Arquitectura y sanación
Existen muchos ejemplos en los que la configuración de los edificios sanitarios busca maximizar el bienestar e incluso mejorar la salud de las personas
Estas últimas semanas la vida me ha mostrado su lado más implacable así que hoy no quiero empezar mi intervención sin agradecer sinceramente la profesionalidad ... y el cariño con el que ejerce su trabajo el personal sanitario; durante el siglo pasado fuimos capaces de construir un sistema cimentado en la excelencia y mediante el cual la enfermedad nos convierte a todos por igual en pacientes y no en clientes. Sin duda la Sanidad pública es un tesoro nacional al que debemos proteger. Dicho esto, lo que quería subrayar hoy es la estrecha relación que existe entre la experiencia hospitalaria y el espacio en el que esta se produce.
Existen muchos ejemplos en los que la configuración de los edificios sanitarios busca, además de cumplir con sus complejas exigencias programáticas, maximizar el bienestar e incluso mejorar la salud de las personas. Una de las obras cumbre de la arquitectura moderna es el sanatorio antituberculoso de Paimio (Finlandia, 1929-1933) donde Alvar y Aino Aalto sumaron a la indispensable funcionalidad una aproximación extraordinariamente humanista y sensible. El lugar cuenta con grandes terrazas en las que complementar los tratamientos con baños de sol y aire puro; los ventanales de habitaciones y espacios comunes, orientados al sur, aportan estímulos psicológicos como la luminosidad, la ventilación natural o la visión de la naturaleza e incluso el mobiliario fue pensado para favorecer la respiración de los pacientes.
En este sentido, hace unos años tuve la oportunidad de participar en un proyecto cuyo objetivo era actualizar la fachada del hospital Virgen de la Arrixaca para mejorar su eficiencia energética. En este caso planteamos que la mejora no solo fuera cuantitativa (incrementando el aislamiento y la estanqueidad de las carpinterías) sino que incorporase dos cualidades ligadas al confort: la ventilación natural y las vistas. Para ello propusimos que las ventanas pudiesen ser abiertas en posición oscilante con el consiguiente apagado automático de la climatización y por otro que en las fachadas en las que la protección solar cubría toda la ventana se eliminaran las lamas inferiores para que el paciente desde la cama pudiera ver el cielo y las montañas. Esta intervención se va realizando poco a poco conforme hay financiación y la presión hospitalaria lo permite. Ejecutada la primera fase, nosotros mismos pudimos comprobar que la atmósfera que se respiraba en las plantas reformadas era mucho más agradable que en las otras, el aire menos denso, los olores menos intensos, había más luminosidad. Además, las enfermeras nos confirmaron que los pacientes se desorientaban mucho menos en esas habitaciones y que ellas mismas trabajaban mucho mejor en las plantas reformadas.
Efecto balsámico
Como decía al principio, durante estas semanas he podido sentir en primera persona el efecto que producía en mi ánimo la configuración del edificio al que me aproximaba con temor e incertidumbre. Enseguida me llamó la atención que el lugar provocaba en mí un efecto balsámico. El acceso a través del profundo umbral me ayudaba a dejar atrás ruidos físicos y mentales ajenos a lo que me había llevado hasta allí. Después, la espera rodeada de ventanales a través de los que se colaba el sol invernal, la visión de las plantas que salpican los patios junto a la subida por unas escaleras amplias y luminosas, calmaban mi ansiedad y, por supuesto, estaba la ventana de la habitación para ofrecerme cierta evasión mientras miraba en diagonal a la chiquillería que jugaba en el patio de un colegio totalmente ajena a la enfermedad. Pero esa ha sido la experiencia del acompañante, mientras la paciente miraba con perplejidad y angustia esa misma ventana desde la que solo podía ver otra fachada llena de ventanas que la miraban a ella y de vez en cuando nos pedía que la abriésemos para sentir el aire fresco, pero era imposible.
Igual que el sistema sanitario ha hecho de la calidad profesional, pero también de la calidez humana, sus señas de identidad, creo que es importante asumir que tan reconfortante y sanador como un gesto amable o una sonrisa pueden ser la visión de un árbol, sentir la brisa o disfrutar de un bello atardecer.
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