Bardomeras, el colesterol malo de las acequias de la huerta de Murcia
Los temibles tapones de cañas llevan provocando riadas desde hace siglos
Basta detenerse a escuchar, entre el vaivén limonado del vinagrillo en primavera, más abajo del agua clara de las acequias que refrescan la calorina estival, ... en la escarcha que blanquea las lechugas por noviembre o junto a la savia adormecida de las moreras llegada la Pascua, cómo palpita la huerta murciana.
Nuestro antaño aclamado vergel, ese inmenso pulmón que estamos a punto de cargarnos, late realmente. Como todo cuerpo, dispone de un corazón, que es la Contraparada. Si aquel bombea sangre pura a las venas, esta hace lo propio con el agua cristalina hacia las dos acequias mayores, las cuarenta menores, las hijuelas, los brazales y las regaderas.
Son las arterias acuáticas cuyas aguas vivas reparten vida por la vega. Pero el sistema no sería perfecto de no existir otros cauces de retorno que eliminen los excedentes, saneen la tierra y eviten los temibles encharcamientos y las enfermedades que provocan.
Es la red de venas huertanas. Comienza en los escorredores, que reciben el agua de las filtraciones o avenamiento, que por este término se le conoce. Los caudales pasan a las azarbetas, un tanto más grandes que aquellos y a otros aún más anchos y hondos: los dos azarbes, landronas o meranchos, cuya función es encauzar los sobrantes del riego hacia otras zonas y Orihuela.
Hasta aquí todo resulta tan curioso como desconocido para muchos. Entre ellos, tantos escolares que recitan del tirón los afluentes del Ebro, cuyo agua nos negarán aunque se juntara el cielo con la tierra, pero no les pregunten cuál es el afluente del Segura, que ni papa.
Bueno. A lo que vamos. Como sistema circulatorio que es, la huerta tiene sus peplas, esto es, achaques. Tan preciso es el engranaje, y tan similar al cuerpo humano, que si en este existe el colesterol, no menos perjudicial resultan los atranques en la red de acequias.
Al colesterol de la huerta le llamamos bardomeras. Hasta el diccionario de la RAE reconoce tan antiguo vocablo: «Murcianismo. Broza que, de los montes y de otros parajes, traen en las avenidas los ríos y arroyos». Son esas típicas islas de cañas que navegan río abajo en cada inundación. Hasta que todo se emboza, otro verbo murciano que aún resiste.
La RAE acierta a medias, como cuando aprobó el término paparajote en su acepción de postre y olvidó otra: la que ya en 1919 anotaba el 'Vocabulario' de Sevilla: sinónimo de «pataleta». Diría que incluso es algo más serio, pues no pocos fallecen, vulgo recoger la herramienta y salir tocando, tras sufrir un paparajote.
¿Qué dice la Academia?
Pienso que la RAE describe a medias la bardomera. Solo señala su origen en «montes y otros parajes», cuando debería incluir los propios cauces. Pongo por caso el Reguerón, infestado de cañas hasta el gollete. Ya no les cuento algunas ramblas que parecen un anuncio de Parque Jurásico.
Otro uso del término, quizá más desconocido incluso, implica utilizarlo como sinónimo de una gran cantidad de cosas o personas. Así lo empleó Joaquín López en una carta de agradecimiento al pueblo de Valencia por la ayuda que prestó a los pobres huertanos cuyas haciendas y vidas segó la terrible riada de Santa Teresa, un 15 de octubre de 1879.
López fue el autor de los más populares bandos panochos durante décadas, entre ellos el oficial del Consistorio o el que pronunció en 1862 ante la reina Isabel II de visita en Murcia. Junto al periodista Martínez Tornel impulsaría la celebración del histórico Bando de la Huerta. En 'El Diario de Murcia', con fecha 20 de enero de 1880, escribió que el recuerdo de la terrible madrugada de la riada le hacía «subir en bardomera a mis ojos las lágrimas, que 'enojás' se 'gorvían' por el 'mesmo' camino al corazón».
Basta recurrir a nuestra historia para evidenciar el disparate de abandonar el saneamiento de estos cauces. Aquí lo llamamos la monda, aunque no provoque risa alguna. La trascendencia de mondar es capital. De hecho, uno de los privilegios otorgados por Alfonso X a la ciudad en 1310 se dedicó a ese menester. Al menos tres siglos antes, en la época musulmana, ya se practicaban limpiezas anuales.
Las Ordenanzas de la Huerta (1849) establecieron que las acequias se mondaran todos los años «en el mes de marzo, primero las de un lado [que comenzaba el primer domingo] de la huerta y luego las del otro [el tercer domingo, sin falta]». En agosto se les daba un repaso. Otro refrán huertano reza que, «quien en marzo no monda, en agosto remonda». Ni aun así se libraba la vega de sufrir, cada dos por tres, devastadoras riadas.
Un acuerdo ligero
En cualquier caso, no siempre se aplicaría tan útil norma para luchar contra las aguas embravecidas. Ya no digamos una monda en profundidad. En 1975, tras la riada del año anterior, un informe de Obras Públicas concluía que «no hay antecedentes de que el Segura fuera dragado alguna vez». Esta conclusión resultó evidente después de que la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) y la Comisaría de Aguas actuaran de urgencia en más de cincuenta puntos de la vega.
No entraré a valorar porque me pillan con prisa, si la monda debe acometerla el Ayuntamiento o a la Confederación. Lo que sí corresponde a ambas instituciones es ponerse de acuerdo. Y ligeras.
Miren si es importante esa limpieza que un juzgado en el año 2015 descartó que la red se declarara Bien de Interés Cultural (BIC), pues podría dificultar las mondas y «producir un bloqueo de la infraestructura hidráulica». Claro que en algún caso, bloqueada, bloqueada, ya lo está. Hasta arriba. Porque en estas latitudes solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión