Vega Cerezo: «Vivir en el campo me ha ayudado mucho a equilibrarme»
Este sábado se presenta en Murcia su nueva obra, 'Los primeros fríos', donde habitan «nuestros valles, nuestros ríos, nuestros volcanes»
Le gusta esta frase de Patti Smith: «Dios no nos abandona nunca, somos lo único que conoce». La gusta a Vega Cerezo (Murcia, 1970), poeta ... que acaba de alumbrar un libro extraordinario, 'Los primeros fríos' (editorial Páramo), donde se cuenta que «todos hemos llegado a este mundo quebrando el cuerpo de una mujer» y otras verdades convertidas en una experiencia lectora altamente emocionante; lo más alejado del frío. He aquí una hoguera. 'Los primeros fríos' se presentará este sábado en Murcia, a las 12.00 horas, en el Espacio Molinos del Río Segura, en un acto en el que también participarán Victoria Clemente, Lucía Hernández, Ilu Ros y el músico Ginés Piñero. Debería recitarle la poeta a los asistentes estos versos de 'El oficio de amar': «Mi abuela me llevaba al campo en las tardes / silvestres y naranjas del verano del setenta y seis, / me ayudaba a escalar la piedra más alta del pedregal, / a extender los brazos con decisión y luego, / a volar. Mi 'abuela-pájaro' y yo».
–¿Qué encierra ese poemario?
–Un catálogo de movimientos de placas tectónicas que van creando nuestra geografía emocional. Ahí están todos esos fríos, esas alteraciones que, de alguna manera, nos han construido como personas y que forman nuestro mapa emocional, nuestra geografía interna, nuestros valles, nuestros ríos, nuestros volcanes...
«Creo que, como sociedad y como personas, enfermamos más conforme nos separamos de la naturaleza»
–¿Lo sigue siendo usted: volcán?
–Sigo siendo una mujer muy combativa, muy revolucionaria en muchas cosas, pero ya he aprendido a estar muy tranquila, serena, en otros momentos. Quizá esto se deba al hecho de haberme ido a vivir al campo, de estar mucho más conectada con el entorno natural. Creo que, como sociedad y como personas, enfermamos más conforme nos separamos de la naturaleza. Vivir en el campo me ha ayudado mucho a equilibrarme.
–¿Cuándo tomó esta decisión?
–En un momento vital propicio; quizá con 20 años no hubiera entendido un cambio así, pero voy a cumplir 54 este año. Ha sido un regalo poder disfrutar de este entorno que me nivela de un modo excelente, yo no había encontrado nada que me ayudase a disfrutar tanto de mi calma, al mismo tiempo que de esa capacidad combativa que le decía, en el sentido de continuar siendo esa persona que no pierde el empeño en intentar cambiar cosas. Esa calma de la que le hablo la agradezco infinitamente porque me ha llegado sin buscarla, de manera muy gratuita.
–¿Por qué Benablón?
–Es una de las catorce pedanías de Caravaca, una aldea pequeña, con una tienda y un centro social que hace funciones de bar y ya está. Realmente, ahora, viviendo en el campo, cojo más la azada que el lápiz o el bolígrafo. Qué placer jugar con mis perros, pasear, salir a correr entre la naturaleza, sentarme a leer y sentir que no me tengo que juzgar por no hacer nada productivo, que es algo que cuando estás en la ciudad parece que no te puedes permitir... Y luego está mi huerto, que poco a poco voy aprendiendo a trabajar. Ya comemos nuestros propios tomates, calabacines, higos, peras...
–¿Cómo dieron con la casa?
–Cuando la cogimos, lo tuvimos claro nada más verla, fue como si ella nos hubiese encontrado a nosotros; al principio lo hicimos como alquilados con derecho a compra. Recuerdo que nos planteábamos a veces que a lo mejor se nos había ido la cabeza y que dentro de una semana estaríamos tirándonos de los pelos. Pero íbamos cada vez más, y la pandemia terminó ya de darnos la puntilla: nos trasladamos allí y allí nos quedamos.
Familia
Vega Cerezo ha dedicado 'Los primeros fríos' a Juan [su pareja, Juan Rubio], a sus hijos Rocío e Iván, y a sus perros Kira y Coco; a los cuatro les dice: «Sois el calor que atempera mis fríos». Pero Coco ya no está: «Su muerte fue para mi familia un palo terrible que nos dejó marcadísimos».
–Contaron los árboles de su propiedad: 407.
–Ahora tenemos algunos más, porque no paramos de plantar. Los contaron un día Juan e Iván y me pareció una maravillosa pasada.
–¿Quién es la abuela Antonia?
–Mi suegra, la madre de Juan, que para mí ha sido como mi madre. Manejaba muy bien la más importante de todas las herramientas: saber amar a todo el mundo. Yo corregí 'Los primeros fríos' en la planta de paliativos del hospital donde estaba ingresada, ya muy malita. Todo el mundo la llamaba abuela.
–¿Y qué recuerda de su 'abuela-pájaro', Encarna, la madre de su madre?
–En los tiempos en los que nuestros padres sólo querían trabajar y construirnos un futuro a nosotros, y tenían muy poquito tiempo para juegos y decirnos que nos querían, ahí estaban ya las abuelas encargándose de cuidarnos, de decirnos siempre lo guapas que estábamos [ríe], de darnos muchos besos y de mostrarse felices de estar con nosotros.
Birkenau
–¿Sigue conservando en su escritorio el portarretratos donde prensó «las florecillas blancas / que crecían –luminosas– en el verano del dos mil diez /a la entrada de un barracón en el campo de exterminio Birkenau»?
–Sí, florecillas muy hermosas que crecían en un lugar donde se vivió tanto horror. Sólo la naturaleza tiene la audacia de inventar la belleza en lugares imposibles.
–¿Qué sigue procurando?
–Poner en valor el bien común, que creo que es algo que hemos dejado de hacer como sociedad. Estamos superindividualizados, muy perdidos en la vorágine y creyendo cada uno de nosotros que estamos en posesión de la verdad absoluta.
–Usted es presidenta del equipo de fútbol femenino de Caravaca. ¿Por qué?
–[Sonríe] ¡Por amor! [Ríe] Juan puso el equipo en marcha, dándole la oportunidad a un montón de niñas y mujeres de Caravaca que querían jugar al fútbol. Le faltaba gente para los cargos y me preguntó si me ponía a mí de presidenta. 'De lo que quieras', le dije yo, 'pero no sé ni lo que es un fuera de juego', añadí. Ahora estoy encantada con el proyecto, porque también es un espacio para la sororidad y para entender la diversidad; como las jugadoras aquí no pagan, las hay que no pueden pagarse ni una lentilla y otras que vienen de familias pudientes. Mi labor fundamental es la de buscar patrocinios. Ya contamos hasta con una pequeña biblioteca para uso de las jugadoras.
[Este libro de Vega Cerezo se publicó en marzo de este año «en recuerdo de las morsas de la Antártida y de todos aquellos animales que, como nosotros, ya no encuentran su sitio en este planeta»]
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