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El abrazo que se resistió todo un año por la Covid
Carmen, de 80 años, recibe a sus dos hijas con discapacidad, que salen de la residencia por primera vez desde el inicio de la pandemia
Con las manos en la cabeza y lágrimas en los ojos, Carmen Rabadán, una vecina de Santiago El Mayor de 80 años, solo acertaba a decir: «¡Qué alegría más grande! ¡Cuánto tiempo! ¡Cuánto tiempo!». No había podido ver a sus hijas con discapacidad, Mari Ángeles y Mercedes, sin una verja de por medio desde hacía demasiado tiempo. Y allí estaban este viernes, en su puerta. De pronto. Por sorpresa.
En marzo de 2020 las restricciones de la pandemia llegaron a las residencias del Instituto Murciano de Acción Social desterrando el contacto físico del mapa sentimental hasta el pasado jueves. Solo un día después, el día del Padre se convirtió para Carmen en el mejor Día de la Madre posible.
Eso sí, para que Mari Ángeles y Mercedes llegaran ahí, al quicio de esa puerta en un quinto piso, fue necesaria la intervención de su otra hija, Puri Fuentes Rabadán, incapaz de disimular los nervios cuando horas antes de esta imagen llega al centro para personas con discapacidad de Churra con su marido Paco dispuesta a llevar a cabo su plan sorpresa. «No le he dicho nada a mi madre», reconoce risueña. Es de las primeras familiares en inaugurar el nuevo protocolo que permite, por primera vez en todo un año, llevarse a los residentes vacunados a casa por periodos mínimos de dos días.
Mercedes y Mari Ángeles, dos grandes discapacitadas de la residencia de Churra, estrenan el nuevo protocolo del IMAS
Antes de irse le ha contado a su madre que salía con Paco para dar una vuelta. «Ahora voy a llegar, le voy a dejar a las dos en la puerta y le voy a tocar el timbre», dice con unos ojos que irradian alegría. Sus hermanas, a las que aún llama 'las crías' pese a que tienen 42 y 58 años, tienen «un 97% de discapacidad». Del mismo modo, y siguiendo la lógica, a la residencia la sigue llamando «el cole».
Ninguna de las dos puede hablar. Mari Ángeles, «la pequeña», tampoco puede andar. Mercedes, que sí puede, aunque con ayuda, nació con asfixia por una desafortunada vuelta al cuello del cordón umbilical. En el caso de Mari Ángeles, una enfermedad rara le provocó una encefalopatía que le arrebató la movilidad y el habla. «Nadie ha sabido decirnos a día de hoy qué tiene», cuenta Puri. «Es como un bebé grande. Hay que hacerle todo».
Mari Ángeles también es una superviviente. En noviembre de 2018 la mandaron a casa con cuidados paliativos. «El médico nos dijo que no había nada que hacer. La tuvimos con sus goteros, con morfina, todo. Pero ella seguía comiendo. A la semana nos dijo la cuidadora: 'Hay que ingresarla otra vez porque esta persona no está para morirse». Hasta hoy.
Su madre, Carmen, ha pasado toda la vida en la lucha por cuidar de sus hijas. Una dura tarea a la que se sumó tiempo después el cuidado de su marido, enfermo de alzhéimer desde los 65 años y que hace cuatro que no está con ellas. La enfermedad fue debilitándole lentamente, hasta que terminó, él también, en una silla de ruedas.
«Las veíamos a través de una valla. No hablan. Solo querían que las tocaras y no podías»
La piel de gallina
Carmen nunca llevó bien las restricciones. «Me decía: 'Voy a ir y voy a caminar alrededor a través de las rejas a ver si las puedo ver –cuenta Puri–. Yo he venido un día y no puedo». Demasido difícil tenerlas tan cerca y tan lejos. «No hablan y la comunicación con ellas es de contacto. Lo único que quieren es que las abraces y no puedes», declara perdiendo por un instante el brillo en los ojos.
Por eso este es un día tan especial. Lo sabe también la enfermera Isa Vivancos, que ha preparado a Mari Ángeles y a Mercedes para irse a casa. «Es muy emotivo. A título personal, empatizo mucho con ellos, cuando ves que viene la hermana a recogerlas, que su madre no sabe nada. No puedo explicar lo que siento, pero me erizo. Me emociona mucho», dice remangándose el brazo izquierdo. Y no miente. Tiene la piel de gallina.
Entonces se abren las puertas y Paco y Puri pueden volver a tocar a Mercedes y a Mari Ángeles. «¡Qué ganas teníamos de veros!», dicen. Ellas les miran. No hablan. No hace falta.