Borrar
Pedro Cano, en su Fundación de Blanca, delante de dos obras fruto de sus viajes. Nacho García/ AGM

Una sopa regalo de los dioses

La Universidad de Murcia edita el libro 'Pedro Cano. Cuadernos de viaje'. «He estado en los lugares más hermosos de la Tierra», dice el pintor de Blanca, a quien le encanta viajar, sobre todo por el Mediterráneo

Miércoles, 25 de abril 2018, 02:29

Comenta

Érase un día real de ensueño en la isla mediterránea de Kos. Un día de verano gozoso en el que el pintor Pedro Cano (Blanca, 1944) se sintió literalmente en el paraíso. «Allí, bañándote en mitad del mar, de pronto puedes disfrutar de un chorro de agua caliente que llega de no se sabe dónde y que es alucinante. Y, mientras te bañas, has dejado encargada, a una señora encantadora que cocina en la taberna que hay en la playa de arena oscura, una sopa de pescado de esas que resucitan a los muertos. Después de lo del agua caliente en mitad del mar, esa sopa es un regalo de los dioses», cuenta el artista, que hasta el 31 de mayo expone en Roma, en la galería Honos Art, su muestra titulada 'Roma. Memoria presente'. La memoria es para él una compañía impagable, un refugio privado y una fuente a la que acude en busca de inspiración y recuerdos felices. Y parte de esa memoria que tanto valora se encuentra plasmada, a través de su propia mano y talento artístico, en sus luminosos cuadernos de viaje que ha ido atesorando a lo largo del tiempo y del paso de muchos otoños y noches de luna. Son objetos de estudio, objetos bellísimos a los que está dedicado el libro que acaba de editar la Universidad de Murcia (UMU), titulado, precisamente, 'Pedro Cano. Cuadernos de viaje', profusamente ilustrado y que recoge textos de Alfonso Burgos Risco, Carmen Castillo Moriano, Alfredo Cuervo Pando, María González Sánchez y Antonio Nicolás Sánchez.

Sin duda, los viajes le han hecho ser quien es; viajes en los que se ha ido dejando gustosamente su capacidad de asombro, así como algunas caricias inolvidables bajo las estrellas o bajo unos útiles ventiladores de techo en casas en las que nadie hablaba su idioma. «He estado en los lugares más hermosos de la Tierra», dice sonriendo. Le encanta viajar, especialmente por el Mediterráneo, un territorio del que domina los secretos que guarda: dónde ver la mejor puesta de sol, darse el baño más memorable, creer ver sirenas, dibujar bajo los olivos, encontrarse delante de un café o un té con los ancianos más sabios, o en las orillas con los jóvenes que bucean a pulmón para intentar hallar tesoros... Necesita el Mediterráneo tanto como el pan nuestro de cada día.

  • Título 'Pedro Cano. Cuadernos de viaje'.

  • Textos: Alfonso Burgos, Carmen Castillo, Alfredo Cuervo, María González y Antonio Nicolás.

  • Edita: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia.

Y hay algunos, entre los lugares que ama y que ha pintado, que no dejan de acompañarle. «Lo más parecido a tocar el cielo lo experimentó en la isla de Patmos, donde San Juan escribió el 'Apocalipsis'. Su Semana Santa ortodoxa es algo increíble, de una belleza sobrecogedora y muy espiritual. Todo en esa isla es maravilloso. Allí encuentro paz, belleza, misterio; siempre deseo volver», reconoce el artista, que ha recogido en sus cuadernos parte de toda esa belleza que cita.

«Parecía el nacimiento de un mundo nuevo. Yo estaba allí, con mi cuaderno, para traerme conmigo toda aquella belleza»

Cuadernos de viaje habitados por arquitecturas que atrapan la mirada y por detalles muy sencillos: una rosa, unos higos, una granada abriéndose como un estallido de pasión, unas ruinas en mitad del desierto, una luz mágica, unas casas a las que querrías entrar... Imágenes de una elegancia reconocible que es marca de la casa.

