Viaje al paraíso de las palabras

El mundo de las palabras era para Gonztal Díez del Hoyo (Bilbao, 1961-2013) su cielo, un paraíso «en el que la soledad no es posible», un universo imprescindible para la vida. Quizá por eso, siempre tan particular, decidió que llegado el maldito día quería reposar para siempre entre las palabras de su adorada 'Rayuela', la que Julio Cortázar escribió en París y que en España vio la luz cuando Gonztal transitaba por su segundo año de vida.

También era un mundo que manejaba con soltura, creatividad y precisión, por el que transmitía su pasión y que enriquecía en su callada, diaria y rica aventura poética. El lunes por la noche, el Café Zalacaín se llenó para beber a pequeños sorbos, y acompañado de cerveza, su «juego amante del contraste y del fulgor», su escritura dadá, cercana al surrealismo, como la definió el catedrático de Filosofía de la UMU Francisco Jarauta.

Decenas de poetas, novelistas, profesores universitarios y amigos, reunidos por Patricio Peñalver -alma mater de este merecidísimo y esperado homenaje-, pusieron voz a los magistrales versos que Gontzal Díez firmó pero que no se preocupó por dar a conocer: «No hay ninguna prisa, ni necesidad vital», reconocía él mismo en abril de 2006. Y lo hicieron compartiendo los poemas de su último 'Zaguán del cielo' -una joya sacada a la luz con el esfuerzo titánico de Inmaculada Corcuera, su esposa y compañera-; su prosa poética de 'Cusco' -un diario de viaje emocional de su estancia en el Perú natal de su adorado Sixto-; los 'Poemas para una dramática elemental', el cuadernillo publicado por Tres Fronteras y un ejercicio de asombro cotidiano que se alimenta «de la certeza de lo precario», desvelaba en su día Gontzal; y los 'Poemas de Al Zeid', con los que mereció el Premio Antonio Oliver Belmás.

Sus metáforas urbanas, sus apuestas decididas por la luminosidad y el aspecto oscuro de la palabra, que en la poesía «perdura, seguramente porque vive en los arrabales de la cultura», como opinaba Gontzal, permitió a los presentes compartir un nuevo viaje a lo largo de sus paisajes interiores y exteriores, los paisajes que pueblan sus poemarios, los que construía «a base de mirar, escarbar en sentimientos y en horizontes», siempre con la lentitud como germen y con la necesidad de «seguir escribiendo y reuniendo versos, fragmentos de miradas» como motor, como él mismo reconocía.

Su ironía fina y siempre acertada, como recordaba el escritor y profesor Miguel Ángel Hernández Navarro de sus tiempos como gestor cultural y de «esa última pregunta que siempre daba en la diana», estuvo presente en esa fiesta de la poesía gontzaliana, la que «vive en el espacio de la contradicción, es parte de su esencia. Escondida y al acecho. La poesía, por mucho que intente oscurecerse, que indague en las pasiones más oscuras, siempre deja un rastro para que el lector pueda alcanzarla. Es como una fuga con señuelo, un permanente juego de seducción», la definía el propio Gontzal.

No faltó a la cita Soren Peñalver, que además llevó como 'regalo' un poema emocionado escrito la madrugada anterior; unos 'Versos con algo de matemática cuántica' con los que el poeta hizo un guiño y concesión a nuestro querido compañero, «intentando ser vanguardista, aunque sigo siendo un jodío, como me decía Gontzal».

Juana Marín Saura, José Belmonte Serrano, José Luis Martínez Valero, Rafael Balanzá, José Cantabella, Vicente Cervera, Sebastián Mondéjar, Pedro Luis Ladrón de Guevara, Carmen Molina Cantabella, José Cantabella, Marisa López Soria, Rubén Bastida, Cristina Morano y Alberto Caride interpretaron los versos y recordaron la esencia de un Gontzal Díez que, como anunció Inmaculada Corcuera, volverá a hacerse presente en los 'Poemas de la galerna', que pronto verán la luz, con cuyo poema 'Los ojos de los pájaros' Inma cerró la emocionante velada literaria.