Los europeístas contienen el aliento ante el auge de los extremismos
El ascenso de la derecha ultra en la Eurocámara y de la polarización ponen en tela de juicio el rumbo de las grandes políticas comunitarias
El auge de los extremismos ha sido una preocupación recurrente cada vez que en los últimos años se han celebrado unos comicios europeos, pero ... la posibilidad de que ejerzan una influencia determinante en las políticas comunitarias se ve en esta ocasión más cercana que nunca. Todas las encuestas vaticinan una mayor representación en la Eurocámara de los dos espacios políticos transnacionales de extrema derecha que representan los grupos Conservadores y Reformistas Europeos, donde se integran los eurodiputados de Vox y de los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, e Identidad y Democracia, donde en esta legislatura figuran el partido de Marine Le Pen, Agrupación Nacional, la Lega de Matteo Salvini o la AfD alemana.
En concreto, los sondeos más recientes indican que las fuerzas populistas de la derecha radical podrían convertirse en la tercera potencia del Parlamento Europeo. Y a eso se suma el ofrecimiento de Le Pen a Meloni para formar un supergrupo de la extrema derecha que ya parece ver con buenos ojos otro de los nacionalistas más destacados de Europa, Viktor Orbán, que tiene por objetivo aspirar a ser segunda fuerza tras el Partido Popular Europeo.
En España y la Región de Murcia se da por hecho el avance de Vox en las europeas. Según el último barómetro de la UCAM, publicado ayer, el partido de Abascal pasaría de un 11,2% del voto en la Comunidad al 19,3%.
La «esclerosis» de los grandes
El profesor de Derecho Constitucional en la UMU y codirector de la Cátedra de Buen Gobierno e Integridad Pública, Germán Teruel Lozano, apunta varios factores para explicar la subida de los populismos. «Hay un momento claro en que se empiezan a ver movimientos muy fuertes de contestación al sistema, fundamentalmente a partir de la crisis de 2008, y que se aprecian de manera más evidente por la esclerosis de los partidos clásicos. Es algo que en nuestro país es muy claro, pero el fenómeno está acompasado en toda Europa y casi diría también en los Estados Unidos». Teruel alerta de que «la historia nos ha enseñado que tenemos que temer a los extremismos especialmente cuando los grandes partidos colapsan. Es algo que aquí tiene que preocuparnos muchísimo».
Esa reacción adversa al sistema, tiene que ver también con el descontento con la clase política. Ismael Crespo, catedrático de Ciencia Política y Administración Pública y codirector del Centro de Opinión Pública de la Región de Murcia (Cemop), que lidera el proyecto de investigación de la Fundación Séneca sobre Polarización afectiva, subraya que «en los últimos barómetros, una de cada tres personas que emiten opinión señalaba que el principal problema que tenemos son los políticos, los partidos o los gobiernos. Y esa gente es carne de cañón para este tipo de formaciones».
Respecto a la economía, Crespo también se retrotrae a 2008, cuando se desató la mayor crisis de la historia reciente en Europa y que Bruselas batalló apostando por la austeridad en el gasto público. «Ahí se hacen fuertes movimientos que están reivindicando el papel de la nacionalidad como elemento fundamental de pertenencia a un territorio y como reacción a la situación económica; a veces, con la percepción de que la inmigración quita trabajo a los nativos, lo que hace que sectores que antes eran obreros, se sientan atraídos por la extrema derecha».
A más pobreza, más radicales
Diversos estudios han mostrado la relación entre las situaciones de necesidad económica y el ascenso de los populismos. Uno de los más recientes lo realizó el instituto Ifo de Investigación Económica de Alemania, y concluyó que las regiones con más personas en riesgo de pobreza y exclusión social son más propensas a votar a la ultraderecha. Los autores del estudio observaron que, por cada punto de aumento en la brecha de pobreza, la proporción de votos para los partidos de extrema derecha crecía hasta 1,2 puntos porcentuales.
