Diego Sánchez Aguilar: «El fantasma benévolo de mi padre habita dentro de mí en forma de recuerdo»
Conversaciones de primavera ·
«De adolescente, y sobre todo de joven, empecé a admirarle, sin considerarlo ningún héroe, sobre todo por su bondad y su forma de estar en el mundo»Aviso: ha escrito un poemario excelente Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974). Se titula 'El nudo' y se alzó con el 49 Premio Nacional de Poesía ... Antonio González de Lama (Ayuntamiento de León). El jurado lo definió como «un poemario conmovedor en torno a una experiencia humana universal: la agonía de un padre y la consiguiente orfandad del hijo». Doctor en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, estamos ante un escritor de libros tan extraños como interesantes. Lleva unos años viviendo en Londres, en excedencia y dedicado a escribir en paz, mientras su compañera, María Luisa, da clases dentro del programa 'Docentes en el exterior'. La vida es un misterio, como lo es esa sensación que te embarga, como advirtiéndote del correr del tiempo que juega con nosotros, cuando «suenan como desde el fondo del mar, / las campanas de la mañana».
–¿Qué cree que le caracteriza?
–Suelo aceptar las cosas como van viniendo, me adapto bien a las nuevas situaciones.
–¿Qué tal en Londres?
–Muy bien, la ciudad me gusta mucho porque jamás se agota, siempre estás descubriendo cosas nuevas.
–¿Qué recuerdos de cuando usted era niño tiene de su padre?
–Tengo un problema con la memoria, y es que empiezo a tener recuerdos muy cerca ya de la adolescencia, y son muy pocos los que guardo de mi infancia. Recuerdo de esos años, sin ningún hilo narrativo y en un plan un poco poético, algunas sensaciones e imágenes sueltas. Y entre esas imágenes está la de mi padre enseñándome a nadar, un recuerdo feliz. Mi infancia no fue infeliz, ni dramática, ni nada de eso.
–¿Fue su padre su héroe?
–Supongo que pasaría, en esa infancia que no recuerdo mucho, por considerar a mi padre una especie de figura heroica y un referente de fortaleza, lo típico del niño que piensa que su padre lo sabe todo y puede con todo. Luego, ya de adolescente, y sobre todo de joven, empecé a admirarle, sin considerarlo ningún héroe, sobre todo por su bondad y su forma de estar en el mundo. Mi padre y yo teníamos unos intereses muy diferentes, sobre todo en lo referente a cuestiones de cultura. Como mucha gente de su generación, él no tuvo estudios universitarios, apenas estudió lo imprescindible. Trabajaba muchísimo, eso sí. No me servía como un referente intelectual o cultural, pero sí como un referente de comportamiento en la vida.
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–¿Qué le gustaba de esa forma suya de comportarse?
–Mi padre, que ya le digo que era bondadoso, estaba siempre pendiente de que todo el mundo a su alrededor estuviera cómodo y se sintiera feliz. Y nunca imponía su presencia, ni quería llamar la atención, ni buscaba ser el protagonista. Siempre estaba en un segundo plano y pendiente de los demás.
–¿A qué se refiere cuando trata en el poemario de la figura del padre silencioso?
–Creo que la generación de mi padre no estaba educada para compartir los sentimientos. Los padres jóvenes de hoy procuran mantener con sus hijos conversaciones sobre sentimientos, procuran interesarse por cómo se sienten sus hijos y les gusta que les hablen de ello. Mi padre y yo jamás hablamos de cómo yo me sentía, ni de lo que pensaba. Sabía que él me quería, que no me fallaría, pero eso no se manifestaba de un modo explícito.
–¿Qué enseñanza le ha dejado?
–Podría resumirse en la importancia que tiene la sencillez. La vida, dentro de toda su complejidad, en el fondo también creo que espera de nosotros que la vivamos con sencillez y con humildad. Creo que no hay nada mejor que proponerse ser buena persona por encima de todas las cosas, e intentar ayudar a los demás en todo lo que puedas. Yo intento alejarme todo lo posible de la vanidad y de la impostura.
–¿Estaba preparado para que su padre desapareciera de su vida?
–No es una cosa en la que yo pensara. Por supuesto, todos sabemos que un día moriremos y el horizonte de mi padre, que falleció con 79 años, no podía ser ya muy amplio. Pero, después, me di cuenta de que estaba preparado de una forma inconsciente y de que lo viví como algo natural, tanto su muerte como el proceso que le sigue. El poemario lo escribí hace relativamente poco, y mi padre murió hace cinco años. No es un libro escrito en el cráter del dolor, pasaron años hasta que decidí escribirlo, y en él han emergido muchas cosas sobre las que no pensé en su día, ni me dije a mí mismo.
–¿Cuándo tomó la decisión de escribirlo?
–Es que realmente no fue una decisión, fue una imposición. A mí, de repente una idea me empieza a martillear y se impone, se impone y no me deja espacio para otras ideas. No soy un escritor que busca un tema y se pone a investigar sobre él. Generalmente, tanto en poesía como en narrativa, se me imponen los temas y en ello las emociones tienen mucho que ver. Pero en este caso la imposición fue todavía más fuerte, porque era un libro que yo realmente no quería escribir.