Sus cuadernos de viaje son el resultado de una vida itinerante, impulsada por la curiosidad, y alimentada por el placer que otorgan la libertad y el contacto con gentes muy dispares que conocen todos los rostros del dolor y del gozo. Siempre pintando. «La pintura también me protege», explica. «Cuando viajas solo, por ejemplo, con la pintura te sientes acompañado. Me he encontrado con personas maravillosas durante mis viajes que se han acercado a mí porque estaba pintando», añade. De Pedro Cano, indica el periodista de viajes Paco Nadal que es un «viajero infatigable, curioso por vocación, documentalista necesario e indispensable de la mediterraneidad».

También habitan los olores en sus cuadernos de viaje. Por ejemplo, el olor a pescado; ni a oro, ni a incienso, ni a mirra. A pescado. Un olor que consigue que Pedro Cano sienta el impulso, cuando camina cerca del mercado murciano de Verónicas, de entrar para disfrutar, entre sus puestos cubiertos de hielo, de uno de los olores que más entrañablemente familiares le resultan y que más agrado le provocan. Eso, cuando está cerca de Verónicas, porque lo que no puede dejar de hacer, cuando viaja a Atenas, es acercarse a recorrer por la mañana temprano su monumental mercado central de pescados, «donde parecen estar vivos».

Son muchas las emociones en carne viva que Pedro Cano ha ido acumulando a lo largo de sus viajes. Una tarde, en una de esas islas casi deshabitadas en las que le encanta perderse, pintaba a contraluz en una tarde irrepetible. Acababa de cesar de llover. «Goteaba el cielo y daba la impresión de que la montaña se hundía en el mar. Parecía que se había terminado el mundo conocido y que asistía al nacimiento de un mundo nuevo», rememora el pintor, feliz por el privilegio de «haber podido estar allí, con mi cuaderno, para traerme conmigo toda aquella belleza». Belleza de la que formaban parte las barcas de pescadores regresando tras la faena.

En 'Pedro Cano. Cuadernos de viaje', se recogen estas palabras suyas: «Comencé a pintar de niño, y desde muy pequeño me inicié en los placeres del viaje. Mi madre nos llevaba continuamente a ver a parientes y amigos: la mayoría de las veces eran pequeños viajes por nuestra Región, otras veces eran al mar, donde mi padre había establecido una serie de relaciones con los pescadores que nos traían pescado que luego él vendía en Blanca. Después, al final del verano, nos empujaban hasta Castilla, al pequeño pueblo de Alatoz, donde todavía viven parte de nuestros parientes y de donde había salido nuestro abuelo Pedro Antonio, pastor trashumante y vendedor de azafrán».

Pastos frescos

Su abuelo «llegó al Sur buscando pastos frescos para su rebaño, escasos en los duros inviernos castellanos, y allí se casó con una muchacha de Blanca, mi abuela Josefa. Con toda seguridad, me dejó en herencia, no solo llevar medio nombre suyo, sino también concebir el movimiento, o mejor dicho, el nomadismo, como una forma natural de vida. De hecho, cuando la gente me pregunta dónde vivo, yo digo: 'En ninguna parte y en tantos sitios'. Es verdad que mis puntos de referencia -Blanca en España, Roma y Anguillara en Italia- son esenciales, pero difícilmente permanezco en esos sitios más de un mes. Siempre encuentro una razón para ir a Venecia o a Nápoles...». O a Marruecos, Estambul, la Capadocia turca, la ya citada isla de Patmos, el Dodecaneso griego, Siria, Jordania, el Yemen, Egipto...; lugares que han sido trasladados, en forma de atmósferas con alma a sus cuadernos de viaje.

Como señala María González Sánchez, el viaje no es para Pedro Cano el trámite obligado de un pintor para ilustrarse, sino que es su sistema de vida, su forma de ver el mundo: «De Montaigne a Goethe, de Velázquez a Poussin, de Lessing a Stendhal, discurren generaciones de viajeros que han hecho de su ir y venir por ciudades y lenguas, historias y hombres, el verdadero lugar de su experiencia y de su reflexión. Y de este grupo privilegiado de viajeros forma parte él, nacido en Blanca y que tiene muy claro cuál es uno los grandes placeres al alcance de todos: romper una granada y comértela».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Una sopa regalo de los dioses

Una sopa regalo de los dioses