Las pasiones amorosas que mueven al ser humano desde el principio de los tiempos tienen las más pintorescas consecuencias. El rechazo de la persona amada es difícil de digerir y genera reacciones de muy diversa índole. La historia de la música está plagada de compositores que sufrieron la repulsa definitiva de jóvenes idealizadas como «la mujer de su vida» y que trataron de mitigar casándose con sus hermanas.
Este tipo de estrategia matrimonial para no perder el contacto con el amor platónico fue compartida por músicos como Haydn, Mozart o Dvorak con desigual fortuna. Las cicatrices del corazón perduran para siempre y el hecho de consolidar un vínculo ya defectuoso de inicio, suele generar desdicha en todos los implicados.
El compositor checo Antonin Dvorak (1841-1904) era un adolescente sin recursos que tocaba la viola en el Teatro Provisional de Praga y que se enamoró de Josefina Cermáková, una joven actriz de diecisiete años que actuaba con éxito en ese escenario. El señor Cermak, padre de la chica y rico joyero de la ciudad, lo contrató como profesor de piano para sus hijas, así que pudo tener muy cerca a su deseada dama.
Sin embargo, Antonin era incapaz de manifestar sus sentimientos dada la distinta condición social entre ambos y decidió confesarle a Josefina su amor componiendo el ciclo de canciones titulado «Cipreses». La actriz era una mujer de éxito en el teatro y no mostró interés alguno por un músico desconocido hasta ese momento. Dvorak cambió de intenciones y dirigió su afecto hacia Anna, la hermana menor a la que también le impartía clases.
Antonin y Anna se casaron en noviembre de 1873 y cuatro años más tarde Dvorak sería el padrino del enlace de Josefina con el conde Kounic. Desde entonces, los dos matrimonios convivieron durante temporadas en la misma mansión de Vysoká, propiedad del conde, sin que surgieran problemas de relación ni motivos para los celos. El estatus social de Dvorak había cambiado y ya era un compositor reconocido. Josefina fue diagnosticada en 1882 de una enfermedad progresiva y sin curación y cinco años más tarde, Dvorak compuso el ciclo «Cuatro canciones» opus 82 mostrando su cuñada una especial predilección por la pieza «Kez duch muj san» («Déjame en paz»).
Durante el final de su estancia académica de tres años en el Conservatorio de Nueva York, Antonin escribió los últimos compases del concierto para violonchelo y orquesta opus 104. En ese tiempo presiente el final de Josefina e intercala una variación del tema preferido por ella en el segundo movimiento del concierto y decide retornar con la familia a su Bohemia natal. Tan sólo un mes después fallece el amor de su vida.