Un año de guerra política
PRIMERA PLANA ·
La política se ha vuelto volátil y sus liderazgos fugaces. Pero aunque es impredecible, hay una fuerza invisible que a posteriori explica sus dinámicas: el deseo de conquistar o mantener el poder. Como ya no hay líneas rojas, asistimos en estos doce meses a una degradación de la calidad democrática que ya roza la involuciónEn el año transcurrido desde la fallida moción de censura en la Región ha quedado en evidencia la imprevisibilidad de la actividad política nacional. Tras ... frustrar la moción de PSOE y Cs, Teodoro García Egea proclamaba que la «reunificación del centro derecha empieza hoy en Murcia». Doce meses después, ni el ciezano es el ya secretario general de los populares ni Casado el líder de un partido que estuvo al borde de un auténtico cisma y quedó a merced de Vox para mantenerse en el poder en Castilla y León. Las réplicas sísmicas de aquella operación política en la Región también se llevaron por delante a políticos de otros partidos, algunos retirados o en un discreto segundo plano, desde Pablo Iglesias a Diego Conesa. Todo es volátil, fugaz e impredecible, pero eso no significa que no hay una fuerza tractora que actúa, moldea y ayuda a entender los acontecimientos. Una fuerza similar a la selección natural de los seres vivos, pero que opera en la dinámica evolutiva de las formaciones políticas. Esa fuerza invisible que todo lo explica es el deseo de ocupar el poder. Para mantenerlo o para conquistarlo, adecuando convenientemente el relato argumental, nuestros partidos traspasan cuantas líneas rojas hagan falta, pactando presupuestos, traspasos de competencias o la entrada en las instituciones con independentistas, formaciones de la izquierda proetarra, la derecha más radical o diputados tránsfugas. Normalizándose todo lo anterior, ya parece peccata minuta que no haya reparos en dar la espalda a quien se adulaba como líder hasta la víspera de su defenestración, bajo el argumento de que ahora está en juego un bien superior y el interés general. El temor a perder el poder también explica las anchas tragaderas para ceder a los caprichos y extravagancias de socios absolutamente minoritarios, pero cuyo voto es necesario para conservar el sillón. Por eso, cada cierto tiempo asistimos a escenas impúdicas que causan bochorno. Es triste observar cómo la llamada nueva política, esa que venía a limpiar, ha dilapidado el capital político que heredó de una sociedad con anhelos de regeneración porque ese depósito de confianza quedó en manos de personas de escasa talla profesional y política, buscavidas que se lanzaron a medrar y trepar para figurar y tener mando en plaza o directamente para disponer de un salario estable. Hay muchas excepciones pero tambén excelsos ejemplos en la Región en puestos tan elevados que suscita sonrojo, sobre todo cuando se les escucha hablar de sí mismos en tercera persona.
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Aun con todo, el gran problema no es la liviandad de gran parte de la actual generación de políticos, no todos ciertamente, sino la degradación de los instituciones democráticas y de la gestión de políticas públicas muy sensibles y relevantes, como la educación o la política social, ahora en manos de personas en la Región con una clamorosa inconsistencia personal y falta de preparación. Lo triste es que algunos de los nuevos postulantes no parecen mucho mejores. Los liderazgos al menos son sustituibles, pero las instituciones y las reglas de juego democráticas son cruciales y deberían blindarse porque constituyen el arco de bóveda que soporta todo lo demás. Que no se renueve el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, que el Consejo regional de la Transparencia se deje languidecer, que se cambie a la carta la ley regional del presidente, que se devuelva el Estatuto aprobado unánimemente, que tengamos una Asamblea irreconocible en su composición con la emanada de las urnas... Ya solo falta asistir a la modificación de la ley electoral para completar una involución en términos de calidad democrática.
En mitad de una pandemia letal, la moción de censura de la Región surgió de una legítima negociación entre dos partidos (Cs y PSOE), en mitad de otra negociación no menos legítima (PP y Cs) para aprobar los Presupuestos regionales y un cambio del gobierno regional en el que los 'naranjas' iban a cambiar de vicepresidenta en el Ejecutivo. Lo que ha venido después de esa batalla por el poder es una permanente degradación de la actividad política, que ha acentuado el tribalismo y el sectarismo en la vida pública regional. A un año de las elecciones, cuando en juego están los valores democráticos de la UE y una grave crisis económica derivada del ataque de Putin, la acción política debería concentrar sus fuerzas en lo sustancial, pero supongo que el foco seguirá en la conquista o mantenimiento del poder que mueve toda la acción política. Esa es la otra guerra a la que asistimos desde hace un año y a la que intentan llevarnos a todos, cada cual a su trinchera, a su trinchera infinita.
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