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A la publicación de este artículo mi cuerpo estará volando a no sé cuántos mil pies de altura, a saber qué es un pie de ... altura, es un pie levantado, supongo, desde el talón hasta la punta del dedo gordo, entiendo, en vertical, bueno, creo entender, nadie puede entender bien del todo el concepto de un montón de miles de pies puestos uno encima de otro talón punta, punta talón, como en la danza, y tener una idea general de cuánto es eso. Como veis, mi viaje a México no me ha hecho una persona menos dispersa en lo literario.
La realidad es que me enfrento a este último artículo de abril con el país todavía en los ojos, miro por la ventana del depto que rentamos en la colonia Roma norte y todo lo que veo es mexica, maya, azteca, oaxaco, y me impongo una máxima: Sáez, no me seas turista.
Ok.
Viajo siempre, o casi siempre en este año al menos, bajo el paraguas ideológico de mi trabajo, es decir, voy a dar conciertos, a hacer promociones, a contar a través de este viaje mis otros viajes, a conocer músicos, músicas, personas de la industria y otros especímenes de patrones similares.
Entiendo en ese objetivo que me libero del perfil de turista, que estoy en Tenampa porque adoro el legado de Jose Alfredo y Chavela, no porque me hagan gracia los mariachis, que me paseo por las pirámides de Teotihuacán porque este año termino historia del arte y no porque una furgoneta de guiris haya decidido que es parte del recorrido, o que las ganas de comprarme un sombrero ranchero y la remera del 98 de la selección en el mundial de Francia es una cuestión emocional y simbólica de calado profundo, y no un cliché sin más.
Pero ¿qué significa ese mantra que me repito en cada esquina, en cada día? ¿Qué es eso de 'no seas turista'?
Es imposible valorar si mi experiencia es real, profunda y sincera o si me he dedicado a pasear mi estulticia por las ruinas de cientos de pueblos pre-hispánicos.
Bah, me pongo dramático de más, es cierto. La realidad es que hemos compuesto canciones robándole al aire los suspiros y las historias, que se nos han puesto los pelos de punta escuchando hoy en voces prodigiosas aquellas viejas canciones que mi abuelo cantaba en las reuniones familiares, que hemos sido sorprendidos por cómo el son jarocho de nuestra querida Sirani Guevara se parecía tanto a la jota murciana, y que nos hemos sentido pequeños y fascinados ante las cabezas de piedra de las serpientes emplumadas en mitad del bosque de tipuanas.
Así que hecho el trabajo, robadas las emociones, que es en verdad a lo que me dedico, transformadas las noches en recuerdos y los días en vívidas imágenes con las que escribir canciones, libros, anécdotas, estructuras ficticias y literarias con las cuales intentar comprender y aterrizar el mundo, hecho todo aquello a lo que se suponía que venía con el corazón y las orejas muy abiertos y expectantes, finalizada nuestra labor, me dispongo, ahora sí, a comprar el sombrero, cantar el Rey, pillar la cami del 98, y tatuarme un alebrije como un san bernardo de grande en el pecho, y que sea lo que la Catrina, Álvaro Carrillo y José José, quieran.
Volveré a México, volveré al Arena donde compuse una de las nuevas canciones viendo luchar a la Bella Catalina y al Príncipe Daniel, volveré a escenarios y diré que piso casa, volveré a ver voces y caras que ya voy echando una pizca de menos, pero nunca será como esta primera, así que contra mi propio lema, desoigo mis consejos y me lanzo al nuevo viejo mundo a dejarme llevar sin complejos, a reírme en las esquinas y a comer picante hasta que mis labios sean bembas coloras, a hacerme el turista, el iluso, el sorprendido, porque algo de eso, algo también lindo, hay en esas caras de los niños con monos titi de peluche en la cabeza, en esos guiris a los que les dicen que la salsa roja que bulle en el bote de cerámica de los hules de las taquerías es inofensiva, y en las mesas gritonas y de mejillas coloradas que inundan los músicos con tonadas rancheras.
Algo en el turista me causa ternura, algo me causa cercanía, algo en su sueño liviano se toca con mi sueño profundo y artístico, algo que me apela directamente y me dice: eh, tú, no te hagas el antropólogo.
Así que cuando baje de todos estos pies de altura al aeropuerto de Madrid y alguien me pregunte qué carajo he hecho un mes entero en México, le diré, sencilla y llanamente, con la mano en el corazón: he hecho turismo.
Y un día, ya con más tiempo, le cantaré todas las canciones y amores que me he traído de allá.
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