El Danubio, Rubiales y 'El nombre de la rosa'
Ese silencio ilustre y confortable que parecía emanar directo del corazón de la Tierra, golpeado de pronto por un viento feroz comportándose como si no ... tuviese otra ilusión que la de colarse venciendo a la antigua cristalera, fue durante la media hora que me regaló el destino -me confundiría con otro-, mi único acompañante en la sala principal de la biblioteca de la Abadía Benedictina de Melk, ¡joder!, a la que llegas navegando el Danubio con la sensación de protagonizar un sueño. Media hora a solas en un refugio de belleza y sabiduría, que no me extraña que inspirase a Umberto Eco la imagen de la biblioteca protagonista de 'El nombre de la rosa', novela donde habita ese personaje inolvidable llamado Guillermo de Baskerville/Sean Connery, acompañado del novicio llamado, precisamente, Adso de Melk.
Fue uno de esos momentos en los que terminas pellizcándote para comprobar que estás despierto, a los que se sumaron otros que harán que la experiencia del Danubio en vivo, y de su imponente historia, que tanto nos concierne a los europeos, se acomode en un lugar privilegiado de la memoria. Paisajes, pueblos, ¡esos vinos!, sus costumbres, músicos, escritores...
Demasiada belleza: de vez en cuando precisas cerrar los ojos. ¿Cómo no sentirte bendecido recorriendo esos 30 kilómetros que separan Dürnstein de Melk, atravesando el Valle del Wachaue, que están declarados Patrimonio de la Humanidad? Y, ¿cómo evitar sentir que te balanceas feliz en una excitación de lujo si el trayecto lo acompañas con vino blanco de las variedades Regia Riesling o Grüner Veltliner? Caldos que, como canta Neruda, hacen que se cierren los abismos y nazca el canto; literalmente, porque todos terminamos cantando; mal, francamente mal, mejor no engañarse.
Navegar por el Danubio, visitar Viena, Budapest, Bratislava, volver a Salzburgo, admirar las vistas desde el castillo de Vysehrad, bastión de los soberanos húngaros; contemplar desde la orilla la ciudad amurallada de Heimburg, beber néctar de albaricoque húngaro...; unos días de crucero fluvial por el Danubio te ponen las pilas, y te ponen también a buscar, para volver a leerlos de otro modo, libros como 'El último encuentro', de Sándor Marái, nacido en la actual -y sorprendente- Eslovaquia. O 'El mundo de ayer, memorias de un europeo', la imprescindible obra del austriaco Stefan Zweig, quien, tras huir de Hitler e iniciar un peregrinaje por el mundo, acabó suicidándose junto a su esposa Lotte en Petrópolis, en 1942. Me acordé de él cuando pasamos cerca del campo nazi de Mauthausen, a tan sólo 20 kilómetros de Linz, hoy epicentro mundial del arte electrónico. El único campo de extermino nazi en tierras de Austria; por cierto, los austríacos tienen una facilidad asombrosa para casi lograr hacerte creer que Hitler no es austríaco y que Beethoven sí.
En su último mensaje, Zweig expresó la esperanza «de un nuevo amanecer tras el ocaso de la barbarie nazi». Da la impresión de que el amanecer empieza a nublarse de un modo preocupante. ¿Qué está pasando?, ¿por qué hacemos como que no está pasando nada?, o ¿por qué en realidad no nos enteramos de nada? O, peor todavía, ¿por qué no nos importa lo que de verdad tendría que ponernos en alerta? No son ya pocos los mensajes que nos llegan: «Europa se prepara para la guerra», «Europa se pone en pie de guerra», «Putin alarma a Rusia, Europa 'debe prepararse para la guerra', «Si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra»... Frases de destacados gobernantes europeos.
Te vas de crucero, entre otras cosas, para olvidarte de tipos como Luis Rubiales, que parece que están de oferta y torpedean el sosiego. Resultan crispantes, entre -casi- todos los alimentamos y llega un momento, a no ser que estés muerto, Liberty Valance o como se llame usted, que se te queda cara de tonta, de mema, de idiota, de pavo. Ha salido por la boca del abogado Tomás González Cueto que lo único que quiere Rubiales «es dar palos» porque «no se ha planteado trabajar, sino dar palos, pero no de 15.000 o 20.000 euros, sino de 200.000 para arriba porque dice que él necesita 100.000 euros al mes». Seguro que este no es calvo porque sea monje budista, alejado de la vanidad, lo material y el orgullo. Será calvo por otro motivo, eso sí que creo que no lo pondrá en duda ni el más tonto. Ahora se lamenta de que no puede pagarse ni una Coca-Cola.
Feijóo
Vas embarcado en el 'Mrs Adora', con la tripulación más exótica y detallista con la que te has topado nunca, todo al cuidado de Tui y de Be Great Service, y te olvidas de tanta tontería junta, empezando por el bochorno de RTVE a costa del contrato millonario con el que quieren hacer todavía más millonario al humorista Broncano, en este caso con dinero público. Qué descanso, dejarte llevar por el fluir del río y no consentir, aunque sea por unos días, que te arrastre toda esta deriva de amenazas bélicas y resurrección de corrupciones, comisionistas sin escrúpulos y, como bien ha dicho Feijóo, que a veces acierta, políticos que no dan la talla. «La clase política es la peor de los últimos 45 años», opinó. Es una herida abierta que estamos sufriendo, y que sería urgente que cicatrizara. «La verdad no siempre es lo que parece, a menudo está oculta bajo una capa de mentiras y engaños», recuerden que advierte Guillermo de Baskerville.
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