Rafael Balanzá: «Hemos idolatrado el cuerpo y robotizado la mente, y estamos a punto de aniquilar el alma»
El autor de aclamadas obras como 'Los asesinos lentos' publica 'Muerte de atlante', que arranca con un feminicidio
No está nada mal: de él ha dicho Fernando Arrabal que lo lee «con gusto y susto», Luis Alberto de Cuenca que pertenece «a la ... élite de prosistas de su generación», y Ricardo Senabre que «acredita extraordinarias dotes narrativas para crear un clima de intriga y suspensión psicológica». Rafael Balanzá, afincado en Murcia desde 1986, regresa a las librerías con una nueva historia 'Muerte de atlante' (Algaida), que arranca cuando «la enfermera Fernanda Ramírez aparece muerta en su camarote durante una expedición promovida por una productora de contenidos audiovisuales». El objetivo de ese viaje, «liderado por Adrián Márquez en calidad de realizador, consiste en la grabación de un documental sobre cierta extraña formación submarina en algún punto del océano Atlántico próximo a las Bahamas, descubrimiento que podría relacionarse con el mítico continente perdido de la Atlántida». Reconoce Balanzá: «Igual que hace en su cine Woody Allen, propongo una trama criminal para desarrollar una reflexión moral y filosófica». Lo que el autor se planteó al inicio de la escritura de su nueva obra fue: «¿Por qué un varón nacido y educado en un país desarrollado, que se rige por valores democráticos e ideales de la Ilustración, decide un día que lo mejor que puede hacer es estrangular, acuchillar o quemar viva a su mujer?». La respuesta es compleja. «Esta es una sociedad infeliz y enferma. Los hombres infelices y frustrados que, además, son violentos, pueden acabar matando a sus parejas», indica el novelista, para quien «la cuestión es qué creencias y qué clase de valores pueden tener hombres semejantes. Y eso está conectado directamente con las creencias y valores de toda la sociedad». Por cierto, ¿por qué se le ocurrió situar la historia en un barco en medio del Atlántico? «Aunque la idea era anterior a la pandemia, marcharme a un barco con la imaginación durante el confinamiento fue, de alguna manera, una experiencia liberadora».
-¿Suele tener usted a menudo sensación de peligro?
-Sí, permanentemente. ¿Se acuerda de 'Misterioso asesinato en Manhattan', de Woody Allen? Ahí se dice eso de 'encerrados en un ascensor con un cadáver... ¡el colmo de un neurótico!'? Pues a mí no me hace falta ni cadáver, ni ascensor para sentirme en peligro [sonríe].
-¿Qué no somos?
-No somos bastante para nosotros mismos, lo cual es fuente de muchas frustraciones. Llevamos implícita la idea de la caducidad de la vida, pero hay algo que se ha ido imponiendo, incluso al miedo a la muerte, y que a mí me preocupa y también me da miedo, algo que se ve claro en 'Muerte de atlante': me da miedo la frialdad que parece dominar las relaciones humanas, me dan miedo las decepciones en el campo de la amistad...
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-¿Hay mucho de sí mismo en su nueva historia?
-Que Adrián es mi alter ego es evidente. Ser consciente de toda esa mierda de las relaciones humanas, de que te has volcado en amistades que al final no han merecido nada la pena... Y también puede que el que haya decepcionado haya sido yo, y que me haya decepcionado a mí mismo. A estas alturas de la vida, después de creer durante mucho tiempo que yo era un tipo generoso, por ejemplo, me doy cuenta de que soy mezquino. Son cosas que Adrián descubre en esta novela, en la que hace cosas que le llevan a asustarse de sus propios sentimientos o de actos que lleva a cabo.
-Hay tragedia en 'Muerte de atlante' para regalar, pero también humor.
-Es una novela bastante oscura, pero es cierto que también hay humor; ya me preocupo yo de que no falte, porque el humor es lo que nos salva. Ya sabe que cuando Franz Kafka les leía a sus amigos en una taberna de Praga el primer capítulo de 'El proceso', lo hacía descojonado. Buscaba que se rieran...; el humor es un respiradero para poder seguir viviendo. Hay mucho en la amargura de Adrián que tiene que ver conmigo, digamos que yo soy él en un 80%.
-Pero a usted la vida le ha tratado bien.
-Se podría decir que soy feliz a regañadientes, y lo feliz que puedo ser un personaje atormentado. La otra noche, en Madrid, tras una sesión de trabajo, me tomé unas cervezotas con unos amigos y, en un bar al lado de Ventas me comí unas berenjenas rebozadas. ¿Puede creerse que me sentaron como un obús de los que están utilizando en la guerra de Ucrania?
-Perfectamente.
-Tuve retortijones toda la noche, no paraba de retorcerme en la cama, me cagué en las jodidas berenjenas, me pregunté mil veces qué necesidad tenía yo de habérmelas comido, y le di cien mil vueltas a la entrevista que había hecho ese día. Cuando gané el Premio Café Gijón [por su aclamada novela 'Los asesinos lentos'] todo el mundo me felicitaba como si hubiese logrado hacer realidad un sueño, como si hubiese logrado subir a una colina a la que muchos sueñan con subir, pero yo me veía como un tío que huía de unos perros sabuesos y que acabó en lo alto de una colina para refugiarse de ellos.
