'Magia potagia' en Torreagüera
Una enorme noria de sangre ha desaparecido en la pedanía murciana
Ríanse ustedes del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, de todos los Houdini que ha dado el mundo, entre ellos nuestro Domingo Artés, quien por ... algo es parroquiano de San Antolín, barrio que encierra no poca magia.
Pues nada: todos ellos, incluido Merlín, son puros aficionados. No le llegan ni a la suela de las alpargatas al fantástico nigromante que ha hecho desaparecer, él solito y en un 'plisplas', una enorme noria de sangre que se conservaba (y ese es otro misterio) en la pedanía de Torreagüera. Las llamaban de sangre por el animal que, unido a una pértiga, accionaba las ruedas que extraían el agua de los pozos.
Tal portento ha ocurrido cerca del azarbe de la Landrona. Curiosamente, landrona, como merancho, son sinónimos de azarbe. Y azarbe es un cauce de avenamiento que reúne las aguas de varias azarbetas que, a su vez, recogen el mismo oro líquido que les sobra a otros tantos regantes. Cuento estas cosas por si también desaparecen palabras tan nuestras.
-¿Cómo ha desaparecido la noria de sangre?
-Y la vergüenza, señor mío.
Porque es increíble. Hace cuatro días mal contados, Raúl Jiménez, incansable presidente de la Asociación Bicihuerta, denunciaba en las redes que la noria «podría desaparecer» si ningún organismo la protegía. Profético mensaje. Ahora, cuando se han desplazado a la zona los técnicos de Bienes Culturales, 'abracadabra', no existía del aparato casi ni el recuerdo.
Incluso ni rastro quedaba, 'magia potagia', del pozo que por generaciones nutrió bancales de sabrosas hortalizas y verduras. Lo han cegado del todo. Al menos, los dueños han conservado las ruedas en un almacén, que es donde puede acabar en esta tierra cualquier resto histórico que se precie.
No esperen conocer la identidad de quienes han arrasado la pieza, aunque tampoco haya que ir a buscarla «la fin del mundo». Si da igual. Su acto, por muy vandálico que se considere, no es un delito. La noria no estaba protegida por ley alguna.
Quizá se debería haber actuado antes. Dos cosas deben exigirse a quienes encarguemos la protección de nuestro (cada vez menos) rico patrimonio. Una, que conozcan algo de Historia, aunque sea poca. Y dos, que actúen con diligencia. En su acepción de prisa, no en la de carruaje.
Cierto es que la noria perdida no era el monasterio de los Jerónimos, que ese tampoco desapareció por obra, mucha obra, y gracia de Mendoza. Pero sí representaba una larga e interesante tradición de nuestra huerta. Al menos desde la fundación de la ciudad por Abderramán II en el año 825. Ahora se cumplen 1.200 años y el Consistorio, con no poco acierto, se dispone a celebrarlo como corresponde.
Poco costaba haber trasladado la noria, tal y como estaba para que, como parece obvio, el ladrillo arrase ese bancal. Hubiera sido lo lógico. Sin embargo, en lo tocante al Patrimonio Histórico, a veces resulta cierta aquella máxima de la magia que reza: «Nada por aquí, nada por allá».
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