Libro de la arquitecta ciezana Ana Morcillo Pallarés. DISEÑO EDITORIAL

Luces y sombras de la regeneración urbana

Domingo, 13 de marzo 2022, 08:54

Estos días he vuelto a abrir las páginas del interesante libro publicado por la arquitecta ciezana, afincada en Míchigan (EE UU), Ana Morcillo Pallarés, 'Oasis ... y vitrinas. La transformación del espacio público en Nueva York'. En este texto, publicado en 2019 por la editorial Diseño/Nobuko, Ana nos invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de la rehabilitación del espacio público, poniendo el foco sobre unos procesos que siempre prometen la creación de «espacios convincentes y agradables en los que se potencie la interacción social», pero que, en ocasiones, lo que desencadenan son dinámicas urbanas mercantilizadas y superficiales que llegan a provocar la disolución de los espacios para la ciudadanía en favor de los escenarios del consumo. Un marco en el que los valores de la convivencia se desdibujan como lo hacen las actividades urbanas que nos forman en ellos: reconocer, improvisar, jugar, cuidar, intercambiar, friccionar...

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El caso es que esa mirada hacia las luces y las sombras de la gran urbe neoyorquina me asoma directamente a lugares mucho más próximos. Uno de ellos es el espacio público generado por el soterramiento de las vías en la ciudad de Murcia. No soy la primera que, sin dudar de los buenos propósitos de una intervención rápida que evita el vacío mientras llegan nuevas realidades, no deja de ver en la actuación que se ha llevado a cabo una oportunidad desaprovechada para promover el encuentro y practicar el saludable ejercicio de convivir. Algo que, en un contexto cohesionado por la movilización, está garantizado que ocurriría, y, sin embargo, el sitio parece ordenado para repeler esa posibilidad. Sí, hay vegetación, bancos, papeleras y hasta carril bici, pero esos elementos ubicados de forma homogénea, inconexa y casi abstracta, no se hacen eco de las condiciones concretas de la zona, de la ubicación de la puerta de un instituto, de la cercanía de un comercio popular o de lo imprescindible que es la sombra.

Otro enclave controvertido es el de la regeneración urbana de Cartagena. En esta ciudad el fantasma de la especulación ni siquiera se esconde y las noticias sobre la reconstrucción del casco urbano y la recuperación de su formidable huella histórica se alternan con las que anuncian nuevas plazas de alojamiento turístico, casi sin solución de continuidad. Aquí, como diría Ana Morcillo, la combinación de intereses y acontecimientos que conforman la construcción del espacio colectivo presenta el claro peligro de seducir al usuario de paso y abandonar a los residentes habituales. Evidentemente, la industria turística es un atractivo nicho que cualquier territorio tiene derecho a explotar, pero está más que probado que la falta de armonía con, llamémosle el tejido estable, produce situaciones de extrema fragilidad.

En Cartagena el fantasma de la especulación ni siquiera se esconde, y en Murcia el soterramiento es una oportunidad perdida

Calibrar estos procesos de revitalización del espacio público es complejo. Nivelar la balanza y garantizar un resultado en forma de vida urbana sana y atractiva tanto para residentes como para personas en tránsito depende de tantos factores que podemos aventurar que no es cuestión de fórmulas magistrales, sino de voluntad política y tratamientos minuciosos a muchos niveles. Pero algunas pautas sí podemos rastrearlas a través de los éxitos y los fracasos de otras ciudades.

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Lo primero es recordar que el papel de las administraciones públicas tiene que ser el de mantener el equilibrio y defender, cuando se vea amenazado, el carácter público de la calle. Es ineludible gestionar con equilibrio el aprovechamiento de la vía pública para garantizar la convivencia entre todas las esferas, las etapas y las circunstancias de nuestra existencia.

Por otro lado, de las experiencias analizadas en investigaciones como la de Ana podemos extraer buenas prácticas basadas en la atención sobre la escala más próxima a las personas y a su experiencia diaria. En ahondar en lo cualitativo una vez que se cumple con lo cuantitativo; o en diseccionar la realidad en unidades sencillas que nos permitan abordar los proyectos con delicadeza hacia el contexto físico y humano que los rodea. Para ello es indispensable conocer en profundidad los lugares antes de actuar, algo que tiene en los procesos de participación ciudadana bien programados un gran aliado. Así es posible localizar los recorridos habituales, los más cómodos o los más lógicos, entender correctamente dónde ubicar las sombras, cuándo programar usos o si es necesario tratar las zonas de pendiente para evitar su disfuncionalidad y fomentar su uso.

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En definitiva, hablamos de entender el diseño urbano como una responsabilidad común y una poderosa herramienta para afrontar con ambición el reto del bienestar colectivo en la ciudad, así como la convivencia justa entre los beneficios económicos y sociales en nuestras calles.

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