Jerónimo Tristante, tras las fiestas de Moros y Cristianos, en la terraza del Museo Arqueológico de Murcia. Andrés Molina / AGM
Escritor, articulista y profesor de Biología en el IES Cañada de las Eras de Molina de Segura

Jerónimo Tristante: «La Transición española no fue un proceso tan malo porque quizás estuvo diseñado desde fuera»

«Franco supo sobrevivir, sigue haciendo negocios con Rusia y con los países árabes, pero es también aliado de Estados Unidos. Al policía Julio Alsina ese tipo de cosas le sorprenden»

Domingo, 21 de septiembre 2025, 07:47

Jerónimo Tristante (Murcia, 1969) podría haber sido uno más de Locomía. Su manera de desplegar el abanico de elefantes no es que sea otra de ... sus extravagancias. Es que si no mueve un poco el aire alrededor se ahoga, se amustia. A la más mínima pierde la turgencia. El abanico, por cierto, no es un 'souvenir' de Tailandia, sino su última adquisición en el chino de la esquina. ¡Y cómo lo menea! Bueno, todos lo verán, sobre todo los que decidan acompañarle el próximo miércoles 24 de septiembre, en la sede de Fundación Mediterráneo en Murcia (junto a los Soportales de la Catedral), a las 20.30 horas, en una fiesta de presentación de '1973' (Contraluz, 2025), su último libro, con entrada libre y actuación musical de Oché Cortés, Toni Beteta y Casiano Piqueras, y en coloquio con la periodista murciana Tati García. Será dentro de la programación de la VIII Semana Internacional de las Letras de Murcia (ExLibris).

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Dice que si '1973' diera alguna vez el salto a la gran pantalla, sin duda, el personaje de Alsina tendría que ser interpretado por un actor de la Región de Murcia, Ginés García Millán: «Da el perfil del personaje, desde luego. Además, es paisano mío y un gran tipo». En '1973', Tristante recupera al policía adicto al Licor 43 que ya protagonizó '1969'. En esta ocasión, el autor nos propone un viaje a los últimos años de la dictadura franquista en Madrid, donde entonces «se cocía todo lo importante». Madrid, en efecto, es aquí «un escenario estupendo para un detective policial por las luchas internas del franquismo, que daba visos de agotamiento, y con ETA pululando. En realidad, la Transición se configura ahí. Franco estaba ya muy mal, y las distintas familias luchaban por la sucesión: los reformistas, los del búnker o las intenciones dinásticas de la mujer del dictador, por no hablar de Carrero Blanco... Una sociedad en cambio, en convulsión ante todo lo que venía».

-Su última adquisición, además del abanico de los elefantes coloreados, es una trituradora de papel. ¿Con qué intenciones?

-Los profesores tenemos que conservar los exámenes un año, y luego, cuando se pasa ese tiempo legal, los tenemos que destruir. Destruir papeles es algo hipnótico, y que conste que la mía es malísima. He pensado alguna vez en un personaje, quizás para la jubilación, que es ese escritor o profesor jubilado que resuelve casos. Un conserje de instituto va a llevarle unos papeles y le ayuda a resolver una historia. Sería en clave paródica.

-Sus personajes surgen de la nada, a veces ha sacado en las tramas a amigos suyos.

-En esta nueva novela sale solo un amigo mío, y dos de nombre. Cuando hago esto intento sacarlos tal como son o en la antítesis de lo que son. Es un juego que me divierte. Supongo que todos los personajes que saco tienen cosas de mí y de gente que he conocido. Es como cuando alguien hace canciones, estoy seguro de que la música que haya escuchado puede llegar a influirle. Pero cuando tú escribes no te psicoanalizas ni te paras a pensar por qué haces las cosas. A veces son los periodistas o los lectores en clubes de lectura los que te señalan cosas que tú ni siquiera has visto.

