Una tarta de secretos y mentiras
En la iraní 'Mi postre favorito' los directores Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha dejan hacer a unos actores soberbios, Lili Farhadpour y Esmaeel Mehrabi
Una película iraní en un festival de cine es tan inherente a su naturaleza como las luces a la Navidad o el programa nuclear al ... régimen de los ayatolas. Así que era esperable que en la segunda jornada del FICC se nos presentara un largometraje persa titulado 'Mi postre favorito'. Nos cuenta poco más que una noche de flirteo de una mujer y un hombre mayores. Ella, especialista en tartas, está harta de que lo único que quede de su juventud sea la foto de su boda. Él, cansado de ser invisible para todo el mundo. Son dos náufragos en busca de una balsa, aunque sea la de la Medusa.
La teatralidad del espacio donde transcurre casi toda la acción, la casa de la protagonista, no juega en contra de una película íntima, donde el espectador se mete tanto que hasta se siente un sujetavelas de esa cosa parecida al amor de la que es testigo. Lo consiguen con unos planos medios y unas escenas naturales los directores Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, que dejan hacer a unos actores soberbios –Lili Farhadpour, Esmaeel Mehrabi–, capaces de expresar todos los sentimientos de 'Del revés 1 y 2' simplemente con un movimiento de ceja (mejor que Sobera).
La enternecedora narración, un 'Los puentes de Madison' (1995) a doble velocidad, se cuenta con mucho humor y aún más cariño por sus personajes. Sin olvidarse de introducir alguna necesaria dosis de denuncia de la dictadura teocrática que padecen los iraníes.
El humor con trazas costumbristas lo encontramos también en el otro largometraje del día, esta vez proveniente de las brumosas Islas Británicas y con dirección y guion del veterano Mike Leigh, que tras más de un lustro en barbecho vuelve para entregarnos otra de esas películas pequeñas sobre la clase media inglesa que tan bien se le dan. Este bonachón (con pinta de Papa Noel de vacaciones) realizador de 'Secretos y mentiras' (1996) y 'El secreto de Vera Drake' (2004), ha generado una marca, como la de Ken Loach pero edulcorada, convirtiéndose en el 'mainstream' del cine social.
Leigh sabe que con un poco de azúcar la crítica entra mejor (me van a quemar en efigie por citar en un festival a 'Mary Poppins'), y mete un humor acerado e inteligente en sus trabajos que hacen que tiembles después de haber reído. 'Mi única familia' no es una excepción, donde la presentación de personajes, a través de sencillas escenas de la rutina de sus vidas, es uno de sus mayores aciertos.
Porque no son extraordinarias las personas que nos muestra, son nuestros vecinos de al lado. Es como si el director fuera paseando con su cámara por la calle y se fijara en dos familias cualesquiera (disfuncionales, como todas), sin saber de dónde vienen ni a dónde irán, sin un principio claro ni un final aclarador. El mejor ejemplo es esa conclusión abierta pero esperanzadora, siempre que uno aún conserve la fe en que la gente cambia.
Las dos matriarcas son hermanas que tienen visiones diametralmente opuestas de la vida. Una es Miss Vaso Medio Lleno, mientras la otra podría hacer de doble de acción del Enanito Gruñón (por eso es la principal generadora de risas). El director, seguro de haber escrito un guion de hierro, se limita a plantar el objetivo y que pasen cosas, como esos diálogos medidos y reales, o esos silencios elocuentes. Generando una primera parte disfrutona que se torna en más sombría en la segunda, pero igualmente brillante.
No es un análisis, pero sí una fotografía de lo que las familias encierran de ocultaciones, afecto, represión, felicidad, mutismo, luminosidad, desesperación, seguridad y odios.
No está mal para ser lunes.
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