Recreación con IA del pago de los mil ducados para el rescate del alcalde de Cartagena Pedro Monreal.
Fotohistoria de Cartagena

El rescate del alcalde cautivo de Cartagena

Viernes, 22 de agosto 2025, 23:38

Hoy presentamos a otro nuevo alcalde de Cartagena en nuestra incesante búsqueda que de todos ellos llevamos a cabo. Este, el licenciado Pedro Monreal Chacón, ... nos ofrece una historia impresionante, cargada de dramatismo, que nos permite comprender mejor hasta dónde llegaba en otros tiempos la responsabilidad y el sacrificio de quienes asumían el gobierno de la ciudad.

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Hay documentos que parecen dormir en los anaqueles de un archivo hasta que, de pronto, se convierten en una ventana abierta al pasado. Uno de ellos, conservado en el Archivo Municipal de Cartagena, guarda una historia con todos los ingredientes de una novela de aventuras: mar embravecido, corsarios, cautiverios, un alcalde en armas y la intervención personal del rey Felipe II. Es el relato del apresamiento del alcalde mayor de Cartagena Pedro Monreal Chacón y de su rescate gracias al apoyo directo de la Corona.

La pieza documental, fechada el 14 de diciembre de 1573 y con la signatura CH02130-00011, es una provisión real en la que Felipe II autoriza al Concejo de Cartagena a contribuir con 400 ducados al pago del rescate de su alcalde mayor, hecho prisionero por corsarios turcos en la costa del Mar Menor.

El siglo XVI fue un tiempo de zozobra para las costas cartageneras. Desde que los turcos se instalaron en Argel en 1516, el Mediterráneo occidental se convirtió en escenario de ataques constantes. Y aunque las grandes batallas navales fueron disminuyendo hacia la década de 1570, las incursiones corsarias crecieron en frecuencia e intensidad. Eran rápidas, imprevistas y devastadoras.

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El episodio revela varias claves de aquella época. Primero, la doble dimensión del cargo de alcalde mayor, que no se limitaba a impartir justicia entre pleitos y querellas y la administración del concejo, sino que lo convertía en jefe militar improvisado frente al enemigo. Segundo, la fragilidad de unas defensas que, pese a murallas y torres vigías, se veían desbordadas por la velocidad y audacia de los corsarios. Y tercero, la capacidad de la monarquía de Felipe II para implicarse directamente en la vida local, hasta el punto de intervenir en un rescate individual.

Pero hay algo más, casi intangible, que late en esta historia: la dimensión humana del poder. Ver a un alcalde, vestido no con el ropaje solemne del cabildo sino con el hierro de la milicia, luchar en la arena frente al mar y acabar engrilletado por corsarios otomanos, nos muestra hasta qué punto la frontera entre el honor y la tragedia era delgada en aquel siglo.

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En octubre de 1573, las atalayas divisaron barcos corsarios en la Manga del Mar Menor. El alcalde Monreal Chacón reunió a la milicia local y acudió a combatirlos. Sin embargo, lo que parecía una presa fácil resultó ser una trampa: los corsarios fingieron debilidad, y al lanzarse sobre ellos, los cartageneros cayeron en una emboscada. Murieron algunos hombres y el alcalde mayor fue capturado.

Su cautiverio causó consternación. No era solo un vecino apresado: era la máxima autoridad local, símbolo de la justicia real y de la defensa de la ciudad. Trasladado a Alicante, se fijó por su rescate la enorme suma de mil ducados, inalcanzable para él. Fue entonces cuando el Concejo de Cartagena decidió intervenir y solicitó autorización real para contribuir con parte de la suma.

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Felipe II y el rescate

El caso llegó al Consejo de Castilla y después al propio Felipe II. El monarca autorizó que el Concejo aportara 400 ducados, mientras que la familia del cautivo debía reunir el resto. Ese permiso, contenido en la provisión real de diciembre, selló la liberación del alcalde mayor.

Más allá del trámite administrativo, el gesto tenía un fuerte contenido simbólico: la Corona reconocía el valor y la importancia del sacrificio del alcalde, y la ciudad demostraba que no abandonaba a quien había asumido la defensa común.

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Hoy, siglos después, la distancia es abismal. No pedimos, por supuesto, que los políticos actuales salgan al campo de batalla con casco y armadura. Pero sí podemos reclamarles algo que parece haberse olvidado: la disposición a sacrificar algo propio por el bien común. Porque si miramos alrededor, lo que encontramos son dirigentes que rara vez arriesgan lo suyo, pero con facilidad exponen lo de los demás.

Ese documento de 1573 no es solo un testimonio administrativo. Es la memoria de una Cartagena en la primera línea de la historia, donde la vida cotidiana estaba marcada por la amenaza del mar. Nos habla de una ciudad que se movilizaba para liberar a su alcalde, de un rey que entendió que la dignidad de un representante valía tanto como la de un reino entero y de un tiempo en que el cargo público implicaba responsabilidad hasta las últimas consecuencias.

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Cartagena guarda en su archivo la memoria de aquel episodio. Nosotros, ciudadanos de hoy, deberíamos guardarlo en la conciencia. Porque sin ejemplos de entrega real, de servicio hasta el extremo, la política se convierte en un juego vacío de palabras. Y frente al eco de Monreal, que se jugó la vida en la Manga del Mar Menor, nuestros políticos actuales pueden quedar reducidos simplemente a administradores de corto alcance, gestores de intereses de los partidos, muy lejos de los que un día fueron capaces de empuñar la espada para defendernos.

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