Fotografía: Pepe H. | Tipografía: Nacho Rodríguez
Una palabra tuya

Soy el doctor Robles, voy a salvarte la vida

Domingo, 8 de septiembre 2024, 08:05

Hablé con el doctor Ricardo Robles unos días antes de que le salvara la vida a un hombre al que no conocía de nada. Un ... hombre que había decidido jugársela, por vocación, ambición, orgullo, por lo que sea. Jugarse la vida una tarde más, correr el riesgo de acabar hecho sangre, o malherido de cuerpo, pero en esta ocasión muy lejos de casa, de los suyos, la familia, el compadre, los recuerdos de infancia, el buen tequila, todo eso que hace que la vida nos guste, aunque ella no siempre esté de buenas.

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El doctor Robles, que va ya viendo las orejas de la jubilación en la Sanidad Pública, es no sólo catedrático de Cirugía de la UMU y responsable de la Unidad de Cirugía Hepática de Alta Complejidad del Hospital Virgen de la Arrixaca, además de, por si le faltaba algo, coordinador regional de Trasplantes, sino que, por si aún le faltaba ya algo más de remate para ocupar su tiempo, también es cirujano jefe de la plaza de toros de Murcia y de varios cosos más de la Región, incluido el de Calasparra, algo a lo que deberá estar dando gracias, hasta el fin de sus días, el hombre que vino de lejos para que, sin que estuviera previsto, aunque existiese la posibilidad, acabar hecho unos zorros en sus manos. Ni él olvidará su nombre, Ricardo Robles, ni el doctor murciano podrá ya tampoco olvidar el suyo: César Pacheco.

Hablamos mucho más de fútbol que de toros, porque a él lo que de verdad le gusta con pasión es el fútbol, desde que lo jugaba de niño, después de adolescente, después de joven, y después un accidente en pleno partido lo retiró del panorama profesional. Es del Barça, y es nombrarle a Messi y entrarle ganas de encenderle una vela, lo mismo que le pasa a otro cirujano que ha hecho historia en la Región, Pascual Parrilla, de quien Robles es discípulo.

Lo de los toros, en el caso del hombre del que no se olvidará César Pacheco, es una historia a la que llegó por pura casualidad, no por pura afición, y en la que sigue dejando su huella por costumbre, por amistad, porque no sabe decir que no, porque lo van liando y él se deja liar, una tarde aquí y otra allá, la afición disfrutando, los toros topándose con su muerte pública y sobre la arena. Y mientras, él no pudiendo distraerse ni un segundo de lo que ocurre entre toro y torero por lo que pueda pasar, que en ocasiones lo que ocurre es que acude la tragedia y seguidamente el luto, y entre medias los nervios desatados en la enfermería, que el cirujano tiene que transformar, en apenas una sucesión de segundos a ser posible, en una burla a la muerte, en una actuación impecable contracorriente o incluso, a veces, en un milagro.

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Como todo el mundo, él acude por trabajo a las plazas sin saber lo que depararán la tarde, el ganado, el viento, el termómetro ardiendo, la torería, el negocio, los pasodobles, la suerte, el reglamento. Se esperan arte y triunfo, después ya se irá viendo. Lo mismo los pitidos se abren paso, la estafa de las reses, la desgana de los que en el cartel brillaban. Todo eso puede pasar, a lo que sólo él debe añadir la obligación de estar preparado por si se le requiere: será su responsabilidad estar a la altura en caso de que la conjunción de torero y toro haga de las suyas, y el segundo se imponga a su oponente y lo cornee sin piedad, que en su derecho está. Ahí llega el momento en que un hombre puede salvarle a otro, en un espacio de tiempo trágico que mantiene en vilo a cientos de personas, la vida.

El doctor Robles se refirió en nuestra conversación al especial peligro que por sus características, de novillos briosos participantes y de ganas de lucimientos de los novilleros en busca de la gloria, encierran las corridas de septiembre en Calasparra. Y se mostraba incluso preocupado; rememorando ahora la escena, daba incluso la impresión de que tenía como una especie de presentimiento... Estaba agradecido al hecho de que «por suerte no se me ha muerto nadie», pero ya había tenido algún caso grave que le hizo pensar que el herido «fallecería dentro de la ambulancia».

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Calasparra

Hace unos días, en las corridas de septiembre de Calasparra, se anunciaba en los carteles el nombre de César Pachecho, novillero mexicano. El día de su paseíllo, en la misma plaza se encontraba Ricardo Robles, español nacido en 1955, cuyo teléfono él asegura que en Murcia tienen «hasta los perros y los gatos». Y él va y lo coge. El quinto novillo de la tarde, de la ganadería Los Chospes, se plantó ante las intenciones del mexicano y le propinó una herida en el cuello, al entrar este a matar, que lo dejó a su suerte sumido en una hemorragia de las que aterrorizan. El doctor Robles pensó que entraría muerto en la enfermería, el doctor Robles le salvó la vida en un primer momento crucial. La suerte se apiadó finalmente del novillero, y un hombre al que no conocía de nada le salvó la vida. La suerte, como el amor, se nos escapa de las manos. Puedes intentar buscarla para mirarla a la cara, pero va por libre, ni las muchas aguas pueden apagarla, ni los ríos pueden extinguirla. Lo que sí está en nuestras manos es dar las gracias.

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