Invisibles tras los muros de la cárcel
Las funcionarias de prisiones piden una mayor defensa ante las agresiones y un estatuto propio que se ajuste a la realidad de la profesión
Lydia Martín
Sábado, 8 de marzo 2025, 07:11
Marisa se ha levantado de madrugada porque a las siete coge el autobús que le lleva a su trabajo. No lleva el uniforme puesto ... por seguridad, así que tiene que cambiarse de ropa al llegar al centro penitenciario de Campos del Río (Murcia II), que acoge tras sus muros a más de mil internos en más de una decena de módulos. El día trabajando como funcionaria de prisiones comienza cogiendo el relevo de sus compañeros del turno de noche y haciendo el recuento para comprobar que todos los internos estén bien, que «estén vivos». Tras esto, les acompañan durante todo el día, empezando por el desayuno o si tienen alguna cita médica; atienden sus demandas, escuchan sus preocupaciones, responden sus preguntas, gestionan sus instancias, que implican «mucha burocracia», y solucionan conflictos.
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«Nuestro objetivo es velar por la vida de los internos», cuenta Marisa, un pseudónimo que ha elegido para salvaguardar su verdadera identidad. Garantizar el bienestar de los internos es, sin embargo, una labor que no siempre es compatible con preservar su propia seguridad. Hace unas semanas dos compañeras fueron agredidas en este mismo centro. Un suceso que actúa como un gotero en los últimos años y que lejos de endurecer las medidas y ofrecer soluciones, parece haber llegado a un estado de normalidad. Según los datos ofrecidos por el Ministerio del Interior al sindicato Tu Abandono me Puede Matar, el pasado año se registraron 504 agresiones, once de ellas en este centro. A nivel nacional se dieron una decena de agresiones sexuales, 44 casos de acoso sexual y 53 casos de exhibicionismo a profesionales penitenciarios.
El año pasado se dieron 504 agresiones, once en Campos del Río, según el sindicato Tu Abandono me Puede Matar
Y es que más allá de su propia fuerza, algunos internos se convierten en artesanos a la hora de elaborar objetos punzantes con cualquier instrumento: un cepillo de dientes, un hueso de pollo, bolígrafos, un hierro que se desprende de la mesa... Las armas también pueden proceder de sus compras en el economato, como pueden ser latas de conservas o pinzas de la ropa. Y aunque en régimen cerrado el cuidado es extremo y todo se vuelca a materiales de plástico o se cortan los bolígrafos y cepillos por la mitad para evitar agresiones más profundas, en régimen ordinario las medidas son más livianas. «Cualquier objeto puede ser un arma y tienen 24 horas al día para idear», señala Marisa. Su compañera, que ha decidido presentarse con el pseudónimo de Sofía, no duda en afirmar que se sienten «a pecho descubierto».
Marcar límites
«Cuando te metes a trabajar en una prisión partes de la base de que vas a estar con una población que está privada de libertad, que tiene carencias, con problemas de consumo y de salud mental. El impacto inicial es de ser todo nuevo y luego lo normalizas como si trabajaras en cualquier sitio, pero cuando se dan situaciones en que los internos se ponen agresivos, te suben las pulsaciones», cuenta Marisa. A ella le agredió una interna hace años clavándole un bolígrafo en el cuello y aún recuerda el shock de aquel momento y la angustia de intentar salir de ahí lo antes posible. «Te tiemblan las piernas del miedo que pasas, porque cuando menos te lo esperas, surge, y ahí es cuando te das cuenta de dónde estás trabajando y lo que podía haber pasado. No te puedes fiar de nadie», añade.
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Sofía y Marisa fueron de las primeras mujeres en incorporarse como funcionarias de prisiones. Actualmente son en torno a un 40% de féminas las que trabajan en este centro para un 80% de internos hombres, lo que hace que tengan que cubrir el trabajo y estén al frente de módulos de ambos géneros y de distintos grados de criminalidad. Recuerdan que al principio causaba extrañeza su presencia entre los internos hombres, que no sabían cómo dirigirse a ellas, y han tenido que aprender con el paso del tiempo a marcar unos límites para que las vean como autoridad y no se confundan, cortando todo trato de cercanía.
Sin embargo, subrayan que se las trata como «mujeres de segunda» ante una agresión verbal o física de índole sexual, ya que en este caso no tiene la misma repercusión que si sucediera fuera del trabajo. «Si un interno te toca el culo no pasa nada, pero si eso pasa fuera, esa persona tiene consecuencias de forma inmediata y puede ser detenido», señala Sofía. Recuerda un caso de una compañera, cuando un interno la acorraló contra la pared diciéndole que le iba a enseñar «lo que es un hombre». Esta trabajadora explica que «mandamos el caso a la Secretaría General a Madrid y consideró que no era una agresión machista ni sexual. Mi pregunta es qué nos tienen que hacer a las funcionarias de prisiones para que se considere agresión sexual». Marisa subraya que «en general, nos tienen que hacer mucho daño para que haya una consecuencia real».
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Lejos de ver mejorada esta defensa frente a los internos, consideran que están perdiendo autoridad debido a las políticas penitenciarias actuales, que priorizan la reinserción y sus actos no parecen causar consecuencias mayores. «Me han llegado a decir que si pueden me pegan dos hostias porque les sale gratis, y eso es muy fuerte», cuenta Sofía.
Desde el sindicato Tu abandono me puede matar (Tampm) llevan años reivindicando que los funcionarios de prisiones sean agentes de autoridad, una petición que fue aprobada por el Congreso el pasado año, pero que aún no se ha materializado. De esta manera, en caso de agresión se conseguiría aumentar la pena o desplazar al interno a un centro más lejano, lo que consideran que contribuiría a un mayor respeto a estos profesionales, que a falta de estas medidas llegan a compartir espacio con sus agresores, recibiendo incluso comentarios jocosos y despectivos.
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Piden así que no se reinserten de forma rápida y que haya un abordaje inmediato que tenga consecuencias y las puedan ver el resto de internos para prevenir futuros incidentes, así como tener acceso a otros utensilios de defensa, como táser, en situaciones que así lo requieran. Añaden la necesidad de más personal médico y de psicólogos que puedan atenderles y programas y formación de gestión de impulsos o prevención de agresiones sexuales que sean obligatorios durante la estancia en prisión.
«Hay un desconocimiento inmenso de cara a la sociedad del trabajo que se hace ahí dentro», concluyen. «Reivindicamos que ellos estén bien en la prisión, pero que sea compatible con nuestra seguridad, y que alguien actúe como garante para nosotros porque estamos desamparados».
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Este diario trató en vano de recabar la versión de Instituciones Penitenciarias.
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