El San Juan de Salzillo se expone en el Prado
La talla forma parte de la muestra 'Darse la Mano. Escultura y color en el Siglo de Oro', que reivindica la imaginería barroca
La imaginería barroca policromada, el portentoso género sacro que floreció en la España de los siglos XVI y XVII, se ha tenido por un ... arte menor. Ahora el Museo del Prado la eleva a la categoría de arte mayor y la reivindica con la muestra 'Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro', que analiza el éxito de las tallas barrocas y su complementariedad con la pintura religiosa. Reúne hasta el 2 de marzo un centenar de piezas, entre ellas el San Juan de Salzillo para la Cofradía de Jesús de Murcia [realizado en 1755, saliendo por primera vez en procesión al año siguiente], confrontado las tallas de los grandes maestros del género con la pintura de la época en un formidable e iluminador juegos de espejos.
«Es una de las propuestas más singulares y fascinantes de los últimos años en el museo», asegura su director, Miguel Falomir. Con ella el Prado quiere «revertir ausencias y acabar con prejuicios y exclusiones, como hizo antes con el arte hecho por mujeres y con el procedente de otras geografías y otros materiales». «Solo el mármol y el bronce eran los nobles materiales del gran arte, y la madera policromada se consideraba inferior», explica Falomir. Pero hoy sabemos que en la antigüedad, tanto en Grecia como en Roma, todas las esculturas se coloreaban.
La exposición supone así una vuelta a los orígenes, conectando el arte barroco con el antiguo. «Señala el carácter doblemente clásico de la policromía», destaca Falomir. «Un romano o un griego se sentiría al verla menos extraño ante la talla del 'San José' de Alonso Cano que ante el 'David' de Miguel Ángel», aventura.
«Los españoles no hemos inventado nada; estas esculturas tienen un aroma del mundo clásico del que son herederas», ratifica Manuel Arias Martínez, jefe del departamento de escultura del Prado y comisario de la muestra. Ha reunido 98 piezas de temática sacra, muchas de sobrecogedora veracidad, con sus sanguinolentas laceraciones, lágrimas y expresiones de dolor ante el martirio. De ellas, 41 son esculturas, 35 pinturas y 21 estampas y grabados. Una veintena –12 esculturas y 9 pinturas– se han restaurado para la ocasión.
Frágiles
Muchas figuras se realizaron en la muy noble madera de nogal, que debía talarse «en buena luna», en el menguante de enero, cuando la savia estaba más baja para ser luego curada. La fragilidad de la madera dificulta la conservación de las tallas de grandes maestros como el murciano Francisco Salzillo, Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán, 'La Roldana'. Se exhiben junto a pinturas y grabados que bien las emulan y complementan o reproducen los mismos personajes, que en ocasiones parecen escaparse del lienzo.
Para el genial tallista Salzillo estaba claro que «el color no es un adorno, es la piel de la escultura», asegura el comisario, Manuel Arias Martínez
El benedictino Gregorio Argaiz advertía ya en 1677 que «cada figura, por perfecta que sea en la escultura, es un cadáver; quien le da vida, y alma, y espíritu es el pincel que representa los afectos del alma. La escultura forma al hombre tangible y palpable, más la pintura le da la vida». Para el genial tallista Francisco Salzillo estaba claro que «el color no es un adorno, es la piel de la escultura».
«Somos el número uno del mundo en escultura policromada», se enorgullece sin complejos el comisario, cuyo recorrido parte de una Venus romana en mármol del siglo I con restos de su policromía original, y dos frescos rescatados de Pompeya que reproducen a Diana y Apolo del Museo de Nápoles y confirman la importancia del color en la escultura de la antigüedad.
Se cierra la muestra con un conmovedor 'Cristo yacente' de Gregorio Fernández –tallado entre 1612 y 1916, de un verismo conmovedor, con las uñas y dientes de marfil y los cadavéricos ojos de vidrio– y con un 'Cristo del Perdón' tallado por Manuel Pereira y policromado por Francisco Camilo hacia 1650. Ante esta pieza, el teórico del arte Antonio Palomino (1650-1726) afirmó «que así la pintura como la escultura, dándose las manos, componen un prodigioso espectáculo».
«La muestra es una historia de encuentros. Evidencia como el volumen y el color se pusieron al servicio de la persuasión religiosa en la edad moderna a través de un conjunto excepcional de obras maestras», resume el comisario insistiendo en la íntima conexión entre pintura y escultura en los siglos XVI y XVII.
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