«Si apoyo mi abanico en la frente, me eres indiferente»
La Murcia que no vemos ·
El increíble y olvidado lenguaje que nuestras abuelas emplearon para sortear el control y la censuraQuien anduviera buscando novio en aquellos tiempos en que guiñarle un ojo a alguien era una desvergüenza, solo tenía que colgarse un abanico en la ... mano derecha. Pero cerrado. Por el contrario, hacer lo mismo con la mano izquierda proclamaba a cuantos lo vieran que la chica, pues en los años de las abuelas era un adorno femenino, estaba comprometida. Los abanicos no tienen edad, aunque en los días calurosos resultan tan elegante como socorrido alivio para muchas. Y también para muchos, ya que aquella profecía del diario 'Heraldo de Murcia' en 1899 se ha cumplido: «Día llegará en que también lo usen los hombres, aunque hoy se limite su uso cuando se va a los toros».
Por esos años, era el abanico un objeto casi de absoluta necesidad. La industria los había puesto al alcance de todas las fortunas, «desde diez céntimos hasta cuatro mil pesetas», contaba el 'Heraldo'. Pero, aparte de gracioso complemento e instrumento infalible contra moscas y mosquitos, sin contar con su poder como arma contra los niños revoltosos, tenía un lenguaje oculto. Eran mensajes discretos aunque universales, acaso los más morbosos y que requerían cierta agudeza en la vista para descifrarlos.
Por suerte para los menos avisados, la prensa periódica publicaba de tanto en vez algún resumen de las posturas y su significado. Y no solo de los abanicos, que había otras armas al servicio del antiguo morbo. La revista 'La Juventud Literaria', allá por 1898 y en Murcia, no se andaba por las ramas. Bajo el título de 'Para las niñas solteras' proponía un artículo sobre el lenguaje de los guantes. Ya en el primer párrafo desvelaba que «llevar el dedo pulgar de la mano izquierda fuera del guante» significaba «deseo novio». Ríanse ustedes de las redes sociales. Por el contrario, si el dedo que se sacaba era el de la mano derecha, el mensaje cambiaba: «Estoy comprometida». Bueno, lo que los antiguos huertanos llamaban «hacer ascos con ganas de comer».
El catálogo de mensajes con los abanicos es interminable. Por ejemplo, cubrirse toda la cara con él denotaba interés por quien te mirara. Pero si únicamente se tapaba una parte del rostro era evidente que «todo ha concluido entre los dos», rezaba 'La Juventud Literaria'.
Tirarlo al suelo
Otros mensajes podrían causar algún problema de interpretación. Eso sucedía a veces cuando la mujer dejaba caer al suelo su abanico. Según la campiología, que hasta una ciencia tiene el lenguaje abaniquero, eso significaba: «Sufro y te amo». Sin embargo, en no pocas ocasiones, la caída del abanico no era premeditada, causando un colosal malentendido para aquél que creía haber recibido un falso guiño.
Otros mensajes eran más claros: Contar las varillas («deseo hablarte»), cerrado y apoyado en la frente («me eres indiferente»), abierto y apoyado en el corazón («ámame») o entregarle el abanico a alguien («mi corazón es tuyo») engrosan la lista de recados que se podían enviar.
Lenguajes aparte, en Murcia existe una gran tradición en la venta de abanicos y sombrillas, así como «quitasoles para caballeros», como los describía 'El Diario de Murcia' en 1880. Se trataba de un anuncio del entonces afamado Bazar Murciano, ubicado en la calle Alfonso, como intentaron renombrar sin éxito a la Trapería. En la propaganda se advertía de la llegada a la tienda de «grandes remesas de abanicos procedentes de las mejores fábricas de Valencia y del Japón». Y, cuidado, a precios «sin rival en el mundo entero». Para que digan que la globalización es cosa actual.
Unos años antes, allá por 1868, 'La Paz' reprodujo otro curioso anuncio bajo el misterioso título 'Que se va'. Quien se iba era «un comisionista que se halla de paso [en Murcia] y se detendrá unos días». El buen hombre ofrecía «un surtido de abanicos procedente de París, con dibujos modernos y de esquisito [con ese] gusto».
El comisionista no era el único que estaba de paso. José Ferriols, un fabricante valenciano, acostumbraba a pasar unos días en Murcia para ofrecer sus abanicos «de flores y caprichos». ¿Dónde? Pues a finales de mayo de 1882 vendía sus creaciones, como anunció 'El Diario', en la calle de la Frenería número 2, «próximo a la Catedral, frente al vaciador francés y a la Librería de Tornel, casa del señor Elgueta». No tenía pérdida.
Eran típicos anuncios durante el mes de junio, cuando la calorina ya estaba a punto de aplastar, con su inevitable fosca, la rutina de la ciudad. Otro de ellos, este firmado por el gran Martínez Tornel en su 'Diario' y en 1884, destacaba las ventas de abanicos en el mercado de los jueves. Y también el de peretas, «a cinco céntimos la libra, que entran en ella unas cincuenta y tantas. ¡Qué son peretas!». Como si de caviar se tratara.
Hubo un tiempo en que la ciudad de Murcia tuvo incluso su propia abaniquería. Se llamaba 'La Japonesa' y estaba ubicada en la calle Platería, justo enfrente de la Redacción de 'El Diario de Murcia'. Sus propietarios presumían en la prensa de la época de ofrecer «el mejor surtido de España». El periódico 'Línea' se hizo eco años más tarde, ya en la década de los 50 del siglo XX, de otro auge en el uso de tan histórico accesorio, al que se llegó a calificar como una «máquina de Estado». Lo que decía el gran catedrático de Derecho Romano de la UMU Jesús Burillo de las tres 'pes' que movían el mundo, aquí irreproducible. Quienes estudiamos Derecho lo recordamos. Y en esas llegamos a hoy, cuando el abanico vuelve a ocupar un lugar privilegiado en las manos de quienes desean aliviar la calorina que, desde que el mundo es mundo y Murcia su mejor tierra, nos aplasta cada verano.
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