Fabuloso. El impresionante edificio del Contraste, en la plaza de Santa Catalina de la capital murciana, donde se centralizaba el negocio de la seda y sus productos. Instantánea de Jean Laurent (1860).

Aquellas viudas que manejaron el gran negocio de la seda en Murcia

La Murcia que no vemos ·

En el siglo del apogeo de tan fructífero sector, algunas murcianas se convirtieron en empresarias

Domingo, 19 de enero 2025, 08:12

Eran anónimas amas de casa. Aunque durante siglos esa ocupación, como en gran medida sucede ahora, no esté ni bien definida ni resulte justa. Así, ... realizaban todos los trabajos domésticos, a los que se sumaban otros en bancales y cuadras. Pero también, en tantos casos, se convertían en inesperadas y eficaces artesanas y empresarias. Sucedía cuando sus maridos viajaban o morían, que era lo más normal. La historia recoge algunos de sus nombres. El problema es que se trata de historia aún por contar.

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Al menos en este tiempo. Ya el genial Fuentes y Ponte, evocando el siglo XVII en la capital, escribió en su 'Murcia que se fue' (1872) cómo al ausentarse el maestro del taller «ocupábase la maestra trabajando también en las piezas de costura con los oficiales». Y para «no pecar con murmuraciones» todos cantaban al unísono «o rezaban partes del rosario».

El magnífico negocio de la seda, que colocó a Murcia en el mapa mundial de este comercio para luego dejarlo perder, siempre fue cosa de hombres. Como gran medida de negocios, por desgracia para alguno de ellos, de todos los tiempos. Por eso resulta sorprendente hallar, tras bucear en remotos legajos polvorientos, la historia de alguna mujer que despuntó en tareas reservadas para el género masculino.

Ginesa de Heredia

Una de ellas fue la sedera Ginesa de Heredia, de quien las crónicas recuerdan que era viuda del torcedor Jusepe Estevan y que poseía dos tornos de agua en la acequia Aljufía. Ginesa, tras enviudar, siguió cerrando tratos en el Contraste de la Seda.

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El Contraste era el centro neurálgico de este comercio en la ciudad. Sus paredes acogieron durante el siglo XVII toda la vida política, económica y social murciana. De hecho, allí se establecía el precio de la seda y se pagaban los impuestos relacionados con ella. Estaba ubicado, porque también lo dejamos caer, en la plaza de Santa Catalina, justo en la esquina donde se levanta el edificio de La Unión y El Fénix.

La cuestión es que a Ginesa le permitieron seguir desempeñando el trabajo de su difunto esposo. La ley solo se lo autorizaba a las viudas de algunos artesanos, como los torcedores, cordoneros y toqueros, que son quienes hacían tocas. Aunque solo por un tiempo.

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Pedro Miralles, en su tesis 'Seda, trabajo y sociedad en la Murcia del siglo XVII', explica que hasta «un año, si no tenían hijos, dos años si los tenían para que lo heredasen». Otra solución aceptada era contratar a «un oficial examinado» que defendiera el negocio hasta que los menores pudieran encargarse del mismo.

Un oficio de prestigio

Las Actas Capitulares de 1676 prueban que una tal Josefa Martínez había decidido continuar con el oficio de su marido, maestro de coches y carros, mediante la contratación de «oficiales examinados que tiene en su casa».

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Las limitaciones eran incluso más amplias. Por ejemplo, si la viuda de un sedero volvía a casarse ya no podía utilizar el torno. Salvo que quisiera arriesgarse a sufrir una multa de tres mil maravedís. O salvo que se casara con otro sedero, claro.

Ese fue el caso de otra murciana de dinamita: Josefa López del Olmo. Esta buena señora se casó en dos ocasiones. Una con Pedro Fernández de Ayala. La otra, con Joan Oliver Arcaine. Ambos eran torcedores de la seda.

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El torcido, quizá el oficio sedero más prestigioso, se realizaba entre el hilado y el tejido. Era una técnica impulsada por los murcianos musulmanes y que permitía lograr hilos más finos y fuertes.

1. Dos mujeres proveen de hojas de morera a los gusanos de seda que crecen sobre las llamadas tartanas. 2. La otra fachada del Contraste, en la plaza de Las Flores en una foto de Passaporte. 3. Andana de la Estación Serícola de La Alberca.

Tras el hilado, los torcedores reunían varias madejas de seda y le daban torsión al hilo en un torno. El número de vueltas al mismo dependía del destino final del producto. A veces, se superaban las mil.

A esa labor tuvo que dedicarse Josefa tras fallecer su primer marido. Y hacerlo a toda prisa, pues sobre su torno pesaba una hipoteca y sobre su estabilidad económica una gran deuda que ella se comprometió a satisfacer.

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No sabemos qué le ocurrió a Ginesa de Heredia. Pero sí conocemos, gracias a los fantásticos fondos del Archivo Almudí, que retiró uno de los dos tornos que mantenía en la Aljufía en 1687. Miralles demostró que la mujer continuó negociando con la seda hasta finales de siglo, comprándola en cantidades similares a los demás torcedores.

Debía ser una murciana de armas tomar. Por ejemplo, en 1670, cuando otro torcedor, Salvador de Pablo, se negó a pagarle una deuda que había contraído con el marido difunto, ella no dudó en denunciarlo. Pidió que lo encarcelasen, como así sucedió, hasta que pagara la púa.

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Menos suerte, según el mismo autor, tuvo la señora María Espinosa, quien aguantó con su torno parado mientras su esposo, que era alférez en una compañía de Murcia, acudía «en socorro de Orán».

Las «mercaderas»

Existen más casos. El padrón municipal de 1676 recoge los nombres de Josefa Soler, Isabel de Silva, Isabel Cardoso y Francisca de Baeza, a quienes describe como «mercaderas». Ni una palabra sobre las mercaderías que vendían.

Algún documento de la época cita a Matea Carrilla, viuda del torcedor Ignacio Gómez y que seguía al frente del torno. Similar ocupación tuvieron, entre 1649 y 1678, mujeres como Ana Merlos, Ángela Sabiote, Josefa Soler o Beatriz de Baeza. Todas viudas. Y todas pesaron en esos años seda en el Contraste. Con un par.

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