La huella de la pandemia asoma en los hábitos y la salud de niños vulnerables

No existe evidencia científica de que la pandemia haya podido causar algún retraso en el aprendizaje del lenguaje, puesto que aún hay escasos estudios significativos. Sin embargo, muchos profesionales han detectado alteraciones en el desarrollo del habla achacables al uso de las mascarillas. Al aprender por imitación, los niños podrían haber dejado de saber cómo se debe mover la boca, lo que habría generado un contratiempo a nivel fisiológico, alegan los expertos. Además, observan una ralentización en el desarrollo natural de aprendizaje por el hecho de haber interactuado mucho tiempo con vecinos o educadores que utilizaban mascarilla.

Pero, sobre todo, los más pequeños se han visto afectados a nivel emocional, ya que al cortarles la comunicación con gente del exterior no han adquirido la vocalización necesaria para que puedan ser entendidos, creándoles frustración, esgrimen. «Hemos notado que los niños de entre 1 y 4 años tienen más dificultades en habilidades comunicativas que antes de la pandemia», explica Cristina Hernández, logopeda en Hablando Logopedia.

«Lo que más falla es la emisión oral al frenarse la exposición al exterior , porque realmente comprenden bien todo lo que se les dice», prosigue la especialista en el lenguaje. «Se aprecia un retraso madurativo en el habla porque dejan de vocalizar, no saben cómo expulsar el aire o dónde colocar la lengua», corrobora la logopeda Valle Álvarez, del gabinete Vallmen, quien asevera que «la comunicación se practica con gente de fuera del ámbito familiar».

Belén Rodríguez, madre de un niño que nació en plena pandemia -en abril de 2020-, avisó en septiembre a su pediatra de que apenas pronunciaba palabras. Le respondió que no se preocupara y que esperara hasta que cumpliera tres años. Un segundo médico le recomendó en noviembre que fuera a un centro de atención temprana. Al comprobar que había una lista de espera de hasta un año, decidió acudir a un especialista privado. Allí, verificaron que no tenía ninguna dificultad auditiva, así que remitieron al niño a un logopeda al que acude dos horas por semana. «A los padres nos falta información sobre el desarrollo de los niños a determinada edad para saber cómo estimularlos», lamenta esta madre. «Si no le entienden cuando empiece el colegio, acabará por hacerse más retraído e inseguro», teme Belén Rodríguez, quien revela que ha desarrollado mucho los gestos debido a su retraso en el habla: «En vez de decir 'tijeras', hace un movimiento con los brazos como si las fuera».

Su hijo estuvo encerrado hasta tres meses después de que naciera y siempre interaccionó con gente que usaba la mascarilla. «Te genera mucho agobio cuando todo el mundo te dice que este niño debería haber empezado a hablar», afirma. Luego, aparecen las rabietas, agrega. «Se cabrea porque sabe que no le sale una palabra; en cambio, sonríe abiertamente cuando acertamos lo que quiere decir», remarca. Un caso similar vive María con su hijo de tres años, que tampoco acierta con las sílabas: «En la escuela sospecharon que podría tener un trastorno importante; al final, tras las evaluaciones pertinentes, identificaron solo un retraso en el habla seguramente causado por la pandemia», asegura esta vecina de Beniaján (Murcia). «No hay que generar alarma, pero los padres deben estar en alerta ante cualquier indicio», advierte Valle Álvarez.

Los hábitos saludables de los niños murcianos han empeorado tras la pandemia. Realizan menos ejercicio físico, pasan más horas frente a las pantallas, duermen menos y peor y se han alejado de la dieta mediterránea. Lo alerta el estudio realizado por la Fundación Gasol entre más de 3.000 niños de 8 a 16 años -un porcentaje importante de la Región de Murcia-, y del que es coautor el investigador de la UCAM Pedro Emilio Alcaraz. El informe realiza una comparativa de las rutinas saludables de los menores entre los años 2019 y 2022, tras la fase aguda de la pandemia, para concluir que, en todos los parámetros, los hábitos de los niños han ido a peor tras la crisis sanitaria.

Las horas que niños y adolescentes pasan delante de una pantalla han experimentado un salto destacado. Los menores dedican más de tres horas al día entre semana a móviles, ordenadores, tabletas y televisión, lo que supera con mucho la recomendación de un máximo de dos horas al día. Los fines de semana casi se alcanzan las cinco horas al día. El porcentaje de niños que incumplen ese límite es mayor (64%) que en 2019 (54,8%), lo que supone «una situación preocupante para el desarrollo cognitivo y la salud de los niños». «Cuando cerraron los colegios pusimos a todos los niños delante de una pantalla, se permitió por necesidad y ahora es complicado dar marcha atrás», coinciden Alcaraz y la presidenta del Colegio de Psicólogos de la Región, María Fuster.

Más horas 'empantallados', y menos realizando ejercicio físico, una actividad que se ha reducido en 23 minutos diarios respecto a los datos de hace tres años. Solo el 30% de los menores cumplen con la recomendación de realizar 60 minutos diarios de deporte, seis puntos más que en 2019. «Es un problema de salud pública, porque todas las variables están relacionadas: sueño, pantallas, deporte, hábitos alimenticios, sobrepeso... Tiene que haber una apuesta clara por el incremento de horas de deporte en los colegios, institutos y fuera de ellos; repercutiría en un menor gasto sanitario», reivindica Alcaraz, investigador principal del grupo.

Los niños duermen menos y peor que antes de la pandemia. Casi la mitad de la población infantil incumple la recomendación de horas de sueño (11 horas para los más pequeños, al menos 8 para los mayores) tanto entre semana como los fines de semana, un porcentaje que también se ha incrementado después de la crisis sanitaria, casi un 6% con respecto a 2019.

La alarma por los estragos que la pandemia ha causado en la salud mental de los adolescentes es general. El bienestar emocional de los niños no ha recibido sin embargo tanta atención, a pesar de que psicólogos y expertos también detectan complicaciones en muchos menores. «A los niños la pandemia les sorprendió en pleno proceso madurativo, también emocional, y eso ha acarreado consecuencias. El confinamiento y las restricciones implicaron una interrupción brusca de la exposición física al medio de los menores, lo que ha complicado durante mucho tiempo los procesos de socialización, interacción... que son básicos», argumenta María Fuster.

Los progenitores perciben que casi el 35% de los menores han perdido vitalidad y energía durante la pandemia. Se encuentran más apáticos y menos alegres. En más de la mitad de los niños y adolescentes, los episodios de enfado son más frecuentes, y el 45,7% sufre más ansiedad. Son algunos de los resultados que arrojó el estudio realizado por el Consejo Económico y Social, coordinado por la catedrática del departamento de Psicología Básica y Metodología de la Universidad de Murcia María Dolores Hidalgo. «Con el tiempo y la cotidianidad, la mayoría de los niños recuperan valores de normalidad, pero siempre queda un porcentaje de menores más vulnerables a quienes les cuesta más». La crisis económica no ha aliviado los problemas, al contrario: «En muchos casos, no es que llueva sobre mojado, es que llueve donde hay techo», argumenta Hidalgo.

Más allá del malestar, los pediatras y psiquiatras han constatado el brutal incremento de derivaciones de niños menores de 12 años a especialistas en salud mental. Con todo, la presidenta del Colegio de Psicólogos puntualiza: «No se trata de patologizar. Le llamamos depresión, porque es la única manera de que los menores reciban ayuda especializada, pero es más bien una sintomatología transitoria provocada por causas exógenas», puntualiza.

«Lo que para los adultos fue una experiencia más en sus vidas, para la gran mayoría de los niños ocurrió en la etapa de asentamiento sobre su forma de actuar, y afecta de manera muy profunda en sus pensamientos y conductas», asegura Carmen Pérez Saussol, especialista en psicología clínica y educativa y doctora en Psicología. «Se están planteando conflictos relacionados con la salud mental que antes afectaban a otra franja de edad. Hay también un incremento de los trastornos alimenticios muy elevado», alerta.

También el estudio de la Fundación Gasol avisa de que el porcentaje de población infantil que declara sentirse triste, preocupada o infeliz se ha incrementado en 2022 del 19% al 32% a consecuencia de la pandemia.

Entre los niños más mayores y adolescentes, las cifras son más duras: el 16,7% de los estudiantes de entre 12 y 18 años han tenido en algún momento «ideas de quitarse la vida» y el 7,5% ha llegado a planificar cómo hacerlo.

En los procesos de adquisición de lenguaje oral y de desarrollo de la lectoescritura, que se desarrolla entre los 4 y los 6 años, la interacción presencial con el maestro es básica. El abrupto cierre a cal y canto de colegios e institutos en lo más álgido de la pandemia y el año posterior completo de educación semipresencial en la Región no han pasado en balde para los escolares.

Como en cualquier situación extrema, el impacto fue mayor dependiendo del momento en que sorprendió a los menores. En ese contexto, los niños de segundo y tercer curso de Infantil (4 y 5 años) se encontraban en pleno proceso de adquisición del lenguaje oral , «que condiciona enseguida el proceso de lectoescritura. Muchos no completaron bien esas fases, y la situación se complicó porque durante muchos meses después seguimos con las mascarillas. La carencia la hemos percibido después en los alumnos de primero y segundo de Primaria. Por supuesto que no todos, pero hay más niños que necesitan refuerzos en esa área que antes de la pandemia», argumenta la presidenta de la Asociación de Directivos de Colegios Públicos, Olga Catasús. En los escolares más mayores de Primaria, los docentes también aprecian lagunas, que con los meses, y a pesar de la falta de refuerzos de apoyo en los centros, van completando.

El impacto de la covid fue limitado entre los niños, que en su mayoría pasaron la infección con síntomas leves. A la población pediátrica le ha llegado su 'otra' pandemia este invierno, cuando los virus y bacterias se han cebado con sus sistemas inmunológicos sin entrenar después de tres años de aislamiento, distanciamiento y mascarillas, y han llenado las consultas afectados por bronquiolitis, gripe B, amigdalitis y gastroenteritis.

El virus de la influenza, causante de la gripe; el virus respiratorio sincitial (VRS), que provoca infecciones como las bronquiolitis, y el estreptococo, la bacteria que provoca irritación de garganta y en algunos casos escarlatina, han proliferado este invierno con una incidencia muy superior a lo habitual. «Los niños que nacieron en pandemia han tenido que desarrollar su sistema inmunológico, y la sociedad en general hacer un recuerdo. Hasta este invierno, han crecido con mascarillas, así que era previsible esta eclosión, con una incidencia muy superior, por encima del 50%, al año pasado», coinciden Antonio Iofrío, presidente de la Asociación de Pediatría Extrahospitalaria, y Juan Antonio Carmona, presidente de la Asociación de Pediatría Extrahospitalaria y de Atención Primaria.