Mary Bell, juegos de niños
La niña de 11 años Mary Bell estranguló en una casa abandonada a Martin Brown en 1968. El pequeño tenía cuatro años. Sucedió un 25 ... de mayo. Semanas después, cuando toda la chiquillería andaba de vacaciones jugueteando en el callejón de las ratas de Scotswood (Newcastle upon Tyne, Reino Unido) aparecía muerto Brian Howe de tres. Sí, también obra de Mary, una preciosidad de grandes y sorprendidos ojos. Un rostro angelical y esa tendencia a la perversidad que arrastró a la que fuera su compañera de fechorías, Norma Bell.
Antes de Martin y Brian, estuvo apunto de matar a otra niña. Norma Bell la sujetaba y Mary le llenaba la boca de arena del parque con el objetivo de asfixiarla. El padre de la víctima las descubrió a tiempo. Para entender esta historia necesitamos el contexto.
Scotswood en los años 60 era una localidad deprimida que aún no se había recuperado de los destrozos de la Segunda Guerra Mundial. Había paro, hambre, los chavales jugueteaban entre las ruinas y la demolición de los edificios dañados les servían de distracción en los largos veranos sin colegio.
Los primeros sacrificios de Mary Bell eran perros y gatos que encontraba por el vecindario. Atemorizaba a los niños. Sentía una curiosidad morbosa por ver a sus víctimas dentro del ataúd. La policía encontró pintadas en una farmacia que asaltaron las preadolescentes donde la propia Mary se atribuía el crimen de Martín. En el estómago de Howe grabó con una cuchilla de afeitar una N, a la que le añadió un palito. Harto trabajo para una niña de 11 años. No contenta con eso, le arrancó unos mechones de cabello y le extirpó el pene. El orgullo secreto de los psicópatas que necesitan notoriedad, fama, reconocimiento. Ese estúpido punto narcisista que los delata.
En esta historia hay una auténtica bruja del Oeste, con peluca y todo. Se llamaba Betty MacCrickett. Tuvo a Mary con 15 años y en contra de su voluntad. Odiaba a Mary con pasión. Cuando le acercaron el bebé a su habitación de maternidad, recién parida, pidió con rabia: «¡Llévense eso de aquí!».
Betty agredía a su bebé para llamar la atención de su familia. Intentó darla en adopción sin éxito. Su propia hermana se lo impidió.
Cuando Mary contaba un año, le proporcionaba una mezcla de estupefacientes con biberón. Con tres, la propia Mary Bell era quien los masticaba, escondidos entre trozos de comida.
Betty era alcohólica y poliadicta. Se prostituía para poder pagarse los vicios. A diario repetía a Mary lo inútil de su existencia, el gran disgusto que era tenerla en su vida. La empatía desapareció de Mary Bell muy pronto. Apenas reaccionaba a los golpes y la violencia de la madre y comenzó a repetir el comportamiento tóxico y psicopático que le profesaba su progenitora. Betty inició a Mary Bell con cuatro años en la prostitución. La ofrecía a sus clientes para que le hiciesen Dios sabe qué. Con ocho, el servicio era completo. Atroz.
Pervertidos y fetichistas
Cuando Mary ya estaba en prisión, su madre le pedía que posase de forma explícita y atrevida y vendía esas fotos a pervertidos y fetichistas. También vendía cartas, mechones de pelo. Contó a la prensa infinidad de historias de su hija, siempre pasando por caja. Las golpizas, los abusos, y quién sabe si las drogas alteraron la corteza prefrontal de la niña Mary, dijeron los médicos. Era incapaz de disociar el bien del mal.
Todos estos detalles los sabemos gracias al libro que escribió Gitta Sereny con el testimonio de la propia Mary. Primero estuvo en una especie de correccional. Después es un psiquiátrico. Demasiado pequeña para una cárcel. Era todo un dilema qué hacer con la cría.
Cuando contaba con 23 años fue liberada, ante el éxito de su tratamiento. La reina Isabel II consideró que bastante había tenido aquella pobre criatura. Que sería bueno darle una nueva oportunidad en la vida para ver qué era capaz de lograr por sí misma. Hoy Mary Bell es una feliz abuela. Tiene 66 años y gracias a un cambio de identidad, que supuso todo un hito en las leyes británicas, goza del anonimato que la permite vivir con cierta paz.
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