El tiempo cuaresmal es de ayuno y abstinencia. Son privaciones que rememoran las que padeció Cristo en el ámbito de la semana de pasión, tras ... arribar a Jerusalén y ser sometido a todo tipo de vejaciones hasta acabar con su vida, que renace el Domingo de Resurrección y que para los católicos representa el marco de religiosidad en el que debería discurrir la vida.
El ayuno y abstinencia tiene otras lecturas, enmarcadas en la capacidad saludable de sus consecuencias, adoptadas en múltiples enfoques dietéticos y espirituales en los que el dominio del cuerpo y el espíritu se articula a través de privaciones conscientes. La abstinencia, incorporada formalmente en el siglo IV, ha tenido versiones con capacidad restrictiva variada. Inicialmente no se podían comer, entre otras cosas, ni huevos ni productos lácteos. La imposición, como siempre, agudizó el ingenio y se idearon formas de conseguir que los huevos se mantuvieran frescos cubriéndolos con una capa de cera líquida que debía mantenerlos durante toda la Cuaresma y una vez finalizada se reunían delante de las iglesias y se regalaban.
Conforme pasó el tiempo, se fueron incorporando formas de decorarlos para hacerlos más atractivos, convirtiéndolos en auténticos regalos. Pasó mucho tiempo antes de que la Iglesia bendijera la iniciativa, que llegó en el siglo XII, convirtiéndose en el genuino regalo símbolo de la resurrección, ahora interpretando que el huevo es signo de fecundidad y, en el fondo, de la propia vida. Se llega a asimilar el huevo con los cuatro elementos que configuran la naturaleza para los clásicos: la cáscara simboliza la tierra; la membrana, el aire; la clara, el agua; y la yema, el fuego. Mucho tiempo después, en el siglo XVIII, se vaciaban los huevos y se rellenaban de chocolate, que hoy se mantiene en pleno vigor. Se regalan deseando felicidad.
«La cáscara del huevo simboliza la tierra; la membrana, el aire; la clara, el agua; y la yema, el fuego»
Una forma de presentar los huevos es incrustados en una masa constituyendo las denominadas monas de Pascua. El término procede del árabe 'munna', que se regalaba para 'hacer boca'. Se data en el siglo XVIII, en que se propuso que el padrino o el abuelo debiera regalar al niño una torta confeccionada con el mismo número de huevos de la edad que tenía, con tope en los doce años. En el siglo XIX los huevos fueron sustituidos por dibujos y figuras de chocolate. Los pasteleros y panaderos han mantenido la costumbre en esos bollos confeccionados con harina donde incrustan los huevos, duros, que son seña y santo de la Pascua en el Levante español y otras partes del mundo por herencia cultural.
La mona se come de forma compartida en muchas familias de Cataluña, Valencia, Baleares, Castilla-La Mancha y Murcia. Las monas han sido motivo de fiesta donde se celebra la camaradería y se comparte este símbolo genuino, de origen que se pierde en el tiempo, y que se mantiene en alguna de sus formas.
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