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Lunes 25 de mayo

Fase 2. Camináis hacia algo parecido a la normalidad.

Retomas la escritura de la novela. Abres un nuevo cuaderno. Pones el título y la fecha de inicio. Lo necesitas para moverte directamente hacia delante con todas las posibilidades a tu disposición. No puedes empezar un proyecto nuevo en un cuaderno en el que hayas escrito antes. Es una de tus manías. El ritual del nuevo comienzo. El estreno de la escritura.

Ya has diseñado los personajes, la estructura, muchas de las escenas centrales. Tienes el mapa en la cabeza. Y comienzas a escribir desde el principio, sin mirar los esbozos y fragmentos, como si todo lo hubieses metabolizado en tu interior.

Escribes durante varias horas seguidas y sientes cómo se te va cargando el cuello. Ya lo has dicho aquí: es el músculo de tu escritura. Hoy lo notas especialmente cargado. Pero no puedes frenar. «Levántate y estira cuando empieces a notar el dolor», te ha comentado en más de una ocasión el fisio. Sabes que tiene razón, pero no puedes hacerle caso. Porque hay momentos en los que no te puedes levantar. Momentos en los que levantarse es arriesgarse a perder lo que va a venir. El ritmo del cuerpo y el de la escritura no siempre coinciden. Los músculos cansados o las funciones corporales –la sed, el hambre, las ganas de ir al baño– van por un lado; la cabeza y la historia, por otro. Escribes muchas veces contra el cuerpo. Notas esa batalla. Sabes que fluye cuando experimentas esa tensión de fuerzas.

Por la tarde, paseas con Raquel por la ciudad. Si no fuera por las mascarillas, parecería un día normal. Gente por la calle, sentada en los bares. Pero es solo la apariencia. De regreso a casa, pasáis por una de las panaderías del barrio, una pequeñita y hípster a cuyas empanadas te habías aficionado. Ves el cartel de 'Se traspasa' y se te encoge el alma. El virus ha hecho estragos. En los cuerpos, en las vidas, pero también en todo lo demás.

Martes 26 de mayo

Examen virtual temprano. Te levantas para comprobar que todo funciona bien. Están todos los estudiantes. Pasas lista. Aclaras dudas. Y luego desconectas para que trabajen tranquilos. Es el examen que te habría gustado hacer a ti, sin prisas.

Cambias de cafetera. Tomas varios cafés al día y estos meses has acumulado cientos de cápsulas en una bolsa. Aunque las llevas a reciclar, por primera vez las has visto todas juntas. Se ha acabado la máquina de cápsulas. Al menos, todos los días. Decides comprar una cafetera de émbolo. La has visto en más de un hotel y siempre te ha llamado la atención. Te gusta el café que sale de ahí, largo, americano, como el que te acostumbraste a tomar en Estados Unidos.

Nada más llegar, la pruebas con el café que trajiste de Cali. Solo por el ritual merece la pena. También es un modo de frenar el tiempo.

Muere Figueroa, uno de tus ídolos de la infancia. Tu hermano te llevaba a la Condomina y os sentabais en el Fondo Norte, detrás de la portería. Recuerdas la emoción cada vez que chutaba. El campo entero gritando 'Gol, Gol, Gol' y tú, escondido detrás de tu hermano por si el balón se iba a la grada y te golpeaba. Entrenaba chutando piedras en Honduras, comentaba la gente. Y tú te lo creías. En el colegio también tú chutabas fuerte. Como Figueroa, te decían. Pero en ese momento tú renegabas de tu ídolo. No querías ser el gordo que chuta fuerte al balón. Y comenzaste a dar pases perfectos y colocar el balón en la escuadra. Como Guina. Eras lentísimo, pero tenías técnica. Renegaste de la fuerza. Ahí y en todo. Eras grande, pero delicado. Grande y cobarde. Grande y empequeñecido.

Miércoles 27 de mayo

Te levantas temprano y continúas escribiendo. Terminas el primer capítulo de la novela. Quince páginas.

Escribes ahora por la mañana. No eres consciente de que has cambiado los hábitos de escritura hasta ahora mismo, cuando piensas sobre esto. En las conversaciones y en las entrevistas dices que eres un noctámbulo, que tu cabeza comienza a funcionar bien por la noche, que es después de cenar cuando llega el silencio y comienza a fluir la escritura. Pero eso era antes. De un tiempo a esta parte –el último año, poco más–, has comenzado a escribir por la mañana. Quizá porque duermes menos. O porque te vas a la cama con Raquel, cada vez más temprano.

