Hacerse mayor

Nunca me gustó el Nuevo Mundo, hablando de vinos, claro. Nada tengo en contra de la cumbia o de Frida Kahlo, pero los vinos nunca habían sido lo mío. Vivir es contradecirse. Equivocarse sin saberlo y saberlo luego. Cambiar de piel, de estatura, de pelo, de criterio.

En esta huida hacia adelante que me provocaron los treinta, el trabajo, los desamores o a saber qué, me fui a Argentina. Sin mucha idea de beber ese vino que no me llamaba, pero ya que estaba, fui a ver que tal.

Por recomendaciones de gente que sabe mucho más que yo, fui a Zuccardi, con más pretensión del que va a un parque de atracciones que a una bodega. Tremendo golpe de realidad. En pocas bodegas he estado que cuiden el suelo como ellos. A orillas de los Andes (literalmente se ve el Aconcagua desde la viña), reaccionan a su entorno como pocas veces he visto en ningún sitio.

Quizás en su nacimiento no fue así, pero igual que yo ahora, Zuccardi cambió hace unos años. Cambió a un enfoque más naturalista, menos intervencionista, donde lo importante son los suelos minerales, que esos Andes arrastraron hace millones de años, dibujando un mapa de color incomparable y que ellos ahora leen como nadie.

Interpretar el mundo es, de forma natural, pisar en falso, nada hay que objetar a lo que no puede evitarse.

Su Piedra Infinita Gravascal es probablemente el vino que mejor representa esa obsesión, proveniente de una parcela de suelos poco profundos, con enormes depósitos de piedras cubiertas de material calcáreo, lo hacen un vino muy terroso y elegante.

Pero esta fijación por el suelo no tendría sentido sin el cómo vinifican después. Es una bodega que apenas trabaja la madera, ni barricas pequeñas ni grandes. Solo algún fudre de tamaño sideral para sus vinos de corte más clásico.

Lo que hace aún más diferencial a Zuccardi es el parque de depósitos de cemento que invaden todo el interior de la bodega, como si de una escena del 'Dune' de Frank Herbert se tratara, cuando entras, el juego de sombras que genera esta suerte de arquitectura brutalista te deja claro que aquí lo importante es lo que llega del campo.

Si algo he aprendido este tiempo, es quizá que aprender es creer algo y describirlo, dar una lección, recibir información nueva, dejar de creer, equivocarse de nuevo, dar una lección, sorprenderse, dar una lección pequeña, optar por esperar, ser más prudente, reservarse la lección de la prudencia, formarse, ser paciente, empezar una lección sobre la paciencia y cortarla a tiempo.

A estas alturas, la mayoría de los lectores están familiarizados con mi obsesión por encontrar valor en Borgoña. A veces es el viñedo al lado de un viñedo más famoso. A menudo, es el viñedo situado a una altura que era demasiado fría antes del calentamiento global. Si bien no he abandonado mi búsqueda, estoy ampliando su alcance para mirar más allá.

Y en una línea prácticamente recta está Styria, en Austria. Está en la misma latitud general que Beaune. Y con los mismos suelos: piedra caliza y marga caliza.

Styria no es un recién llegado a la fiesta. Morillon, también conocido como Chardonnay, se planta en la región desde hace 200 años.

Entonces, ¿cómo es? Los días cálidos producen notas maduras de melocotones, muy parecidas a las que se encuentran en Borgoña. Mientras, las noches frescas mantienen una acidez y mineralidad vibrantes que ya no vemos tanto. El resultado es una Morillon(Chardonnay) madura y regordeta, pero elegante y fina.