Quince años sin Ramón Gaya

El contador de la vida acabó para Ramón Gaya el 15 de octubre de 2005. Eran las cinco y media de la madrugada, en la calle Poeta Querol 1 de Valencia. Tres días de luto decretaron el Ayuntamiento y la Universidad de Murcia. Contó Pedro Soler en la crónica publicada en LA VERDAD, que «la noticia sobre la muerte del pintor, aunque presentida, tanto por su edad como por el inesperado deterioro que su salud había experimentado en los últimos días, se expandió con rapidez por Murcia». Imperó el deseo de velarlo en Valencia en la intimidad. «La viuda, Isabel Verdejo, aunque con constantes brotes de lágrimas, según nuestras noticias, permaneció serena junto al cadáver de su esposo, instalado en el dormitorio habitual del domicilio familiar». La parquedad de su círculo, por la afectación de la pérdida de un artista cuya vida había estado «salpicada de sacrificios», se hizo patente. Manuel Fernández-Delgado, entonces director del Museo Gaya, eludió las redundancias: «Cuanto tenía que decir [Fernández-Delgado], en tan dolorosos momentos, quedaba reflejado en los quince años que llevo expresando mis sentimientos a través del Museo, y en los veinticinco que han pasado desde que le conocí».

Gaya es un clásico contemporáneo. Habitual en 'Verso y Prosa' de LA VERDAD, fue tan admirador de Picasso como de Velázquez y Rembrandt. Amigo de Juan Ramón Jiménez, discípulo de Joaquín, único viñetista de la mítica revista 'La Hora de España', refugiado errante entre México y Roma, repudiado por Diego Rivera... su figura y su leyenda, magnificada por selectos admiradores, sigue agrandándose. Su tumba, la número 71 del Cementerio de Nuestro Padre Jesús, guarda la historia del siglo XX.