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Frustración. Decepción. Desencanto. Desilusión. Impotencia. Cualquiera de estos términos podrían emplearse para describir el estado de ánimo de la mayoría de los ciudadanos a estas ... alturas de la pandemia, que dura ya casi dos años y cuyo fin no hay manera de otear con nitidez a pesar de los muchos sacrificios que la sociedad española en su conjunto ha cumplido con altas cotas de responsabilidad, solidaridad y civismo.
Tengo la sensación -seguramente como muchos de ustedes- de que después de una larga maratón de restricciones, limitaciones de derechos, confinamientos, medidas sanitarias de prevención, campañas de vacunación y serias dificultades económicas, ahora, cuando nos habían prometido recuperar la forma de vida que tanto anhelamos, nos alejan la línea de meta a un futurible indeterminado, lleno de dudas, de incertidumbres, plagado de incógnitas. Y lo peor es que hasta aquí llegamos con la lengua fuera, exhaustos, agotados psicológicamente, sin gasolina en el motor anímico que tira de nosotros. Todo esto es cierto, sí, pero no podemos permitirnos el lujo de rendirnos, de tirar por la borda las certezas científicas descubiertas sobre el coronavirus, de caer en los falsos y temerarios argumentos de los negacionistas y los antivacunas, que se frotan las manos con cada nueva ola pandémica y nos tratan como a idiotas por habernos dejado guiar por la Ciencia, ni más ni menos que la piedra angular del progreso de la humanidad, la responsable, por ejemplo, de que la esperanza de vida de los españoles haya aumentado de los 66 años a mitad del siglo pasado hasta los 82 de media actuales, según el INE.
Pero sobre todo, en estos tiempos que nos han tocado vivir, la investigación científica ha alumbrado la principal arma de la que disponemos para luchar contra la Covid, que no es otra que la vacuna, por muy mejorable que sea su eficacia y el grado de protección que proporciona con el paso del tiempo. No se me va de la cabeza la frase del doctor Jaime Pérez, portavoz técnico del Comité Covid del Gobierno regional, en el reportaje sobre el primer aniversario de la vacuna que publicamos en LA VERDAD el domingo pasado. «La inmunidad de grupo no es posible con estas vacunas», sentenció el especialista en Medicina Preventiva, echando por tierra las esperanzas de lograr la inmunidad de rebaño que, principalmente los políticos, venían alimentando desde principios del año que hoy acaba. Los efectos neutralizantes de los combinados terapéuticos disponibles frente a la infección se reducen a los tres meses, aunque -y aquí está la evidencia a la que agarrarse- sí que perdura la menor posibilidad de desarrollar cuadros graves y, por tanto, disminuye el riesgo de mortalidad. Un estudio de la OMS en Europa y del Centro para la Prevención y Control de Enfermedades de la UE calcula que la vacuna evitó en España 90.000 fallecimientos -2.400 en la Región- entre mayores de 60 años en este primer año de inmunizaciones. De no haber dispuesto de la profilaxis, en la Comunidad murciana habrían muerto por el coronavirus más del doble de las personas que hasta hoy han perdido la vida a causa del SARS-CoV-2.
En consecuencia, afrontamos este 2022 sin contar con la panacea, pero teniendo claro el camino a seguir, el que nos marca la Ciencia. Así que mejor nos irá si los responsables públicos no escatiman a la hora de invertir en proyectos de investigación para acorralar al virus. Del mismo modo que deben volcar todos los esfuerzos en procurar a la población una asistencia sanitaria digna, con los refuerzos de plantillas que sean necesarios, especialmente en una Atención Primaria muy castigada en la que llueve sobre mojado. El colapso que sufre también nos deja desprotegidos.
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