¡Está lleno de estrellas!
En la noche del apagón, muchas personas vieron un cielo sin contaminación lumínica
El 28 de abril de 2025 pasará a la historia como el día del apagón. Un corte de suministro eléctrico masivo dejó sin electricidad a ... la península ibérica durante horas. Fue una situación incómoda y preocupante en muchos sentidos, pero también trajo consigo un fenómeno inusual. Al caer la noche, muchas personas acostumbradas a cielos brumosos y desvaídos por la contaminación lumínica alzaron la vista y, por primera vez en años —o quizá en sus vidas—, vieron un cielo verdadero, un tapiz de estrellas brillantes, la Vía Láctea como un río plateado surcando la oscuridad.
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En las redes sociales se multiplicaron los mensajes de asombro con fotografías, vídeos y comentarios de todo tipo. Gente que no sabía que la noche podía ser así, tan llena de vida y de misterio. A mí, personalmente, me vino a la mente una frase inolvidable de la ciencia ficción. En '2010: Odisea dos', la secuela cinematográfica de la mítica obra de Kubrick, los científicos recuperan el último mensaje del astronauta David Bowman antes de su desaparición en el monolito. En él se lee una frase que ya había aparecido en la primera novela de la saga original de Arthur C. Clarke y que resume el asombro cósmico de aquel momento: «¡Dios mío, está lleno de estrellas!».
Pero, ¿por qué resulta tan extraordinario ver las estrellas? ¿Qué nos hemos perdido? La contaminación lumínica es uno de los grandes problemas ambientales de nuestro tiempo, aunque a menudo pase desapercibido. Consiste en el exceso de luz artificial que se dispersa en la atmósfera y borra el cielo nocturno. La iluminación permanente de calles, edificios, comercios y fábricas genera un resplandor difuso que oculta las estrellas, interrumpe los ritmos naturales de numerosos ecosistemas y termina afectando también a nuestra propia salud, desajustando los ciclos biológicos que, durante milenios, evolucionaron en armonía con la alternancia entre el día y la noche.
En el mundo actual, más del 80% de la población vive bajo cielos afectados por la contaminación lumínica. En Europa, esa cifra supera el 99%. Para muchas personas, la Vía Láctea –nuestro hogar galáctico– no es una experiencia directa, sino apenas una imagen lejana que conocen a través de libros, documentales o fotografías.
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Las consecuencias van más allá de lo estético o lo poético. Numerosos estudios muestran que la luz artificial nocturna desorienta a insectos polinizadores, aves migratorias y tortugas marinas. Altera los patrones de sueño de animales y humanos, interfiere en la producción de melatonina y puede contribuir a trastornos metabólicos y depresivos. Además, supone un enorme derroche energético y económico porque gran parte de la luz que lanzamos al cielo es simplemente malgastada.
Curiosamente, la humanidad lleva apenas unas pocas generaciones viviendo bajo cielos opacos. Durante miles de años, las estrellas fueron brújula, calendario, fuente de mitos, inspiración artística y científica. El firmamento nocturno enseñó a los antiguos a orientarse, a prever las estaciones, a soñar con mundos más allá del nuestro. El propio nacimiento de la ciencia moderna, con figuras como Galileo, Kepler o los hermanos Herschel, no puede entenderse sin la observación de ese cielo profundo.
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Hoy, sin embargo, estamos desconectados de esa herencia. El apagón del mes pasado nos recordó que, sobre nuestras cabezas, el universo sigue allí, esperando a ser observado. Bastaron unas pocas horas sin electricidad para devolvernos el asombro. La buena noticia es que la contaminación lumínica no es irreversible. Existen soluciones al alcance de todos, como instalar luminarias más eficientes, que apunten hacia el suelo en lugar de dispersar la luz; reducir el uso de luces innecesarias; apostar por tecnologías como el LED ámbar, que minimizan el impacto sobre el entorno... Algunos municipios ya han empezado a actuar, certificando sus territorios como 'Reservas de Cielo Oscuro' y protegiendo zonas donde el cielo estrellado puede apreciarse en todo su esplendor. En nuestra región tenemos zonas magníficas para la observación 'a ojo desnudo' como Inazares y el Macizo de Revolcadores.
Identidad
Recuperar el cielo nocturno es recuperar una parte esencial de nuestra identidad como seres humanos. La noche del apagón las miradas se abrieron a una belleza olvidada. Que ese descubrimiento no quede en anécdota. Que sea una llamada a replantearnos nuestra relación con la noche. Tal vez no podamos apagar el mundo cada atardecer, pero sí podemos aprender a iluminarlo mejor.
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Y quizá, si aprendemos a apagar nuestras luces con prudencia, podamos alzar de nuevo la vista y, como aquel astronauta perdido en la vastedad del cosmos, gritar con asombro: «¡Está lleno de estrellas!». Porque solo cuando dejamos que la noche sea noche, el cielo nos devuelve su fuego antiguo.
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