La montaña mágica

'Almenara' es su primera novela. Su primera incursión en un mundo más puramente creativo, aunque, como se verá, nunca deje del todo las enseñanzas de la vieja rotativa, aquellas que sólo se adquieren a pie de campo, con el sagaz ejercicio de una de las profesiones más fascinantes y vocacionales que existen.

La historia de 'Almenara', que adquiere en estas páginas el valor simbólico y casi alegórico de una auténtica montaña mágica, con permiso de Thomas Mann, es muy sólida y, además, está muy bien contada, hasta el punto de atrapar al lector desde el primer párrafo, cuando todo este mecanismo se pone en marcha y nos dejamos seducir por una aventura que nos resulta verosímil y fascinante.

Estamos ante un personaje que cuenta en primera persona una historia que va desde noviembre de 2018 a diciembre del año siguiente, y un motivo: restaurar una vieja casa, casi centenaria, anclada prácticamente en mitad de la nada, en una pequeña sierra cercana al mar, amenazada por el progreso mal entendido. Y, en medio, distintas ramificaciones que contribuyen a darle mayor consistencia y encanto a un libro escrito con las virtudes propias del lenguaje periodístico, con esa agilidad y esa precisión indiscutibles, pero donde no faltan motivos propiamente literarios, como ciertas metáforas de belleza incuestionable. Así sucede, por ejemplo, en ese pasaje de carácter bucólico en el que aparecen unas algarrobas, ya maduras, que cuelgan de los árboles, definidas aquí como «lagrimones negros»; o esas otras pinceladas con las que Miguel Ángel Ruiz, siguiendo al pie de la letra las enseñanzas del gran Baroja, es capaz de definir a un personaje como el Curricán, que cuenta, desde ese instante, con toda nuestra simpatía, o las estaciones propias de esta tierra del Sureste, donde el otoño es una prolongación del verano y el invierno se extingue en un par de semanas.

'Almenara' es, además, un autorretrato con escasos retoques, en el que el autor intenta, una y otra vez, confundirse con el paisaje, convertirse en paisaje, para contemplar la vida desde el otro lado, y comprender a quienes no tienen palabras aunque sí una voz muy clara: los zorros, las aves del campo, que enumera y define con precisión, los lagartos, las abejas, los seres más diminutos de la Naturaleza, siguiendo así la línea de clásicos como Horacio y Virgilio, cuyos nombres y obras no están del todo ausentes en estas deliciosas y delicadas páginas.

'Almenara' es aún más valiosa si cabe no tanto por lo que expresa, es decir, por lo que percibe cualquier lector tras una primera mirada, sino por esa otra carga subterránea que comporta, por sus intencionadas elipsis, por todo aquello que deja en el aire como un misterio que alguien, con la agudeza suficiente, tendrá que desvelar. Miguel Ángel Ruiz, que se muestra como un defensor a ultranza de la Naturaleza, pero también como un «náufrago voluntario que disfruta de la oscuridad y del silencio», abre, además, en esta novela, que huele a campo y a hierbas aromáticas, varios frentes muy sutiles y extremadamente delicados, como la memoria personal de su padre y de un abuelo al que busca a través de unas escasas huellas, o la de una familia en la que empieza a faltar la sonrisa. Aspectos que el autor sabe cerrar con admirable pericia, dejando un resquicio por el que penetra un fino y dorado hilo de luz que sabe a nueva vida.