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Lola Manzano y Carmen Conesa, bajo su falda, en 'Las amistades peligrosas'.
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CRÍTICA DE TEATRO

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El montaje de 'Las amistades peligrosas' que mostró Darío Facal en el Romea se convierte en un trepidante concierto de rock en el que falla Edu Soto como Valmont

ANTONIO ARCO

Lunes, 2 de febrero 2015, 11:49

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Son muchos los montajes que han fracasado estrepitosamente en su intento de llevar al escenario el espíritu morboso/decadente/inquietante y los personajes atractivos/excitantes/hijos de puta de alta cuna de 'Las amistadas peligrosas', la novela epistolar de Choderlos de Laclos que tan bien retrata la fascinación por el sexo y la enorme crueldad que con su enorme poder sobre la voluntad humana, tan francamente débil de solemnidad, se puede infligir a los incautos, que podemos ser todos en un momento -de alta tensión mezclado con la guardia bajada- dado. Además de la complejidad de la propia obra de Laclos, es cierto que la sombra de la película de Milos Forman sobre esta historia no es que sea alargada, sino que es infinita, y pesa como una losa sobre quienes se atreven a hacer teatro con este par de 'encantadoras', 'sofisticadas' y perversas bestias -en la cama y fuera de ella- que son, tanto monta, monta tanto, la marquesa de Mertuil y el vizconde de Valmont, con quienes les deseo que no se tropiecen ustedes, porque hacen arder todo lo que besan.

Recuerdo, por ejemplo, un montaje firmado por Ernesto Caballero, hoy director del CDN, e interpretado, entre otros, por Toni Cantó, Amparo Larrañaga y Maribel Verdú, que era como para desear que te pasase un tren-bala por encima. Hubo, eso sí, una versión más que libre de estas 'Amistades', que dirigió con enorme éxito Tomaz Pandur -que lo mismo acierta que se hunde en el fango-, en la que brillaron unos apabullantes Blanca Portillo y Asier Etxeandia, arropados por la memorable escenografía creada por Numen; pero ya les digo que era una versión que iba por su cuenta.

No es el caso del espectáculo que nos ocupa, el montaje dirigido por Darío Facal, también corresponsable de la versión del texto de Laclos, que mantiene no solo el formato epistolar de la aclamada novela, sino también las características de los personajes, el corazón de la trama, el espíritu de cuantas conquistas y horrores acontecen, y el encanto y misterio de una historia que atrae y repugna por igual. Aunque, y ahí está el mayor mérito de Facal, todo llega al espectador a ritmo de frenético rock, en plan concierto-cantata gutural-fiesta privada de alto voltaje en la que no faltan, por supuesto, ni la batería que se funde con los quejidos de placer, ni toda la banda de actores/músicos enloqueciendo, soñando o ateridos de dolor según lo va requiriendo la historia; afloran la seducción, la venganza, el temor, la locura, la muerte, la frialdad, la inocencia, el descaro, la delicadeza, el humor, la rabia, la piel, el sudor frío, el jadeo...

Estamos en el París prerrevolucionario del XVIII, con los personajes iluminados a la perfección y, con muchísimo acierto, muy bien vestidos de época. La acción no ha sido trasladada a un tiempo más actual, ni falta que hace, y sin embargo en absoluto resulta fuera de lugar el uso y disfrute de los instrumentos. Qué gran mérito, y qué belleza. Una vez tristemente fallecido Patrice Chéreau, del que siempre esperé un montaje escénico de 'Las amistades...' que nunca llegó, hay que reconocer que el de Darío Facal tiene fuerza, y encanto, aunque no es para todos los públicos: gusta más a los jóvenes, sin duda.

Buen trabajo

El montaje cuenta con una gran baza: los actores elegidos. Y cuenta con un problema: que Edu Soto haya sustituido a Cristóbal Suárez como vizconde de Valmont, porque desgraciadamente el personaje lo sobrevuela todo el tiempo, pero el aterrizaje no se produce; sobre todo en el único momento de bajón creativo que tiene la función: la muerte de Valmont en duelo con el joven Danceny, que resulta torpe y deslucida. ¡Por favor, que la maestra de esgrima Rosibel Vindel les ponga las pilas!

Por lo demás, todos muy bien: Carmen Conesa es una marquesa de Merteuil cargada de electricidad y poder de convicción que esconde, en la peligrosa leona de la Metro-Goldwyn-Mayer que aparenta ser, a la leona de armas tomar que, en efecto, es. Lucía Diez, primero en plan inocencia a raudales, y más tarde en plan Lolita desatada y apetecible volcán, está para no dejar de ella ni la raspa; qué primor. Y que Mariano Estudillo, como su joven enamorado Danceny, esté también pletórico de gracia y de fuerza, sigue sumando puntos, a los que contribuyen también Iria del Río, como la pobre víctima que es la pobre, pero muy bien de cuerpo, señora de Tourvel; y la actriz murciana Lola Manzano, que como señora de Volanges despliega ante el espectador, al mismo tiempo que en escena pone generosamente todo el cuidado del mundo en favorecer el trabajo de sus compañeros, un dominio actoral que hace que parezca lo más natural del mundo poder conseguir, por igual, hacer verdaderos el drama, la risa, el éxtasis y el elegante baile de un abanico.

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