Etimologías, querida
A veces encuentras una palabra, retuerces una nota, la luz del escenario da en tu lado bueno
Me mira a los ojos y me dice: qué bonito es seguir tu pasión. Yo me debato entre asentir o torcer un poco el gesto en señal de duda. Sí. Es bonito. Bueno. Es así. Pero no sabe de mi afición a las etimologías. La etimología es mi horóscopo. Mi tarot. Y no sabe que la palabra pasión, ese vocablo socialmente sagrado y exprimido que evoca inmediatamente una intensa emoción o un fervor que impulsa a las personas a seguir sus deseos con obstinación, esconde un origen algo más oscuro.
Ok, en el ámbito artístico, la noción de «seguir tu pasión» se ha convertido en una especie de mantra contemporáneo, una idea que sugiere que la felicidad y el éxito llegarán inevitablemente si nos entregamos a aquello que amamos. Sin embargo, una leve investigación etimológica nos puede llevar a un sitio algo menos plácido: seguir la pasión, en su sentido más profundo, implica inevitablemente el sufrimiento.
Y es que resulta que la palabra pasión proviene del latín passio, que a su vez deriva del verbo pati, que significa «sufrir» o «soportar». En su origen, passio (pathos en griego) se empleaba para describir el padecimiento de Cristo durante la Crucifixión, lo que dio lugar a la la 'Pasión de Cristo'.
El idioma siguió su camino, uso y costumbre, y «pasión» comenzó a abarcar otros tipos de sufrimiento, como el amoroso que no es correspondido o ese deseo desbordante e incontenible que atormenta profundamente a quien lo siente. Así que llegó el Renacimiento con sus perspectivas nuevas y sus óleos sobre lienzo y nuestra querida palabra diversificó su significado, comenzando a incluir emociones intensas más allá del sufrimiento religioso. Aun así, el peso del dolor nunca abandonó completamente su significado. De hecho, en muchos idiomas europeos, los términos relacionados con la pasión conservan esta connotación de sacrificio (passion en inglés, passione en italiano, passion en francés).
La miro a los ojos, ha llegado la cuenta y como la he invitado a cenar yo, pago, mientras pienso que la relación entre pasión y arte, que es en el fondo a lo que ella se refiere, es en realidad bastante paradójica. En la actualidad se nos anima a «seguir nuestra pasión» como si fuera sinónimo de placer y autorrealización. Sin embargo, desde su raíz, la pasión implica padecimiento, es así.
Los artistas se quejan de lo duro que es el camino, y aluden a la pasión como garante: «sigo mi pasión, no puedo estar equivocado, y a cambio sufro». Y ahí es donde pinchan en hueso: el sufrimiento es la esencia de la pasión, «idiomas, querida», o etimologías, más bien.
Pero, entonces, si la pasión conlleva sufrimiento ¿es el dolor un requisito para el arte?
No, hay gente que disfruta cada paso y cada lío en el que se mete, no se trata de una decisión teleológica que te lleve a la grandeza a través de un via crucis que termine en una catarsis feliz y llena de éxito, chicas y Dom Pérignon. Pero cuando alguien se queja, (y ojo, que cada uno se queja de lo que le sale del alma) de lo complicado que es vivir de la música, el arte o cualquier otra que sea su pasión, no estaría de más que tuviera en cuenta su propia redundancia. Así que quienes perseveran en el arte no lo hacen porque sea fácil o placentero en todo momento.
Y qué carajo, a pesar de su raíz etimológica, la pasión también encierra una dimensión de gozo y plenitud, y hay gente con trabajos que no le mueven ni una pestaña de emoción ni vocación y también andan cortos a fin de mes y pagan lo mismo de autónomo, así que, poniendo los gozos y las sombras en la balanza, casi mejor no rechistar demasiado.
Por lo tanto, aunque el arte demande sacrificio, este sufrimiento no es en vano. Hay veces, algunas, instantes fugaces, en los que encuentras una palabra, retuerces una nota, la luz del escenario da en tu lado bueno, un suspiro entre el público es evidente o simplemente, te sientes bien con lo que has hecho y entonces, contra todo pronóstico y aunque dure una sola milésima de segundo, parece que en esta vida, en este valle de lágrimas y suscripciones, por fin algo tiene sentido.
Y luego otra vez la pasión, el dolor y la falta de ingresos, pero oye, ese momento, ese instante, es alucinante.
Así que pedimos un uber, me lleva a su casa, y mientras subimos en el ascensor, le digo: «Recuerdas aquello que me decías de la pasión, pues tía, sí, en el fondo soy un afortunado».