«Nada sobre mí»
–¿Por qué?
–En ninguno de mis siete libros anteriores he escrito nada sobre mí, ni en poesía ni en narrativa. Incluso mis libros de poesía anteriores tienen como protagonista a un personaje de ficción, al igual que lo son los de los mundos que creo en las novelas.
–¿Cómo se le impuso?
–Los poemas me venían a la cabeza sin proponérmelo. A veces estaba tomando notas para otros escritos, o directamente escribiendo otra cosa, y los poemas me venían a la cabeza por su cuenta, sin mi intervención. Llegó un momento en que dejé de lado lo otro que estaba escribiendo y me di por vencido. Y lo acabé muy rápido; se escribió muy rápido y, ya le digo, casi contra mi voluntad, porque yo iba leyendo los poemas, y viendo hacia dónde iba el libro y la forma que iba cogiendo, y no me reconocía a mí mismo como escritor, ni reconocía mi escritura porque esos poemas era muy diferentes de todo lo que había hecho antes. Y me sorprendía el hecho de que los poemas nacieran ya tan maduros, y recuerdo que me gustaba cómo sonaban.
–¿Y qué pensaba?
–Me decía a mí mismo: 'Pero, ¿estás hablando de ti y de tu padre?, ¿cómo ha pasado esto?' Y también pensaba un poco en los lectores, aunque en el momento de la escritura yo no pienso en ellos. Los lectores que están acostumbrados a leerme, ¿qué iban a pensar de este poemario, cómo lo recibirían?
–¿Qué sintió usted cuando lo concluyó?
–Pues una sensación de paz, la verdad, de paz y de tranquilidad; una sensación luminosa, que va llegando conforme avanza el libro. Tiene tres partes: la más dura es la primera, que es de la enfermedad y el hospital; la segunda va sobre esa transición que supone el rito funerario, el velatorio...; y la tercera parte, la de la casa del fantasma, es mucho más luminosa. Esta última parte supuso como un fin del duelo. Esa imagen del fantasma estaba siempre revoloteando, un fantasma benévolo, un fantasma que iluminaba con su presencia cuando aparecía, un fantasma que me reconfortaba. Terminé el libro y se acabó el duelo: mi padre ha muerto y su fantasma está ahí en forma de un recuerdo, un recuerdo amable que está dentro de mí. Fue muy bonito acabar el libro con esa sensación.
–¿Morimos y se acabó todo?
–Sí, yo no creo en el más allá, ni en otra vida, ni en nada de eso. El fantasma benévolo de mi padre habita dentro de mí en forma de recuerdo; eso es lo que hay, y lo aprovecho.
–Otra cosa que llama la atención es el lenguaje tan sencillo que emplea en todo momento en esta obra.
–La sencillez, le digo también, no fue realmente buscada. Es decir, los poemas me salían así y luego ya, reflexionando un poco a posteriori, caí en que todos ellos hablan a mi padre o al recuerdo de mi padre o al fantasma de mi padre. Y también a posteriori me di cuenta de que esa sencillez podía tener mucho que ver con un cierto sentimiento de culpa que yo he tenido, o una vergüenza extraña. Precisamente, porque mis libros son en general difíciles y requieren de una implicación del lector. Yo siempre tuve esa espinita clavada de saber que mis libros a mi padre no podían gustarle. Él no era lector y sí muy futbolero. Sabía que mis libros mi padre no podía realmente disfrutarlos. Así es que creo que al crearse los poemas dirigidos a él, a ese tú que es mi padre, la sencillez se impuso de una forma no consciente. No era consciente de que eran unos poemas que tenía que entender mi padre, y de que deseaba que así fuese.
–¿Usted es futbolero?
–Yo no, aunque mi padre me llevaba a ver algunos partidos. ¡Del Cartagena, por supuesto!
–¿Usted es padre?
–No, no tengo hijos.
Burbuja
–Todos nosotros, ¿qué somos?
–Una especie más, y destructiva, dentro del planeta. Pero a mí, sin duda, lo que más importa de todo es el ser humano. Y el ser humano necesita a los demás, y a la naturaleza y a los animales. Estamos viviendo en una especie de burbuja de ignorancia, sin querer mirar la realidad. Tenemos al elefante en la habitación, ¡el cambio climático!, y no lo miramos.
–¿Cómo es usted?
–Soy muy apocalíptico, pero no derrotista [sonríe]. Y también soy muy reivindicativo socialmente.
–¿De qué tiene la sensación?
–Sé de lo que no la tengo, y no la tengo de que me falta algo, ni de que merezca algo más. Yo no creo que me merezca más de lo que tengo, ni que esté siendo injustamente tratado por la vida, ni por nadie, ni por el mundo, ni por la sociedad. Estoy agradecido a la vida, y a mis amigos, mi familia y a mucha gente. Me siento muy afortunado.
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