De niña admiraba a estas mujeres grandiosas, deslumbrantes en la pantalla de televisión. Llegué a conocer sus vidas hasta con cierta adicción, sobre todo en algunos casos como el de Rita Hayworth. Era una auténtica 'friki' de los años cuarenta y cincuenta. Adoraba las ropas, el estilo de la pelirroja y el brillo de todas ellas, supuestas mujeres fatales.
Eran tan jóvenes y lucían maduras, conocedoras de una verdad eterna. Sabían sin saber. Sabían que eran hermosas, pero desconocían las implicaciones que suponía contar con esos dones hasta que era demasiado tarde.
El 'star system' controlaba sus vidas, solo se desembarazan de esas imposiciones cuando ya no interesaban a sus jefes. Entonces, rondando la cincuentena se quedaban desamparadas. Sin trabajo, sin contratos millonarios y casi siempre solas. ¿Cómo no se iban a sentir por un momento mujeres de usar y tirar? Vivieron ingenuamente en una cuerda de alambre.
Cristina Morató habla de cuatro de estas actrices en su libro 'Diosas de Hollywood': Rita, Ava, Grace y Elizabeth. Además, ahora la ficción nos regala valiosos ejemplos de la madurez artística de estas mujeres como la serie 'Feud: Bette and Joan', centrada en la legendaria rivalidad de Joan Crawdford y Bette Davis.
Desde Kunta Kinte a nuestros días, pocas mejorías, que cantaba Mecano. Las actrices de Hollywood dejan de ser diosas cuando pierden su juventud, salvo el excepcional y reseñable caso de Meryl Streep. Una vez que cumplen los cincuenta muchas desaparecen de la pantalla, las que tienen suerte montan su propia productora y crean series que protagonizan o coprotagonizan y, si sigues en el candelero como Streep o Julia Roberts, te tocan papeles de mala. Así de simple.
Por suerte existen las plataformas digitales en las que grandes actrices arriesgan su patrimonio en proyectos creativos propios y triunfan. Es el caso de mi admirada Jane Fonda y esa desternillante serie 'Grace and Frankie' que nos enseña la madurez de las mujeres con todas sus caras. Y sí, aparecen señoras estupendas que con setenta años tienen novios más jóvenes que ellas y relaciones sexuales con sus compañeros o con vibradores que ellas mismas diseñan.
A pesar de los suicidas cánones de belleza que se nos imponen, le estamos perdiendo el miedo a la vejez, a la madurez. Me encanta cómo Fonda se ríe de sí misma en la serie y cómo es consciente de que se mantiene impresionante porque heredó unos buenos genes, tiene pasta para aburrirse y hacerse todos los retoques que quiera.
No solo eso. En la serie pone de manifiesto todo lo que conlleva la exigencia de estar perfecta siempre. En una escena se quita todo el maquillaje, las pestañas postizas unos hilos tensores que le sujetan la cara, el 'push up' y coge su bastón ¿De verdad te gusta lo que ves? Le pregunta a su compañero. Y por supuesto, le encanta.
A mi me hubiese encantado un 'happy end' como el de Fonda para Ava, Rita, Grace y Elizabeth. Todas merecían otra felicidad.