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En tragos cortos

  • La Transición. Encontramos a gente con más sombras que luces, pero que tienen calado político, como Carrillo y Fraga, que son personajes antagonistas. Para mí es un fenónomo interesante, hay un equilibrio inestable, con constantes asonadas como el 23-F.

  • La jubilación. Tengo 56 años y no pienso quedarme en la docencia más allá de los 60. Tengo muchos años cotizados. Yo he disfrutado mucho la enseñanza, me entero de muchas cosas por los alumnos, si no no tendría ni idea de qué es 'La isla de las tentaciones'.

  • La historia. Siempre he dicho que me gustaría tener una máquina del tiempo.

  • El abanico. Lo llevo en las clases porque no tenemos aire acondicionado, es difícil enseñar y aprender así, también me pongo unas gafas estridentes de flores para pasmar a los jóvenes.

-Víctor Ros.

-Es un personaje que le gustó mucho al público. [La primera vez que saca al personaje es en 'El misterio de la Casa Aranda', novela a la que siguieron 'El caso de la Viuda Negra', 'El enigma de la calle Calabria', 'La última noche de Víctor Ros', 'Víctor Ros y el gran robo del oro español' y 'Víctor Ros y los secretos de Ultramar', que en 2015 se convierte en serie televisiva]. Y ahora tengo a Alsina, y ¿por qué lo recupero en '1973'? Porque es un personaje que en la primera novela se redime y resurge de sus propias cenizas. A todos nos gustaría pensar que esto nos podría pasar. El público, el lector... empatiza más con personajes que tienen un lado humano, y características en las que puedan verse reflejados. Por eso no me gusta la figura del antihéroe. En el mundo policial siempre encuentras al policía chusco, borracho y violento que le pega a su pareja, y a mí me resulta difícil identificarme con esos personajes.

-¿Hará con Víctor Ros como los guionistas de 'Cuéntame' llegando hasta los tiempos actuales?

-No, tanto no. Este verano he estado escribiendo la séptima entrega de la saga, en la que Víctor Ros llega a Estados Unidos, y tengo escritos dos tercios de la novela. He parado para empezar las clases. De Alsina me resistía a hacer otra entrega, porque no puedes hacer sagas de todo, pero cuando los lectores te lo piden es porque les ha gustado. Si una historia gusta y los lectores quieren más, puede que escape un poco de tu control. Es lo que le pasó a Conan Doyle, pero a lo bestia, él tuvo que resucitar a Holmes porque incluso su madre le escribió una carta pidiéndoselo, le daban pescozones por la calle, vamos. A George R. R. Martin, escritor estadounidense, le pasa lo mismo. Y, en España, con los datos de índice de lectura que tenemos, que te pase esto es una bendición.

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-¿Dónde encontramos a Alsina?

-Él sale de aquí en el año 69, y al principio de la otra novela vuelve aquí en la Transición. De modo que tenía unos años en los que podía hacer más cosas con Alsina. En la primera novela monta un pifostio brutal y tiene que salir de España, consigue un material fotográfico comprometedor para los americanos y los franceses lo acogen, le dan la ciudadanía francesa y un dinero. El tío se quita de en medio. Y en '1973' lo encontramos de librero en Montmartre, ha dado un giro espectacular a su vida, que es muy tranquila, su mujer tiene una academia de idiomas, el amigo Ruiz-Funes trabaja en las galerías Lafayette con un montón de novios y encantado... pero viene la CIA y le hace un encargo. Y le plantean venir a España a investigar un parricidio en Puerto Rey, en Vera (Almería). El tío se mete en ese fregado. Como librero es verdad que está muy bien, pero Alsina lo que es de verdad es un buen madero.

-¿Qué España ve desde Francia?

