Roca Rey, incógnita por despejar
El torero clave de la generación emergente debuta en Sevilla sin suerte. Lote deslucido, mucho valor, ideas precipitadas. Ileso tras cogida tremenda. Dos buenos toros de Juan Pedro. Desdibujado Manzanares
BARQUERITO
Sábado, 9 de abril 2016, 22:45
Saltaron siete toros de Juan Pedro Domecq. El cuarto claudicó nada más tomar engaño, apenas cobró en varas, la gente de sol protestó, no está claro si Ponce quiso o no mantenerlo en pie, del caballo salió luego derribado y fue devuelto. La protesta venía coleando, pues el tercero de la tarde, con el que debutaba en Sevilla Roca Rey en ambiente de picante curiosidad, había asomado derrengado, estuvo a punto de sentarse varias veces y renqueó desencuadernadito después de picado.
El palco apostó por el toro y lo salvó. Fragilidad incurable, el toro reculando y resbalando como un equilibrista. Roca Rey trató de hacerse sentir, tragó un parón debajo en una tanda con la zurda, no pareció tan tranquilo como suele, se oyeron voces pidiendo que acabara y la cosa terminó de estocada sobrada con fe algo desprendida. El sobrero, cuarto bis, se estiró de salida con buen aire, Ponce le dio capa y más capa antes de fijarlo, antes de llevarlo al caballo y después de llevado y traído. Una sobredosis de lances de doma que restaron y no sumaron. Después de banderillas, no podía el toro con su alma. Ponce pidió paciencia a quienes reclamaban que tirara por la calle de en medio y entrara a matar. Ni medias embestidas, todas rebrincadas, antes de pararse el toro y de empeñarse Ponce en un trasteo de aparente riesgo pero fondo artificioso. La idea de estar delante del toro casi en descaro provocó una ruidosa división de opiniones. La batalla del público la ganaron los defensores de la idea. Los cuatro primeros muletazos de trama fueron los cuatro únicos que consintió el toro. Una estocada caída. Ponce salió a saludar hasta la segunda raya después de arrastrado el toro. La cuadrilla le animaba a dar la vuelta al ruedo. No coló. Era el último toro que Ponce mataba en el abono de este año. El primero de los dos de lote, colorado, redondito y acucharado, con la cara de bueno que tanto retrata la que fue línea predominante en la ganadería -el toro artista, sí, pero muy astifino también-, se llevó también su dosis masiva de capotazos de doma. Mansito en el caballo -dos picotazos-, estuvo a punto de cascarse en banderillas y, mientras Ponce brindaba al Rey Juan Carlos, se vino a tablas. No a acularse, pero sí a refugiarse. Estuvo encogido muchas veces. Entonces y luego, pero tomó despacio una primera tanda de muletazos medicinales. Excelentes dos a media altura con la mano buena de Ponce, la derecha. Ligados los dos en un palmo, Una pausa y otro toro: más entero de lo previsto, acaramelados viajes y suave trato de Ponce, que no pudo resistir la tentación de abrir tanda, dos veces, con el molinete protector tan de su concepto. La faena tuvo dos claves felices: el general ajuste y la despaciosidad. Faltó toro, faltó mano izquierda y hubo, de guinda, un postre de cuatro muletazos genuflexos rematados con un cambiado por alto bien trazado. Una estocada con vómito.
También el segundo juampedro se apuntó al tambaleo general. El penúltimo Juan Pedro Domecq solía quejarse de lo mucho que los corrales exiguos de la Maestranza repercutían para mal en sus corridas. Las de los toros artistas. De artistas vino casi al completo esta corrida del sábado de preferia, una de las tres mejores del abono. No le sobraron fuerzas al segundo después de sangrar; tampoco arrestos a un Manzanares poco convencido. Ni el generoso gesto de la banda -Cielo Andaluz, pasodoble predilecto de Manzanares- terminó de animar la cosa. Muletazos sin terminan, esdrújulo engaño, más de un final en el lomo. Una supina estocada.
El quinto trotó y casi gateó en vez de galopar de salida. Fue el toro de la tarde. Se entregó en un primer puyazo tan severo como certero de Pedro Chocolate y volvió a pelear en el segundo viaje. Roca Rey se fue a los medios a quitar por saltilleras ceñidísimas, tres, y revolera. Quedó en claro el son del toro, algo tardo pero de ir con todo. Manzanares abrió a lo grande: de largo en los medios. Muy apaisada la muleta, abiertos los viajes, buena cintura, pero. Toreo sin ritmo. Otra vez dio la banda un concierto: versión sobresaliente del Martín Agüero. De regalar los oídos al torero, al toro y a todos los demás. Faena a menos, pasos perdidos al intentar el toreo al natural. Media estocada. Ocasión malograda.
Más de dos horas de festejo y luz artificial al saltar el sexto, el más astifino de la corrida, colorado ojo de perdiz. Roca Rey lo saludo con lances de capote vuelto y sueltos, atacó por delantales que cosió con una chicuelina enganchada y un valiente revolera. Un galleo de frente por detrás para llevar al toro al caballo. Se le salían las ganas al torero limeño. Un brindis parsimonioso y una faena que iba a estar marcada por el afán -siempre al ataque Roca, impávido en estatuarios y en los cites encimistas- pero condicionada por la falta de celo del toro, que se fue parando poco a poco pero hasta hacerlo en seco. Pesaban las dos horas y pico de corrida, y la corrida toda, y la gente pidió a Roca que se fuera por la espada. Ni caso. Terne en la cara del toro, tratando de sacárselo en la suerte natural o por la espalda, y de pronto una cogida tremenda: el torero empalado, y asido al pitón pero colgado de él durante instantes interminables. La vuelta a la cara del toro como si nada fue premiada con una gran ovación de reconocimiento. Igual que el ajuste de la media docena mejor de muletazos de esa faena de tan angustioso final. Una estocada caída. El martes vuelve Roca Rey a escena. La corrida de Cuvillo. Morante y El Juli.