Otro estudio publicado por economistas de la universidad de Bonn y el Sveriges Riksbank el pasado año, que analizó 200 comicios en Europa de los últimos 40 años, concluyó que las políticas de recortes en el gasto público reducen la participación electoral y elevan el voto a partidos extremistas.
Sin embargo, este descontento no lo ha capitalizado en Europa con el mismo éxito la izquierda. «En España, fueron los que empezaron en un primer momento la ola de populismo, con casos como el de Podemos. Pero esas formaciones con una matriz de izquierda no han terminado de cuajar en el tiempo de la misma forma que en el espectro opuesto», señala Teruel.
«No han logrado sustituir a las formaciones 'mainstream' y ocupar el espacio de los partidos socialistas o de izquierda tradicional –añade Crespo–, e incluso no han podido hacerlo con partidos ecologistas o feministas. La extrema derecha, en cambio, ya ha logrado hacerlo con la derecha en Hungría, Polonia, Dinamarca o Italia».
«La flexibilidad ideológica» es uno de los principales rasgos que el codirector del Cemop destaca de estos movimientos. Un arma de doble filo. Por un lado, «permite que personas conservadoras no racistas convivan con racistas y otros sectores de la extrema derecha. Esto ha permitido a partidos como Vox ampliar su base de votantes en España», destaca. Pero también tiene un coste a la hora de buscar un acción común. «Cuando estos grupos se consolidan, pueden surgir conflictos internos debido a la falta de un marco ideológico claro», apunta. «Por ejemplo, vemos actos como el de Vox con el argentino Javier Milei en España, cuando las diferencias ideológicas entre ellos son tan importantes o más que las que existen entre Yolanda Díaz y Feijóo. Realmente son dos polos opuestos, porque Vox no es un partido libertario», asegura.
La caja de resonancia
La polarización afectiva ensalza el odio y señala al opuesto como enemigo, y establece, en muchos casos, puntos de unión que se sustentan más en lo que se rechaza que en lo que se comparte, eliminando los puentes para encontrar puntos de consenso con el rival político.
A eso colaboran también las dinámicas de comunicación asociadas a las nuevas tecnologías, que fomentan «las cajas de resonancia», advierte Teruel Lozano. De modo que los ciudadanos reciben cada vez más mensajes afines a sus ideas previas, que ahondan en la polarización y hacen «que desaparezca la posibilidad de diálogo con el adversario».
«La situación es peligrosísima –alerta–. Si Europa sigue funcionando con cierta estabilidad política es porque la polarización todavía no se había trasladado a la Eurocámara. Que esto cambie puede dificultar la implementación de grandes políticas para afrontar desafíos como el cambio climático o la regulación tecnológica».
La Región de Murcia, entre las comunidades más polarizadas
Los últimos estudios publicados por el Cemop muestran la intensa polarización de la sociedad española y la Región de Murcia. La III Encuesta Nacional de Polarización Política, elaborada con entrevistas inmediatamente anteriores a las últimas elecciones generales, corroboró el incremento del fenómeno en el país en los últimos tres años a través de la medición del conocido como Índice de Polarización Afectiva, mientras que el Barómetro de Primavera de este año destaca los altos niveles de rechazo que los votantes de la Región de Murcia sienten por los partidos rivales. Salvo en el caso del Partido Popular, el resto de formaciones obtuvieron un alto rechazo en cerca del 50% de los encuestados. Además, según señala el codirector del Cemop, Ismael Crespo, «las últimas investigaciones internacionales señalan a la Región como una de las tres más polarizadas de España». Aunque advierte de que «hay que tener en cuenta la configuración política regional». En este sentido, destaca que regiones a priori con mayores conflictos, como País Vasco o Cataluña, aparecen como menos polarizadas por la fragmentación del espacio político. «Cuando tienes muchos espacios, odias menos a los que están más cerca de tus ideas en alguno de sus posicionamientos. Aquí, al final solo hay dos partidos, o dos partidos y medio. Con lo cual, la distancia es muy amplia, mientras en Cataluña hay muchas formaciones que comparten ideas en asuntos determinados», señala.
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