Camino a la libertad

Barbara Hendricks puede decirse que ha acompañado desde hace 50 años nuestros mejores momentos con sus extraordinarias versiones de, sobre todo, las canciones de Strauss y Schubert, y de música francesa y con sus poderosas interpretaciones de la óperas más célebres. Su elegante figura se ha engrandecido, además, gracias a un compromiso con la música de su tiempo no muy habitual en figuras de su calado (célebre es su participación en la 'Final Alice' de Del Tredici) y con su implicación en causas de gran repercusión social en defensa de los refugiados y de los derechos humanos en un compromiso permanente (37 años ya) con Acnur, lo que le ha convertido en un referente mundial no solo en el mundo artístico.

Si bien las excursiones por parte de cantantes liricos al ámbito no estrictamente clásico no suelen necesariamente funcionar, en el caso de Barbara Hendricks no ha sido así. Su espectáculo 'The road to freedom' ['El camino a la libertad'] con el que rueda por el mundo desde hace varios años, puede considerarse el peldaño final a un camino salpicado, desde 1983, por incursiones en el gospel, espirituales negros, tributos a Duke Ellington y jazz en general, que ha servido de notable e inteligente complemento a su fantástica carrera lírica.

Envuelta en el halo mágico de los que solo algunos artistas están dotados, su imponente presencia en un escenario tan austero como elegante es un regalo que resulta difícil de olvidar y que, por fortuna y para quien lo quiera volver a disfrutar, tiene su plasmación en una grabación de 2018 (casi exacta a la escuchada en el Auditorio). El espectáculo, intercalado por intervenciones solistas de los tres músicos que le acompañan (fantásticos los tres), es una invitación a la reflexión y a la esperanza; una reivindicación evocadora de la lucha de los esclavos por la libertad y el fin de la segregación racial liderada por Martin Luther King de quien, antes de cada canción, a modo de complemento reflexivo y en un más que notable castellano, utilizaba textos, algunos ciertamente emocionantes, que daban sentido a la música dotándola de un significado que los estupendos arreglos instrumentales enriquecían.

De esa forma, con una voz ajustada al propósito musical en el que se plantea el recital, desgranó 11 temas, con sus puntuales homenajes a figuras como Billy Holiday o George Gershwin además, plenos de la emoción que no abandonó a la sala en toda la hora y media de actuación. Desde la improvisación inicial del 'Feeling bad blues' de Ry Cooder hasta el 'We shall overcome' de Charles Tindley, el público, entregado, disfrutó de una voz poderosa y sobria, limpia y flexible (a pesar de sus 74 años), que utiliza los recursos adquiridos por una educación clásica (en la Juilliard School nada menos) pero que fusiona con rigor, belleza y sensibilidad con otros mundos tan aparentemente alejados.

Es difícil señalar momentos, quizás el 'medley' 'Summertime / Home / Sometimes I fell like a motherless child', como emblema de la fusión mencionada, con un impresionante final, 'We shall not be moved' o 'I wish I knew how it would feel to be free', de Billy Taylor y popularizada en primera instancia por Nina Simone que con su letra: «desearía saber cómo se sentiría ser libre, desearía poder romper todas las cadenas que me sostienen...» simboliza el mensaje de esperanza y defensa de un mundo mejor que representa esta maravillosa mujer.

Los entusiastas aplausos no hicieron más que refrendar el maravilloso momento vivido en un concierto para el recuerdo.

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