-[Interrumpe la entrevista el abogado Pedro Rivera, exconsejero de Fomento, que corta su ruta; la curiosidad le mueve a integrarse en la conversación entre el escritor y el periodista en la terraza del Museo Arqueológico de Murcia. Tristante y Rivera hablan de cine, de Robert Redford y 'Spy Game', y se recomiendan 'Quiz Show', dirigida por Redford, ambos ponen por las nubes a John Turturro. Tristante lo despide con un «cuídate, nene»]. A Alsina le sorprende mucho que en su librería en París haya tantos clientes españoles, piensa que lo que va a vender más es literatura prohibida, pero los españoles allí compran los éxitos editoriales del momento, como 'Juan Salvador Gaviota' de Richard Bach y cosas así. Claro, leer 'El capital' de Marx allí no tenía ningún mérito, en cambio leer lo que la gente de España leía le hacía sentir una conexión con la patria perdida. Él piensa que en España se están comiendo los mocos, porque él no simpatiza con Franco, lógicamente, y cuando llega a España, y en cierto modo eso le molesta, comprueba que se ha producido el milagro económico del Opus Dei. España en ese momento era la octava potencia mundial por el turismo y por las divisas que envía la gente de fuera. Franco supo sobrevivir, sigue haciendo negocios con Rusia y con los países árabes, pero es también aliado de Estados Unidos. Eso a Alsina le sorprende.

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«Carrero Blanco era un obstáculo»

-La Guerra Fría está también muy presente en esta novela.

-Es que Franco se convierte en un aliado prioritario no, lo siguiente, de los Estados Unidos.

-¿Y Murcia?

-Alsina ya no asoma por Murcia después de la que lía. La Murcia del 73, a diferencia de la del 69, en la que exagero un poco el ambiente opresivo, porque en una capital de provincias al fin y al cabo no pasa nada, las referencias que tengo yo de amigos y conocidos es que en la universidad, por ejemplo, había algún movimiento que otro, pero no como en Barcelona o en Madrid. Murcia era un sitio provinciano, mal comunicado, y en ese aspecto no la he reflejado. A Alsina lo llaman para un caso concreto, de hace dos años, un francés ha degollado a su familia en una urbanización de lujo en la que incluso estuvo hospedado Orson Welles cuando rodó 'La isla del tesoro', y ha desaparecido. Me apetecía moverme en ese terreno del mundo del turismo y el despegue español.

-¿Cómo recrea esos escenarios?

-Un señor del Archivo me puso en contacto con un archivero de Almería, que me aportó mucho material. Tenía hasta programas de fiestas, de modo que este tipo de detalles te permiten vestir muy bien el muñeco. Van a comer y cenar a un lugar muy famoso, Terraza Carmona, donde actúan Luis Aguilé, Los Puntos y gente así. Quería contar cómo era ese fenómeno del turismo, porque no solo mete muchos billetes, sino que yo estoy convencido de que eso acelera el tema de la Transición. Lo de las suecas en bikini parece una tontería, pero te hace ver que hay gente fuera que vive muy bien, que tiene pasta y que son libres.

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Portada de '1973'. Contraluz

-Incluso John Lennon, líder de The Beatles, acaba en Almería.

-El líder y fundador de la banda de Liverpool estuvo en la capital almeriense en los años 60, donde dejó huella. La capital almeriense acoge en 1966 el rodaje de '¡Cómo gané la guerra!', dirigida por Richard Lester. En la presentación de '1973' seguramente Oché Cortés cuente una historia relacionada con la primera mujer de John Lennon y un atropello.

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-En 1973 usted tenía 4 añicos.

-Yo recuerdo, y eso es algo que conté en '1969', novela que dedico a mis padres, cómo era esa Murcia en la que yo crecía, el barrio de San Antolín y San Pedro. Era una Murcia más pequeña, todo el mundo se conocía, los yogures te los recetaba el médico. García Martínez escribió en LA VERDAD una historia sobre cómo era ser periodista en esa época y te rulas con todo eso que había. Hoy hay muchas cosas, pero entonces no se movía ni una hoja. Yo iba al colegio del Buen Pastor, en lo que ahora es infantil, con mi sobrina y los dos andando solos con el uniforme. Eso hoy en día es impensable. Había un solar cerca de mi casa y era como una selva para jugar al fútbol y al béisbol.

