'Chalets de Necessité' para «un arrabal sucio y maloliente»
La Murcia que no vemos ·
La última moda en urinarios públicos llegó desde París para solucionar los malos olores de los antiguos retretesA los murcianos, en ciertas épocas no tan lejanas, les gustaba orinar en Belluga. En pleno corazón de la ciudad. Incluso en la fachada de ... la mismísima catedral. No en vano, el Cabildo ordenó rotular en el imafronte, según se mira a la derecha abajo: «Está excomulgado de excomunión mayor cualquier persona que echase, mandase echar o permitiese echar basura o se orinase en todo el ámbito de la Santa Iglesia bajo pena de 4 ducados». La curiosa advertencia, pues en Murcia ya sabemos que conservar lo antiguo repele a algunos, apenas puede leerse. Vayan ustedes a verlas antes de que, como el célebre esqueleto risueño, desaparezca.
La cuestión de mear en este entorno era un serio problema a finales del siglo XX. En 1889, la prensa daba la lata a los políticos por la falta de urinarios públicos. Lo que ocasionaba no pocas protestas por la pestilencia y suciedad que atenazaban las esquinas. Entonces se decidió reformar un retrete que había en Belluga, pero resultaba insuficiente para la población.
El 'Diario de Murcia' en enero de 1890 que se había acordado adquirir ocho urinarios «como el existente en la plaza de Belluga». Entre otros acuerdos municipales figuraron instalar un trozo de verja en el jardín de Floridablanca y el nombramiento de un guarda para el Malecón. El objetivo era que evitara «los abusos y actos de salvajismo que se realizan».
Cuenta Dora Nicolás en 'Arquitectura y urbanismo en los inicios de la Murcia contemporánea' que, ya en 1884, hubo otro proyecto para instalar los llamados 'Chalets de Necessité'. Eran urinarios públicos con forma de pabellones orientales que se importaban de París. La idea fracasó porque Murcia aún no tenía red de alcantarillado.
Seis años más tarde, la Compagnie Nouvelle des Chalets de Necessité, remitió una nueva oferta al Consistorio murciano. La firma insistía en que sus instalaciones, cuyo plano adjuntaban y conserva el Archivo Almudí, eran muy frecuentadas en la capital francesa, sobre todo por las mujeres.
El 21 de febrero, la Comisión de Policía Urbana, tras valorar «la bondad de la proposición formulada», proponía que se autorizara al alcalde «para entenderse con la indicada sociedad», con el fin de comprar «tres o cuatro» retretes e instalarlos en los puntos más céntricos y convenientes de la ciudad.
Basura para los huertanos
El Ayuntamiento, además, también inició gestiones con la Fábrica de Gas de Murcia para obtener un precio reducido por el consumo de las lámparas que iluminaran de noche los 'chalets'. De igual forma y con similar éxito, el alcalde consiguió que la Compañía de Aguas Potables de Santa Catalina, en abril de 1890, cobrara una peseta el metro cúbico, la misma tarifa observada con las casas de beneficencia de la capital.
Estos extremos le fueron comunicados a la empresa francesa ese mismo mes, advirtiéndole de que nada le costaría la extracción de materias fecales, «porque lo retiran los agricultores por su cuenta para abono de las vegas». Como si de un cerdo se tratara, como vemos, todo se aprovechaba. De paso, se solventaba así la carencia de alcantarillado.
Poca fortuna, sin embargo, tuvo la propuesta si tenemos en cuenta que, ya en septiembre del mismo año, en lugar de los urinarios se habían colocado unos letreros prohibiendo verter aguas, bajo multa de dos pesetas. 'El Diario', una vez más, denunciaba que por el coste de los letreros se podía haber construido un retrete en la puerta del Almudí, «donde hay un foco pestilente insoportable para el vecindario».
Existían por entonces en la ciudad solo dos lugares públicos donde aliviar la vejiga, «que se limpian muy de tarde en tarde», advertía el mismo rotativo en noviembre. La situación no mejoró al año siguiente.
'Las Provincias de Levante' alertó en febrero de 1892 de que pocos utilizaban la «columna mingitoria» instalada en Belluga, convirtiendo en improvisados urinarios los alrededores de la Catedral y la fachada del Palacio Episcopal. Sin contar otros emplazamientos cuya suciedad era extrema. Por ello pedía que Murcia dejara de ser «un arrabal sucio y maloliente, para convertirse en una capital limpia y aseada».
Quejas por el hedor
En agosto quedó instalado otro retrete en la plaza de los Apóstoles. Y seis más aguardaban en el patio del Consistorio su emplazamiento, previsto antes de la Feria. El de Apóstoles se mantendría allí, adosado a una pared de la Catedral durante años. Y era utilizado por muchos. Casi tantos como protestaban del hedor.
De hecho, 'El Liberal' advertía en 1919 de la vergüenza ajena que suponía comprobar cómo «los forasteros que llegan a admirar la belleza artística de nuestra Catedral protestan de no poder permanecer allí contemplando la célebre cadena de piedra que rodea la capilla de los Vélez».
La columna mingitoria de Belluga fue sustituida por un «grande y magnífico urinario» en septiembre de 1894, según 'Las Provincias de Levante'. Pero no lo hizo la compañía francesa, sino la firma murciana Peña. Poco después, en diciembre de aquel año, otro abría sus puertas en la plaza del Romea. Olería igual de mal que el resto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión