Los flamantes guardias que pusieron orden en el sindiós de Murcia
La Murcia que no vemos ·
La Policía Local cumple este año su 170 aniversario como fiel sucesora de los históricos alguacilesNi en sus mejores sueños pudo imaginar el alcalde Monassot que aquel pequeño grupo de guardias municipales alcanzaría a contar, siglo y medio largo después, ... con 11 comisarías, 300 vehículos y hasta casi 600 agentes dedicados a velar por la seguridad de los murcianos. Pero así ha sido. Y ahora, el próximo mes de agosto, la Policía Local sacará pecho celebrando su 170 aniversario.
En su origen, aquellos nuevos agentes sucedían en sus cargos a otros más antiguos, los alguaciles, encargados de recorrer las calles para garantizar el cumplimiento de las decenas de bandos y ordenanzas que emitían los alcaldes. Algunas, como las referidas a los carnavales, les ponían en serios aprietos, vista la indolencia que, en tales fiestas, gastamos los murcianos. Aunque no le faltara al pueblo razón, pues les imponían celebrar las carnestolendas solo hasta que el sol se pusiera, cuando empezaba lo bueno.
Aún perdura el término alguacil, herencia de esos primeros tiempos, en el ámbito taurino. Porque alguaciles son los policías locales que en las plazas de toros entregan a los diestros los trofeos sobre el albero. Y lo hacen, como antaño, en representación de los denominados alcaldes mayores de la ciudad, potestad hoy a cargo de los presidentes de los cosos.
Otro vestigio de aquellos cargos son los actuales maceros, antiguamente descritos como «porteros de maza», a cargo de agentes del Cuerpo. Su función primigenia era proteger a los reyes y señores feudales y luego a los alcaldes. Las mazas de cobre, que hoy son solo un adorno que lucen en los actos más solemnes del Consistorio, eran entonces muy útiles para disuadir a quienes, como diría un huertano, «se salieran de parva».
La figura de los alguaciles fue modernizada en 1827 a través de una Real Cédula de Fernando VII, quien puso en valor otro decreto de 1824, y que autorizaba a los ayuntamientos a crear una «policía del Reino» para zanjar revueltas y perseguir bandoleros. Los miembros, sin embargo, debían ser militares.
En 1854, entonces sí, fue creada la Guardia Municipal, tal y como la conocemos hoy, para continuar la labor de seguridad de las llamadas Milicias Urbanas, formadas por el ejército. Porque no lograban aplacar aquel año los continuos episodios de violencia que causaban no pocas protestas en la ciudad.
La situación en los años anteriores se tornó insostenible. La regencia de Isabel II y sus medidas liberales causaron, en opinión de algunos historiadores, no pocas revueltas. Sin contar con la desamortización de Mendizábal, en 1836, y los continuos ataques a los religiosos. La nueva Constitución de 1837 incrementó la inestabilidad. A eso súmenle el sindiós de los incontables violentos y ladrones que pululaban por la ciudad.
El alcalde se harta
El alcalde José Monassot, acaso harto de tumultos, robos y asaltos, consiguió que el Pleno aprobara una «Guardia Municipal de Murcia». Ocurrió el 12 de agosto de 1854 y, apenas una semana después, los primeros 14 policías juraban su cargo al mando del sargento Mariano Manzano. Había nacido la Policía Local. Alguno de ellos dimitiría al poco, harto de la falta de autoridad que le otorgaba la sociedad a un Cuerpo tan flamante como desconocido hasta entonces.
Pero la idea era buena: garantizar la tranquilidad de aquella pequeña Murcia donde, un día con otro, algún suceso inquietaba a los parroquianos. A tan encomiable labor, que fue aplaudida por los ciudadanos, pronto se sumó otra que, sin esperarlo, comenzaría a otorgarle prestigio al Cuerpo. Las riadas y epidemias eran tan comunes durante el siglo XIX que el apoyo de los municipales resultó, en más de un caso, indispensable para restablecer la calma.
Quizá el ejemplo más claro fue la histórica Riada de Santa Teresa. En la madrugada del 15 de octubre de 1879, ese mes siempre tan traicionero en cuanto a las avenidas del Segura y el Sangonera se refiere, la Guardia Municipal tuvo que afrontar el más complicado y trágico servicio de toda su historia.
Las aguas arrasaron la vega, causando 777 víctimas oficiales, más otras cuyos cuerpos jamás fueron rescatados del lodo. La ciudad y su huerta quedarían destrozadas durante años y solo la primera gran campaña internacional de solidaridad, que impulsaron los periódicos, le permitió superar tan nefasta riada.
Y llegan las mujeres
Ya entrado el siglo XX, en 1909, se aprobó el primer Reglamento de Organización y Funcionamiento del Cuerpo de Guardias Municipales Diurnos y Nocturnos de Murcia, como decidieron llamarlo con toda pomposidad pues en eso no hay quien nos gane. Entonces y ahora.
No era moco de pavo el documento puesto que, por vez primera, establecía requisitos de acceso, distribución de mandos y un código de conducta para quienes accedieran al cargo.
Habría que esperar hasta la década de los años sesenta para que los guardias, en lugar de patear calles o patrullar en bicicletas, dispusieran de motocicletas. Se conoció, como no podía ser de otra manera, como Brigada Motorizada.
La Constitución de 1978 supuso otro espectacular cambio para tan útil Cuerpo, sobre todo en el incremento de agentes. Otro hito podemos situarlo en 1981, cuando las primeras cinco mujeres recibieron su placa. Fue un 9 de julio. Al día siguiente, según contó LA VERDAD, eran en Murcia el «centro de atención». Preguntada una de ellas si estaba nerviosa, clavó sus ojos en el joven redactor y sentenció: «En absoluto. ¿Por qué?». Ole esa agente.
Hoy, con el prestigio que les otorga la Historia y las tantas ocasiones donde su intervención salva vidas, se han convertido en indispensables para controlar un término municipal que roza los 900 kilómetros cuadrados. Que pronto se escribe pero cuesta algo más patrullarlos, con contrastada eficacia, cada día y cada noche.
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