Hace un siglo Carlos Valcárcel Mavor
Centenario. Un 16 de mayo de 1921 nacía en el campo del Cagitán un gran hombre, un amigo extraordinario al que siempre recordaremos
ALBERTO SEVILLA ALBARRACÍN
Lunes, 17 de mayo 2021, 21:09
El 16 de mayo de 1921, en una casa sita en el campo del Cagitán, paraje del término de Cieza, en una finca de su ... abuelo, don Carlos Valcárcel Ruiz de Apodaca, general de la Armada, venía al mundo un gran murciano, a quien tuve la dicha de conocer y con quien compartí muchos años de fraternal e inquebrantable amistad.
Decía Carlos Valcárcel Mavor (1921-2010): «Si bien se esperaba mi llegada al mundo para primero de junio, yo, que siempre he sido puntual para todas mis citas, en aquella ocasión me adelanté para sorpresa de mis mayores».
Estas fueron sus palabras en aquel día que recuerdo con gratitud, en aquella entrañable charla, junto al retrato al óleo que le hiciera la pintora murciana Maricruz Martínez, y que sostiene en sus manos su querida esposa y gran señora, doña Maricruz Siso.
Allí, don Carlos, sentado junto a su mesa de escritorio, mirando al frente, impecablemente vestido, como de costumbre, con su traje azul marino, su corbata «colará», y blanco pañuelo. En su mano, la infatigable pluma, hacedora de innumerables artículos periodísticos y creadora de una dilatada y fecunda obra literaria.
Tras de él, la silueta de la torre catedralicia y una bandera de su querida España.
Y sobre la mesa una campanilla de auroras, y junto a ella, la medalla de su venerada y antiquísima Santa María del Arrixaca, aquella que a extramuros de la ciudad el rey sabio venerara por el siglo XIII, imagen de las llamadas de alza, aquella que tan exquisitamente fuese loada en una de sus Cantigas escrita en dulcísimo y melodioso galaico-portugués, antigua Patrona del Reino de Murcia que a tantos y tan queridos amigos congrega.
Le pregunté: ¿Ciezano, por tanto? Y él repuso:
«... Fui bautizado en la parroquia de la Asunción, en Cieza, y días después nos trasladamos a Murcia, concretamente a la calle de Santa Teresa, numero 31 –Edificio Díaz-Cassou–, hoy museo, donde residí hasta los siete años de edad».
¿Tiene en su memoria aquellos días?
«Claro que sí, he recorrido media Murcia en cuanto a domicilio, pues al morir mi abuelo, me trasladé con mis padres a la calle de Zambrana, y después a La Alberca, donde residí otros siete años».
¿Cieza, Murcia, La Alberca, y Murcia otra vez?
«Naturalmente, desde La Alberca pasé a vivir a la placeta de Joufré, en Platería, pleno corazón de la ciudad, y de allí a la calle de San Antonio en el barrio de Santa Eulalia, de entrañables recuerdos para mí, con sus tempranas fiestas de la Candelaria y San Blas, tan castizas y con aquel sabor de una Murcia próxima y gratamente vecinal. La taberna de Jesuso con sus buenos y jugosos vinos, la cascaruja de Solano, y tantos amigos con los que compartir vivencias y recuerdos».
«Bueno, pues siguiendo con mi recorrido, después de la calle de San Antonio, pasé a la llamada de Pocotrigo en el barrio de San Juan, que a petición de los vecinos pasó a llamarse después calle de Isabel la Católica. Y más tarde y por casualidad, que no causalidad, pasé a vivir a la calle de Aguadores, esquina a la calle de la Acequia, gran paradoja sin duda, pues es mucha la nominación que aquí se hace referente al agua, para quien como yo, rinde respetuoso culto al caldo que da la viña».
Inagotable trayectoria
Esto nos contaba don Carlos en su postrer domicilio de la calle Sierra de la Muela, en aquel acogedor despacho repleto de nombramientos, honores y distinciones de toda índole, que tanto y bien nos dicen de su inagotable trayectoria de murciano ilustre, amante de las tradiciones y costumbres de esta bendita tierra y de su historia, de la que ya forma parte por méritos propios.
Muy cerca de aquí, una calle lleva su nombre...
«Calle que me dedicó el Excelentísimo Ayuntamiento de Murcia, que presidía el ilustrísimo Sr. Alcalde don José Méndez Espino, de grata recordación». Y así, un aluvión de recuerdos [del cronista oficial de Murcia y periodista] iban aflorando aquel día inolvidable.
Aquellas noches de Auroras en el Rincón de Seca, siguiendo los huertanos pasos de aquellos inolvidables amigos de las Campanas de Auroras del Rosario y del Carmen, que iban cumpliendo la «tarja» y entonando su Salve por aquel entorno donde discurrían las aguas del Segura y de la acequia Puxmarina: «Salve, Reina de los cielos,/ de Misericordia Madre,/ vida y dulzura divina/ y esperanza nuestra, salve».
Y aquellos Miércoles Santo de mi barrio del Carmen, donde la vieja Alhariella.
Ya en el aire se percibe un susurro de pasión y de cirios encendidos, y sobre el Puente de los Peligros, redobles de tambor ensordecido por el bermejo paño, y el agudo y metálico sonido de la itinere «bocina», chirriando la hiriente burla.
Y cuando el tiempo otoñeaba, preludiando fría, aquella sencilla y bella estampa tantas veces contemplada, de la murcianica castañera que ocupaba aquella esquina: «¡Castañas calientes... castañicas!».
En cucuruchos de papel, socorrido envoltorio que calentaba manos y bolsillos, cuando en el teatro se anunciaba el Tenorio, y nuestros pasos nos llevaban por tabernaria e íntima convocatoria, rindiendo visita a Gabino en la calle de Albacete –antes de Afligidos–, con aquel su anuncio disuasorio en la pizarra que colgaba de la pared: «Ni doy, ni fío, ni presto». Escueto y preciso aviso para posibles gorrones que por allí pululaban por aquellas calendas.
Qué sustanciosos ratos de amigable conversación los que allí se prodigaban, y qué respetuosos aquellos saludos de la gente que frecuentaba tu elegante sencillez, tu exquisitez de trato, siempre cordial y ameno.
Tengo siempre a mano alguno de tus libros, 'Semana Santa del Azahar', 'Semana Santa de la Región de Murcia', 'Viejos recuerdos', 'Cancionero literario de Auroras' con entrañables dedicatorias que tanto me honran.
Su lectura me llena de tu presencia, y sobre todo, me emociona.
Decía Gabriel Miró: «Hay emociones que no lo son del todo, hasta que reciben la fuerza lírica de la palabra». Y serán tus palabras, amigo Carlos, aquellas que hace tiempo escuché, las que sonarán en mi adentro y me acompañarán de por vida, y serán mi aliento cuando mis pasos me adentren en la ciudad, callejeando por aquellos lugares que tan a gusto frecuentábamos.
Tu cordial y caballeroso saludo a quien pasaba, llevando tu mano al ala del sombrero con elegante ademán, era como un rito o manera de ser, propia de otro tiempo al que tú rescatabas con tu digna presencia.
Hoy, hace un siglo que nació un gran hombre –falleció en 2010 en Murcia–, un amigo extraordinario al que siempre recordaré.
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