Magoga, mantener el rumbo
El restaurante cartagenero eleva el producto de la comarca dejando a un lado la sorpresa y los efectismos propios de los restaurantes Michelin
María Gómez y Adrián de Marcos dirigen el restaurante Magoga de Cartagena, una Estrella Michelin, como un inmenso transatlántico que se otea en el horizonte. ... No hay cambios bruscos de dirección, ni de velocidad, incluso por momentos, si lo miras desde la orilla, puede dar la impresión que el barco no se mueve, pero si te fijas bien, te das cuenta de que la nave mantiene el rumbo y que se desplaza por el océano de las propuestas gastronómicas con un sentido claro y directo.
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En mi última visita a Magoga vuelvo a disfrutar de uno de los mejores servicios de sala de la Región de Murcia. El equipo de Adrián pilota solo y, aunque la visita del sumiller siempre se agradece, los camareros se mueven con maestría durante toda la experiencia. En esta ocasión no se lo ponemos fácil; una mesa de diez comensales con varias intolerancias bajo el brazo son la carta de presentación.
Aún así, toda la comida sale perfecta. La bajada de la puntuación en la sala no se debe al equipo humano, sino a un fallo repentino e inoportuno en el aire acondicionado que nos hace pasar un mal rato a los comensales y un mal trago a los camareros. Cosas que pasan.
En cuanto a la comida, entiendo que Magoga mantiene un rumbo firme de poner en valor la cocina de la comarca al tiempo que van contando su propia historia a través de los platos de una forma clara, equilibrada y técnicamente impoluta, pero sin ese punto extra que aporta la sorpresa o el giro inesperado que se espera de un restaurante de cocina de autor.
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8
-
Cocina
7/10
-
Cañidad/precio
8/10
-
Servicio
9/10
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Local
6/10
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Bodega
9/10
-
Precio medio Menú degustación de 120 y 95 euros más bebida.
De la experiencia destacaría la apuesta tan decidida por el pan, con dos espectaculares panes -brioche y rústico de masa madre con centeno- con mantequilla de oveja y con aceite, y la elegancia, profundidad y sabor de los jugos o caldos utilizados. Quizás podría mejorar la presentación del pescado con una beurre blanc, por desparramarse demasiado la salsa en el plato, pero la combinación del bogavante con matices de sobrasada; la anguila ahumada con el hinojo y el foie; la ventresca de atún rojo con higos en escabeche; o el cordero lechal de Calblanque son platos técnicamente impolutos, de un sabor y de una textura perfectos. Oda al producto, al minimalismo y al entorno.
Quesos y cafés
Estupendo carro de quesos -más reducido que el tablón de hace años-, al igual que el servicio de cafés del mundo con diferentes cafeteras que hacen vivir al comensal un momento único de servicio de sala, y correctos los postres de limón y de algarroba con los que terminamos el menú más alto, que no más largo, ya que lo que cambia entre las dos propuestas de degustación son algunos ingredientes, pero no el número de platos.
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Quizá los viajes de la pareja cartagenera hayan llevado a girar levemente el rumbo de Magoga hacia las tendencias europeas de mostrar el producto con una mínima intervención al ojo del espectador -aunque lleven procesos complejos-. Pero, en esta ocasión, la referencia cartagenera en gastronomía parece haber pasado de efectismos en la sala y en el plato a favor del producto de la comarca. Otra de las ventajas de ir a Magoga es que, de una vez a otra, todo cambia por completo, sin que te des cuenta de que el barco se ha movido.
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