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Aagentes arrinconan a un manifestante negro en Filadefia. Agencias
«La vida de los negros no vale una mierda en este país»

«La vida de los negros no vale una mierda en este país»

Minneapolis registra algunas de las mayores desigualdades raciales de Estados Unidos

mercedes gallego

Corresponsal. Nueva York

Domingo, 31 de mayo 2020, 23:50

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«¿De dónde sale tanto odio?», pregunta William Dafoe, en el papel de agente del FBI que examina fotos de linchamientos durante la película 'Arde Mississippi'. Más de medio siglo después, al policía Dereck Chauvin no se le fue la cabeza el lunes pasado por primera vez cuando asfixió a George Floyd con todo el peso de su cuerpo por haber comprado un paquete de cigarrillos con un billete falso de 20 dólares. Chauvin ya era un racista que se ensañaba con los clientes negros a la menor provocación, según cuenta su jefa en el club Nuevo Rodeo, donde se pluriempleaba como guardia de seguridad.

Tampoco esa llama prendió en Minneapolis por azar. La muerte de Floyd ha recordado que el imperio está desnudo. «A los negros nos han estado matando desde que yo era niño», recuerda Lorenzo Haynes, de 46 años, que tenía 18 cuando la Policía acabó a tiros por la espalda con la vida deotro adolescente como él, Tycel Nelson, al salir de una fiesta en 1990. «Ojalá hubieran reaccionado así entonces».

Y a medida que recuerda tantos prejuicios y tantas insidias este afroamericano amable y bien educado, que estudia Asesoría Legal, se calienta, se le cambia la voz y acaba espetando rabia y violencia para poder respirar. «¡Que se joda esta mierda! ¡Estamos hastiados!».

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«Los jóvenes que integran las manifestaciones y corren delante de la Policía tienen entre 17 y 22 años, como Emmanuel, que pide cadena perpetua para cualquier agente que mate a alguien, «negro, blanco, azul o amarillo», pero los que quemaron la comisaría y varias manzanas de edificios colindantes, después de saquear las tiendas y vaciar todas las licorerías de la ciudad, «te lo garantizo, esos eran mayores», asegura Haynes. «Han visto suficientes traumas en su vida para estar tan quemados».

Minneapolis es la tercera ciudad con mayores desigualdades raciales en cuanto a la propiedad. Sólo el 25% de las familias de color son dueñas de sus casas, frente al 76% de las blancas. Y tiene sentido, porque las negras ganan menos de la mitad que las blancas, 36.000 dólares anuales frente a los 83.000 que ingresa de media una familia blanca, lo que supone una de las mayores brechas raciales del país.

«Así nació este país»

La importante comunidad somalí de Minneapolis, que ha producido a la primera congresista refugiada de EE UU, Ilham Omar, ha generado la errónea impresión de una ciudad inclusiva que, según Haynes, es más generosa con los refugiados del mundo que con sus ciudadanos de color. «Hay barrios residenciales de blancos donde es imposible que a un negro le den un préstamo para comprarse una casa. Prefieren dárselo al que acaba de llegar. Y eso que nuestros ancestros construyeron este país con sus manos desnudas», dice recordando a los esclavos. «Así nació este país, matando, robando y violando, primero a los nativos y luego a los esclavos que se trajeron».

Algunos blancos creen entenderlo. «Les tratan como animales y luego se quejan de que reaccionen como animales», interpretaba Justine, un profesor de educación superior de 28 años. Pero para Haynes ésa es otra ofensa. «¿Qué se supone, que tenemos que seguir poniendo siempre la otra mejilla? ¿Es eso lo que hicieron ellos tras el 11-S?». Se sienten los hijos bastardos de EE UU. La dote está reservada para los «patriotas» que se envuelven en banderas y defienden estos días sus negocios con rifles y bates de béisbol.

Toda Minneapolis está desierta. El eco de las sirenas policiales estremece las calles, salpicadas de reyertas. No hay ni farmacias o tiendas de alimentación abiertas. Los hoteles han apuntalado las cristaleras con maderas y les han quitado los tiradores a las puertas. Sobre esos tablones han pintado los manifestantes sus clamores de «Justicia para George Lloyd», que hoy les representa a todos. «La vida de los negros no vale una mierda en ese país», lapida Haynes con rabia. «No es que no nos gusten los blancos, es que no confiamos en ellos».

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