Ted Bundy, uno de los nuestros
«Cuando veo a una mujer pienso, qué hermosa, me encantaría pedirle una cita y enseguida me imagino qué lindo sería ver su cabeza clavada ... en una estaca». Esta fue una de las últimas confesiones del asesino en serie Ted Bundy, poco antes de morir en la silla eléctrica. Solo cuando supo de su final inminente decidió, por fin, contar la verdad.
Durante los largos años que duraron sus juicios y escapadas de la cárcel negaba las acusaciones con fervor. Ponía buena cara, ensayaba su risa y su mirada atractiva a cámara. Estaba encantado de ser el centro de atención. Además de 'serial killer', Bundy era un narcisista de libro, pero también un sádico, necrófilo y un encantador de serpientes.
Bundy era alguien que pasaba por ser 'uno de los nuestros': blanco, culto, con dos carreras universitarias, 1,78 de altura y ojos azules. Era capaz de trabajar en el Teléfono de la Esperanza salvando vidas, ser el feligrés más activo y entregado de la comunidad mormona y llevar una vida completamente normal con Elizabeth Kloepfer y su hija. Era capaz de todo eso y, a la vez, ponerse un pasamontañas, golpear con un atizador de hierro a una desconocida, sodomizarla con la pata de una cama, llevar su cuerpo a una montaña y visitarla para 'gozar' de ella en estado de descomposición.
Explicó a unos amigos que es más difícil que te pillen si matas en un estado, entierras y abandonas los cuerpos en otro y eliminas el arma del crimen en un tercero. Esto lo dijo bromeando, como en un futurible, pero era realmente parte de su 'modus operandi'.
El guapo y elocuente Bundy convenció a muchas mujeres para acompañarlas en su coche, o que le ayudaran a cargar unos libros porque llevaba un falso brazo en cabestrillo. Su madre, amigos mormones y mucho del público femenino que seguía el juicio lo creían inocente. Incluso llegaron a pagar su fianza. Pobre víctima de la sociedad.
Hay dos hechos fundamentales en la vida de Ted Bundy. Aunque en su celda de muerte confesó y aseguró que había tenido un buen y cristiano hogar, la realidad no era tanto así. Su vida familiar 'convencional' sucedió durante los años en que su madre, que había sido madre soltera, se casó con un joven cocinero. Juntos tuvieron cuatro hijos. Ted era hijo bastardo y durante mucho tiempo le hicieron creer que era hermano de su madre. Un engaño feo. Que él fuese el fruto de la violación de su abuelo a Louise, su madre, era lo terrible.
Los abuelos de Ted eran personas extremadamente violentas y agresivas. El padre de Louise ejerció sobre madre e hijo abusos brutales, lo que hizo del niño Ted alguien tímido y asustadizo, que no desarrolló su capacidad de habla hasta casi la adolescencia.
Cuando Louise se casó con su cocinero quizá ya era muy tarde para Ted. Era el raro de los hermanos, dormía con cuchillos debajo de su cama, maltrataba e incendiaba gatos. Se llevaba a los niños pequeños del barrio a lugares ocultos para desnudarlos y golpearlos. Luego volvía a su casa como si tal cosa.
Ambición
De los catorce años datan sus primeros hurtos, y se sospecha que una niña desaparecida en el vecindario bien podría ser su primera víctima. Ted era repartidor de periódicos en aquella época. A Ted lo mandaron después a casa de un tío suyo que era todo lo que él ambicionaba en la vida: culto y con buena posición económica.
Bundy era extremadamente cruel y perverso. También inteligente. Dicen que el abandono de su primera novia le hizo desarrollar su fijación por las universitarias guapas, con pelo largo y raya en medio. Ted se rehízo del descalabro amoroso y creó una versión poderosa y segura de sí mismo. Volvió para reenamorar a Stephanie Brooks y, cuando lo consiguió, la abandonó, sintiéndose victorioso.
El resabiado Bundy comenzó sus agresiones en 1974. Sus dos primeras víctimas no llegaron a morir. Inició una carrera de agresor y matador de chicas. Y ya no pudo parar. Confesó 35 asesinatos, pero se cree que fueron casi el doble. Sin cuerpo no hay delito. Horas previas a su muerte quiso culpar a la pornografía de su sadismo.
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