María Teresa Cervantes (Cartagena, 1931), en el salón de su casa en Cartagena. PABLO SÁNCHEZ DEL VALLE / AGM

Una urgencia del alma

Literatura. Habla María Teresa Cervantes en su último libro, '¿En qué estás pensando?', del tiempo recordado, del tiempo traído al corazón, de la belleza diseminada por la vida...

Tengo en mis manos el último libro publicado por María Teresa Cervantes. Es un tomo sencillo, de pulcro y cuidado diseño, publicado por MurciaLibro, la ... editora que dirige Francisco Serrano. Una pregunta es su título: ¿En qué estás pensando? Me pregunto a quién va dirigida la pregunta. ¿A la niña, nimbada de inocencia, del dibujo bellísimo de Asensio Sáez que, esquemático y sugerente, decora la portada? Pero, ¿quién es esa niña? ¿Acaso la propia autora alargando su mirada a algún espejo lejano en busca de las horas felices? Va el libro dedicado a Juana J. Marín Saura, por nuestros años de amistad. A otra amiga, Ana Cárceles, se le confía el prólogo. En él expone Ana constataciones como la que aquí transcribo: María Teresa esquiva hábilmente la tiranía del tiempo lineal al darnos un fundido de pasado y presente. Entiendo por ello que nuestra escritora rehúye lo narrativo, la cronología concreta, y sitúa su hacer poético en un presente en el que anda fusionado el pasado. Un dilatado pasado que es emoción más que anécdota, más sentimiento que concepto o abstracción. Habló Proust del tiempo reencontrado. Habla María Teresa del tiempo recordado, del tiempo traído al corazón.

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Hace unos meses, nuestro cineasta Primitivo Pérez, me convocó para un documental sobre María Teresa Cervantes. Saqué para la ocasión algunos de sus títulos. Si Eliot dijo que todo poema es epitafio, yo diría que muchos de los poemas con los que topaba mi mente eran elegías. Abundan en ellos lo nocturno, lo negro, la penumbra, la melancolía, el rechazo de los suyos, la fuga del amor, la desposesión, el abandono. Imágenes ilustradoras de estos sentimientos son el castillo derrumbado, la tumba, la hoja rechazada incluso por el otoño, el revoloteo del ave herida, el desierto y sus arenas, la escena vacía...

Exhala mucha de esta poesía un hondo y obsesivo sufrimiento. Pero no se concreta en una visión negativa de la vida en su devenir sino, más bien, en una constatación lacerante del existir que acude al tiempo detenido de la escritura. Escribir es evocar el sufrimiento. Y a mayor sufrimiento más certera y penetrante, más lírica y musical se manifiesta la palabra de María Teresa. Una constatación más: esta palabra poética, al tiempo que expone el sufrimiento, lo libera y convierte en bálsamo. La poesía como consolación y como ejercicio de libertad y apresamiento de la belleza. La belleza diseminada por la vida, por el vivir diario incluso; por los cuadros de los grandes maestros; por la música de Mozart, de Bach o de Chopin; por una perspectiva urbana, por el mar, los ríos, el azul, las amistades, los libros –especialmente los libros–. Y en la belleza refugiada incluso en la nostalgia y en la melancolía. Expresar con hondura el sentir se convierte para nuestra poeta –no lo dudo- en un quehacer necesario, en una urgencia del alma. Me atrevo a semejantes aseveraciones tras recorrer buena parte de sus libros. En mi opinión, estamos ante una de las más grandes poetas en lengua castellana de varias décadas atrás.

Sencillo y limpio

Con la experiencia de toda esa vida condensada en recuerdo, María Teresa ha escrito su último libro en prosa, ¿En qué estás pensando? Libro sencillo y limpio. Libro de libros. La poeta escribe en su página inicial: «Vivo entre las páginas de los libros que leo, / entre las de los libros que escribo, / entre las de los libros que sueño y... / entre las de los libros que retiene el olvido». Algunos títulos y algunos nombres acuden a sus páginas: Marañón, W. Whitman, Brassens, José Hierro, Pascal, Rilke, Azorín, Manuel Madrid... En dos capítulos nos habla de un tomo concreto, regalo de una amiga: Los dos Luises. Son estos dos luises fray Luis de León y fray Luis de Granada. Fue el primero un gran prosista, poeta y traductor de poetas; fue el de Granada un orador, de escritura musical y barroca. Nos cuenta María Teresa el terror que le produjo en su mocedad la pintura que hace del infierno el de Granada. A más de uno nos aterrorizó aquel infierno evocado en púlpitos vociferantes. Hoy sabemos que nos aterrorizaban con mentiras que aquellos sermoneadores tomaban como dogmas. En su fe y descargo, María Teresa debió pensar, más tarde, claro, que la creencia en el infierno es una herejía. Va contra la bondad infinita que se le supone a Dios. Dejémoslo ahí. De momento, y con el impulso que me da la evocación de estas lecturas, voy a sacar del estante Los dos Luises. Azorín es un antídoto contra los estilos barrocos.

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