Quizá también eso ha transformado tu manera de entender la escritura. Antes escribías con luz artificial, en penumbra, con la luz del flexo como si fuera una candela. Estabas sujeto a la imagen romántica del escritor, que se adentra en la madrugada hasta que lo vence el sueño. Ahora comienzas a escribir con la luz de la mañana. El tiempo de la escritura también es diferente. En la noche escribías con la urgencia del acabamiento –el día siguiente es siempre un enigma–. La mañana, en cambio, te permite la pausa, la reflexión. Hay mucho día por delante. Siempre que nadie te interrumpa. Esta es la clave. Por la noche, el mundo está parado. Por el día, necesitas desconectarlo todo para aislarte.

También por el día eres tú –y no solo tu cuerpo, vencido por el sueño– quien decide cortar, frenar, terminar la jornada de escritura. Por la noche es la escritura quien domina. Por la mañana, el escritor.

No tienes más remedio que reconocerlo. Has comenzado a ser diurno. Y, aun así, en alguna ocasión, antes de irte a la cama llega una idea y pasas la noche en vela, desarrollándola y explotándola hasta el fin, como un recuerdo de lo que solías ser, un eco de una juventud que hace ya un tiempo que comenzó a desaparecer.

Quedas con Isabel para unas gestiones en el banco. Después, se suman Marta y Lorena y os acercáis al Luis de Rosario. Es el primer bar al que entras desde el confinamiento. Es siniestro verlo medio vacío, sin el griterío y la dificultad para pedir. Pero el vermú granizado sigue entrando igual de fácil. Durante las primeras semanas del confinamiento, pensaste que esto no iba a volver a suceder, que no volveríais a estar en un bar, ni siquiera así, en este silencio extraño. Quizá por eso, por la luz al final del túnel, celebráis el reencuentro y la amistad. No hay pasteles, pero sí vídeos y música. Visitas extrañas a media tarde. Bebidas guardadas para otra ocasión. Pizzas que se quedan en el horno. Y regresos a casa por calles vacías.

Jueves 28 de mayo

Relees por la mañana la escritura del día anterior. Todo está en su lugar.

Por la tarde, clase del Club Renacimiento. Hoy repasas las editoriales españolas y el modo en que el sitio en que se publica acaba condicionando la lectura de la obra.

Veis un episodio de 'A dos metros bajo tierra' y os vais pronto a la cama.

Viernes 29 de mayo

A las ocho llegan a poner el aire acondicionado centralizado. Ahí se van a ir las vacaciones de verano.

Mientras trabajan, corriges los exámenes que tenías pendientes. Acabas con la visión borrosa.

Siguen los disturbios en Estados Unidos. Parece que hubieseis viajado atrás en el tiempo.

Sábado 30 de mayo

Terminas de corregir exámenes por la mañana y dejas las notas puestas. Después, coméis en casa de Alberto. Celebráis su cumpleaños y el de Yayo. Leo y tú cantáis a coro el himno del Madrid delante de gente que sí sabe cantar. Son curiosos los giros de la amistad, cómo llega uno a rodearse de personas que no conocía y, de repente, se convierten en indispensables y eternos.

Te sientas al piano. Flotas de felicidad entre música y amigos. De nuevo, creías que esto no iba a regresar nunca, aunque fuese así, de modo excepcional. Al llegar a casa no puedes dormir. Es la emoción compartida.

Domingo 31 de mayo

Poca resaca tienes para la hora que se te hizo. Continúas leyendo 'La mancha humana'. Ciertas reflexiones sobre la raza resuenan especialmente estos días. Hay momentos en los que Roth habla del racismo de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. Los fantasmas regresan. Una y otra vez. O acaso jamás se hayan ido del todo.

Rescatáis 'Better Call Saul'. La abandonasteis hace unos años y habéis decido darle una segunda oportunidad. Por alguna razón, ahora os encanta y os engancháis enseguida. Es curioso cómo todo depende del momento y la predisposición. Ocurre con las series, con los libros y también con las personas. Por ejemplo, el momento preciso en el que conoces a alguien y te enamoras. No sucedería ni antes ni después, sino en el momento justo. Si supiéramos siempre cómo llegar a tiempo...

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