Carrero Blanco y «los de ETA»

-¿A qué hay que estar atentos durante la lectura de '1973'?

-Las novelas mías son más históricas que policiales, me dijo un lector una vez. Y este policía está ahí, y, en realidad, es un truco para mover al personaje en esa sociedad. Me interesa saber cómo era la situación política. Ya exploré en '1969' algo que me interesa mucho: el juego político del franquismo. Porque el franquismo no era monolítico, hay muchas facciones moviéndose, fue un juego de tronos auténtico que tiene también relación con algo que está en la novela, que es el asesinato de Carrero Blanco. No hay que perderse tampoco el origen de la Transición, y cómo el régimen se autofagocita, se autodigiere. Hay una frase cursi, que a mí no me gusta, que dice que en la novela negra la ciudad es otro personaje, pero es que en este caso Madrid es un lugar alucinante. Tenemos el juicio a los líderes de Comisiones Obreras, ETA pululando, los movimientos de sucesión... todo eso está presente en el día a día, la libertad, las discotecas, los yeyés... Y todavía hay penas de muerte en ese año 1973, en septiembre de 1975 son las últimas ejecuciones.

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-¿Por qué Alsina acepta volver a España y complicarse la vida?

-Le hacen un plata o plomo, llega el tío de la CIA y le hacen ese encargo. Porque Alsina tiene una habilidad para meterse en movidas gordísimas. Le ofrecen 75.000 pesetas de la época, y pasaporte. O le quitan el asilo y tiene que salir jopando, opta por volver claro.

-¿Qué tipo de lectores busca?

-Este subgénero de lo policiaco le interesa también a la gente que le gusta trasladarse a otra época y saber qué pasaba. Pienso que el asesinato con un coche bomba de Carrero Blanco [20 de diciembre de 1973] ofrece todavía muchas incógnitas. El comando de ETA que mata al presidente del Gobierno de España entre junio y diciembre de 1973 vive en un piso en Campamento, un barrio de Madrid, en la calle Mirlo. Ellos supuestamente son estudiantes, y bajan al bar de la plaza a jugar al mus, y todos los vecinos les llamaban «los de ETA» porque les oían hablar en Euskera. ¿Alguien se cree que cualquier portero o taxista no se iba a chivar? De hecho, se chivaron, eso ni se iba a mirar, y se miró. Un teniente coronel lo investigó, iban a entrar en el piso, pero hay una llamada a última hora y no lo hacen. Hay muchos factores raros. Hacen el atentado a 70 metros de la Embajada de EEUU, pegando martillazos en el bajo, se olía a gas... Hay una reunión misteriosa en el hotel Mindanao, citan a dos terroristas con un tipo que les da un sombre blanco y se va, y así se enteran de que Carrero Blanco va a misa todos los días al mismo lugar... El PNV tenía buena relación con la CIA, y Carrero Blanco era un obstáculo para la Transición. Porque quería hacer una alianza con Francia y obtener junto con Francia la bomba atómica. Eso a los americanos no les mola. Estaba en contra de la ley de asociaciones políticas, la ley de partidos. Había un diseño de la Transición, probablemente exógeno, de la CIA, los socialdemócratas alemanes, que era monarquía parlamentaria, OTAN, Comunidad Europea, y salió bien.

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-¿Por qué hoy se cuestiona tanto el proceso de la Transición?

-No fue un proceso tan malo, quizás porque estuvo diseñado desde fuera. Sin la complicidad de un sector grande del régimen no se hubiera pasado de una manera tranquila y pensada de una dictadura a una democracia. Y aquí eso se consiguió. Mucho se hizo.

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