«A mí me podría representar un tío como [Emiliano] García-Page, yo estoy donde está Javier Cercas. Todo este desbarre ya no tiene sentido, consumimos pienso político»
-¿Qué cita le viene a la cabeza?
-'El dolor y el sufrimiento son siempre inevitables para una gran inteligencia y un corazón profundo. Los hombres realmente grandes, creo, tienen una gran tristeza en la tierra'. Es de Fiódor Dostoievski. Adrián la cita en la novela, pero sin acordarse exactamente de ella. Lo que yo no le voy a decir es que soy un ser desgraciado, porque no estaría siendo justo con mi hijo y con mi mujer. ¿Sabe quién es Luisgé Martín? En su desafiante ensayo 'El mundo feliz' [Anagrama], dice que la vida es un sumidero de mierda, un acto ridículo o absurdo.
-¿Piensa lo mismo?
-Vale, yo no estoy en ese punto, en esa línea, también de [Emil] Ciorán, de la desesperación absoluta...; pero estoy cerca. A ver, Unamuno vivió bastante atormentado, pero no era Ciorán, ni Samuel Beckett, ni un pozo negro... Siempre en lucha permanente, pero hay esperanza.
-¿Por qué la Atlántida tiene tanta presencia en su novela?
-Para entender la desilusión y la decepción de Adrián, la Atlántida funciona muy bien como metáfora que opera a dos niveles: la Atlántida representa la felicidad inalcanzable, la felicidad como mito, la felicidad imposible; y, por otro lado, representa la cultura perdida, ese tiempo en el que la cultura, el arte, la literatura... importaban. Adrián echa de menos ese mundo en el que la cultura iba en serio, era relevante socialmente. Él quiere, por ejemplo, hacer un documental sobre el sufismo, corriente mística del Islam, y lo que le piden que haga es uno sobre el Triángulo de las Bermudas.
-¿Por qué le interesan tanto los asesinatos?
-El crimen nos lleva directamente a la yema del huevo frito, al corazón de los dilemas morales. Es ahí donde se revelan las pasiones humanas en grado sumo y donde son pertinentes todas las preguntas esenciales de la filosofía, empezando por la eterna de para qué vivimos. La cáscara del crimen a mí me ha servido para que me sigan publicando libros [ríe]. Yo utilizo los crímenes porque me permiten hablar de las cosas que me importan.
«Los hombres infelices y frustrados que, además, son violentos, pueden acabar matando a sus parejas»
Mito platónico
-Por ejemplo.
-Somos incapaces de querernos lo suficiente, no nos amamos lo suficiente. El último verso de la última canción del 'Abbey Road' de The Beatles contiene una verdad simple y pavorosa: «Y al final, el amor que te llevas es equivalente al amor que das». Digo pavorosa porque nuestra capacidad de amar es muy limitada y nuestra necesidad de amor infinita. Y esa brecha no hay quien la cierre. George Harrison se refugió en Dios al final de su vida, y creo que eso le ayudó a morir. John Lennon, en cambio, dijo: «Dios es un concepto por el que medimos nuestro dolor». Nunca nos parece que nos aman lo suficiente. Amor nunca tenemos bastante, pero darlo es otro tema.
-El presente.
-Le diría que de alguna manera somos atlantes. Vivimos en una sociedad altamente tecnificada, pero casi podría decirse que muy probablemente condenada a la extinción. El progreso material no se ha detenido, pero lo que yo percibo en la sociedad es que somos una especie de nueva Atlántida, repito que a lo mejor tan condenada a la extinción como la del mito platónico. Hemos idolatrado el cuerpo, hemos robotizado la mente y estamos a punto de aniquilar el alma. Somos una mezcla de Homer Simpson y de robots. Y ya, si hablamos más específicamente de España...
-... adelante.
-Creo que los representantes políticos que tenemos hoy en España son muy infantiles. y bastante amargados y estúpidos. Pero quizá sean los representantes que realmente merecemos, pues representan bien a la sociedad y a mi generación en particular, una generación meningítica e infantil.
«Pertenezco a una generación meningítica e infantil»
-La suya es la generación nacida en los 70.
-Sí, la de Pedro Sánchez, Javier Bardem, Jorge Sanz, Coque Malla, Maribel Verdú, Agustín Fernández Mallo...; una generación meningítica que no ha sabido realmente proponer sus propios relatos. Lo único que hemos sabido hacer es volver a los viejos proyectos, los dos carcomidos por la corrupción. Decir que en el PP hay corrupción para mí es una broma, porque es como decir que hay agua salada en el mar. También en el PSOE la hay, y sobre todo lo que hay ahora mismo es sectarismo. Yo soy más bien socialdemocráta, y me siento traicionado y abandonado por este Gobierno en el tema de la amnistía. Lo único que hemos creado nuevo son dos populismos, uno de izquierdas y otro de extrema derecha. Hemos vuelto a las cochinas madrigueras de toda la vida, con los políticos echándose paletadas de mierda unos a otros. A mí me podría representar un tío como [Emiliano] García-Page, yo estoy donde está Javier Cercas. Todo este desbarre ya no tiene sentido, consumimos pienso político. Además, en España desde el franquismo se huye con horror de la gerontocracia, a diferencia de lo que pasa en Estados Unidos, por ejemplo.
-¿Confía usted en las nuevas generaciones?
-Me obligo a que me provoquen esperanza..., tengo en casa a un representante de ellas [sonríe pensando en su hijo David].
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