De cuando en cuando, me recordaba que tenía escrita mi necrológica. Aparentando su misma melsa, le contestaba: «Sabes muy bien que yo también tengo dispuesta la tuya». Entonces él, llevándose a la boca una almendra tostada, de las que era goloso: «¡Pues muy bien!». Y durante un rato ya no decíamos nada. Pepe Carreres nos miraba acostumbrado, aunque medio se enfadaba: «¡Sois gilipollas!». O ni eso. Si acaso, pedía otro platico de almendras. Nos lo teníamos dicho ya casi todo. Menos adiós.
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Tenía un estar sosegado. Como si nunca hubiera roto un plato. Desde esa indiferencia fingida, de pronto soltaba una desfachatez. Algo desconcertante que dejaba fuera de juego al interlocutor. Mientras lo hacía, abrazaba a la gente con la mirada y una ligera sonrisa. Entraba al mercado de Verónicas (uno de sus apeaderos urbanos -lo mismo que el Museo Gaya- y los vendedores lo recibían con palmas y olivas. Lo querían. ¡Cómo se les notaba que lo querían! En todas partes. Este año no va a poner el árbol de Navidad en la Redacción del periódico. Mejor sería no poner ninguno, en protesta por su ausencia.
Procuraba disimular sus buenos sentimientos, disfrazándolos, ya que no de perversos, de estrambóticos. Fingía ser insensible al entorno, para que no se le notara lo tan sensible que era. Cuando se convenció de que, al cabo de tantos años, me iba a casar de segundas con mi novieta de la adolescencia, no pudo aguantarse y se nos puso a llorar, el jodío de él. También lo emocionaba la compañía de Mar, su nieta, abuelo tardío como fue. La niña lo embobaba con sus maneras heredadas. Y entonces vino la enfermedad a estropearlo todo, a pesar de que llevaba años sin mordisquear aquellos puros retorcidos, que eran un rasgo de su ruralidad abaranera.
Y, luego, su pluma. La manera limpia y directa de ver el arte y mirar al artista. Juzgar sin daño para nadie, pero con la sinceridad noble del entendido. Escribir con desenfado, pero con hondura. Y sacar a la luz las esencias de la Murcia de antaño, desde el Archivo y la prensa antigua. Tertuliano imprescindible. Personaje de estampa: sombrero, barba y bufanda, deambulando por la Murcia de siempre. Ha dejado sin leer, aunque sí escrito, su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes, dedicado a Baquero Almansa, murciano ilustre como él mismo.
(Aquí te dejo, Perico, esta chorrada, que es como te gustaba etiquetar los trabajos -tuyos o míos- destinados a los lectores. Pero has de saber que, además de chorras, estos renglones los ha emborronado la pena en que nos has hundido a los que te queremos tanto. Perdona si la jodida necrológica no me ha salido a tu gusto. Quizás hubiera sido mejor habértela escrito y entregado en vida -que de eso presumíamos-, con la cabeza más despejada que ahora y la alegre satisfacción de que aún no te habías muerto. Lo habríamos pasado bien. Con la prosa, pero sobre todo con las almendras).
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