira de esas estrategias que han funcionado en el pasado. Lo que más fácilmente accesible está. Por eso lo primero que hacemos es sacar el móvil y meternos en las redes sociales, por ejemplo. Y no has necesitado ningún ejercicio que te ayude a conocerte a ti mismo a la hora de evitar el aburrimiento. Esto se hace de forma mecánica.
-¿Qué función cumple entonces el aburrimiento?
-Yo no soy tan partidaria de afirmar que el aburrimiento nos va a permitir seguir descubriendo cosas nuevas. No podemos generalizar. No todo el mundo que se aburre va a tener aficiones nuevas o va a descubrir un teorema. La función que cumple ese aburrimiento -y estamos hablando de aburrimiento funcional, aunque yo me he especializado en el aburrimiento disfuncional-, es mantenernos en movimiento. Señalarnos qué situación se ha vuelto demasiado cómoda y te obliga a pasar la página, a no quedarte estancado. Porque un exceso de comodidad, una sobreadaptación, hace que nuestros mecanismos adaptativos se oxiden. Y entonces vamos a ser menos capaces de adaptarnos a los cambios sobrevenidos. El dolor también sirve para alertar de que algo está fallando y de que tienes que tomar medidas.
-Pero ese aburrimiento funcional también puede volverse peligroso, ¿no?
-Sí, en muchos sentidos. Y depende tanto de nuestra personalidad como de las opciones que te ofrece el entorno a la hora de responder al aburrimiento. El aburrimiento funcional es aquel que te permite dar un paso, moverte. Hay otras formas de aburrimiento que no te permiten esto, que te estacan. Ya no son funcionales. Pero incluso cuando sentimos ese malestar del aburrimiento funcional y somos capaces de crear una estrategia de huida, consciente o inconscientemente, esa estrategia no siempre se traduce en algo positivo o adaptativo. Muchas personas comen en exceso, o duermen a destiempo, o consumen drogas, o desatan conductas violentas como respuesta frente al aburrimiento. Yo creo que, cuando ese aburrimiento funcional te lleva a hacer cosas perjudiciales, o incluso acaba llevando a un suicidio, pues ya no me parece tan funcional con un desenlace tan triste y tan negativo. El aburrimiento solo es el motor para el movimiento, aunque el resultado no siempre sea positivo.
«Sirve para no estancarnos; el dolor, por ejemplo, nos alerta de que algo está fallando»
-Ha escrito 'La enfermedad del aburrimiento'. ¿También puede convertirse en una patología?
-Son las formas de aburrimiento disfuncional de las que hablaba. La primera es cuando uno siente el malestar del aburrimiento pero no es capaz de diseñar una estrategia de huida, ni consciente ni inconscientemente. Generalmente, a causa de un trauma o un trastorno. La segunda, cuando uno es capaz de desplegar ese catálogo de opciones pero, por cualquier circunstancia, no se puede materializar esa estrategia de huida. No porque no seamos capaces de imaginarla, sino porque ese mismo entorno en el que nace el aburrimiento impide que la pongamos en práctica. Al primero se le llama aburrimiento crónico, y al segundo yo lo he llamado aburrimiento situacional cronificado, que es el que estoy estudiando en las residencias de mayores.
El catálogo personalizado
-¿Nos aburrimos más que nunca ahora que recibimos estímulos por encima de nuestras posibilidades?
-Ese catálogo de opciones para combatir el aburrimiento que vamos creando me lo imagino como el ordenador o el móvil que te compras nuevo, con cuatro aplicaciones predeterminadas, y luego tienes que instalar otras según tus intereses y necesidades. A medida que crecemos, nos conocemos a nosotros mismos y sabemos lo que nos gusta y lo que no, qué nos produce placer, qué nos atrae... Y así vamos introduciendo estrategias de huida. Al margen de este catálogo que nosotros construimos de manera personalizada, tenemos el catálogo que yo llamo predeterminado. Con opciones que no hemos elegido nosotros, como Netflix. Con las mismas opciones para todos. Son las opciones que representan también la televisión, el cine, el teatro... A mi abuela, por ejemplo, en una familia pobre, no le quedaba otra que desarrollar su catálogo personal que, como se desarrolla en función de las experiencias vitales, es mucho más enriquecedor y es capaz de mantener el bienestar más a largo plazo. Lo que pasa ahora es que tiramos de ese catálogo predeterminado a tutiplén. No hacemos otra cosa. Y estas opciones son siempre lo mismo, que colman el tiempo de forma fugaz, pero no satisfacen de forma profunda. Por eso estamos muchas veces en Twitter, o en Facebook, y nos preguntamos: '¿qué hago yo aquí?'. No es que ahora nos aburramos más que antes. Es que encaminar tu tiempo libre a la supervivencia, como un campesino en la Edad Media, puede resultar más satisfactorio que deglutir contenido en una plataforma digital. Al final es todo lo mismo. Qué más da Twitter, que YouTube, que Twitch... Es mucho de lo mismo durante todo el rato. Hemos depositado demasiada responsabilidad en el algoritmo diseñado para que no nos aburramos. Si al final dejamos que todo lo decida el algoritmo de Netflix, llega un momento en el que te sientes vacío.
Aceptarlo y combatirlo
-¿Es posible vivir sin experimentar aburrimiento?
-Lo que no tiene sentido es promover el aburrimiento de forma voluntaria. No tiene sentido. El aburrimiento va a surgir una y otra vez, es inevitable. Porque, al final, siempre nos acabamos acostumbrando a esos escenarios que nos reportan placer o que presentan un reto. Y surge el aburrimiento para que no te estanques. Da igual lo que hagas, porque el aburrimiento siempre va a volver. Extinguir el aburrimiento es algo completamente imposible. Ya lo dice Schopenhauer: vamos oscilando siempre entre el dolor y el placer. Quedarse siempre en el placer supondría el fin del progreso y de toda evolución. Tenemos que aceptar que el aburrimiento siempre será parte de nuestra vida, y está bien que sea así. ¿Hay que combatirlo? Por supuesto. Pero de forma inteligente, esforzádonos un poco en construir nuestro catálogo personalizado. Y para eso hace falta pensar, que es un ejercicio casi tan doloroso como el propio aburrimiento. Es algo que no nos apetece hacer cuando tenemos el poco tiempo libre que tenemos.
«Las estrategias de huida no siempre son positivas; muchas personas comen en exceso, o consumen drogas»
-Tiempo libre hay de sobra en las residencias de mayores, pero también aburrimiento a espuertas.
-Claro. El proyecto que estoy llevando a cabo pone el foco en esto. En las residencias, la mayoría de las actividades las diseñan las instituciones, cuando deberían ser los propios usuarios. Ese es el primer error. Además, esas actividades suelen ser grupales pero no sirven para crear lazos de unión ni sentimiento de comunidad entre los residentes. Otras actividades son meros pasatiempos, no tienen mayor finalidad, y tampoco les permiten sentir que están aportando algo a los demás. Tenemos que crear actividades en las que los residentes lleven la voz cantante. Estamos hablando de usuarios en pleno uso de sus facultades. Las personas con dispacidad o deterioro cognitivo son otro mundo en el que los estudios sobre aburrimiento no se pueden meter en la actualidad, porque no tenemos conocimiento suficiente.
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