Ana Luísa Amaral: «Siempre quiero saber más de todo»
«Pienso que estamos muy mal hechos porque deberíamos durar unos 300 años», dice la autora portuguesa, XXX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, invitada en Cartagena al Festival Deslinde 2021
Le encanta a Ana Luísa Amaral la actriz francesa Juliette Binoche, a la que va a conocer en persona estos días. '¡Dios mío!', exclama. La ... entrevista con la poeta portuguesa, nacida en Lisboa hace 65 años y galardonada con el XXX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, tiene lugar en el marco de la celebración en Cartagena del V Festival de Poesía Deslinde, organizado por la Concejalía de Cultura, y coordinado por Patricio Hernández con la colaboración de Paloma Fernández y Antonio Marín Albalate. A lo largo de la conversación, al aire libre, la autora de poemarios como 'What's in a Name' (Sexto Piso) no dejará de fijarse en todos y cada un de los pájaros que nos sobrevuelan o que, sin ellos saberlo, nos acompañan. «¿Qué especie de ética es la de Ana Luísa Amaral?», se pregunta Pedro Serra, responsable de la edición de 'El exceso más perfecto', el libro de poemas de la autora recién editado en la colección Biblioteca de América (Ediciones de la Universidad de Salamanca). Y acierta de pleno en su respuesta: «Se ha insistido con frecuencia en su compromiso cívico con los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y con la defensa de la dignidad humana y de la democracia». «Pero hay que destacar», prosigue, «que lo que predica esa ética es un valor que tiene un equivalente en lo propio de lo estético. Así, se trata de una ética -y una estética- de la proximidad y de la sensibilidad, una ética de la compasión, del 'padecer con'. Un himno a la existencia de todos los seres vivos que habitan en la Tierra.
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-¿Cómo está su perra 'Emily Dickinson'?
-[Se le ilumina la cara] Mi perra está muy bien; ella se queda cuando yo viajo con unos amigos míos que también la quieren mucho.
-¿Qué aporta a su vida?
-Para empezar le diré que todos somos animales, yo también soy un animal. Todos mis perros, hasta llegar a Emily Dickinson, lo que me han aportado es algo verdaderamente muy importante: cariño. Puedes tener muchos premios y reconocimientos, que no están mal, pero si no tienes en tu vida cariño, ¿para qué te sirven? Si estás solo, si no tienes amigos, si no tienes tú a quien querer, ¿qué vida es esa? Yo tengo la suerte de contar con gente que me quiere, de tener buenos amigos, y además he ido disfrutando también del cariño de mis perros. Los perros son muy conmovedores, porque son muy fieles aunque tú les hagas daño; ¡es increíble, no te odian! Lo que mi perra Emily Dickinson aporta a mi vida es humanidad.
-A estar atenta al sufrimiento de los demás, a sus necesidades, ¿aprendió a lo largo de su vida o fue así desde siempre?
-A ser más o menos sensible al mundo y a los otros creo que vas aprendiendo desde niño. Y vamos aprendiendo si nos educan bien a ello y, también, conforme vamos enfrentándonos a nuestro propio sufrimiento; creo que eso te hace más sensible al de los demás, te ayuda a hacerte más cargo de su dolor, de sus problemas. ¿Se ha dado cuenta de lo curiosa que es la existencia de nuestras neuronas-espejo, que se activan cuando ven al otro sufriendo o sonriendo? Si tú le sonríes a alguien, normalmente esa persona te devuelve la sonrisa, ¿verdad? ¿Se ha fijado en que cuando una madre da de comer a su hijo y este abre la boca, ella la abre también? Pienso que esta conexión entre nosotros está en todos como una posibilidad, pero es cierto que, después, es la sociedad la que va influyendo en cómo te terminas relacionando con el otro. Nadie nace racista o sexista o discriminando. A discriminar aprendemos a lo largo de la vida.
«Nadie nace racista o sexista o discriminando. A discriminar aprendemos a lo largo de la vida»
En mi caso, pienso que la educación que recibí fue fundamental, y también mi propio sufrimiento, que ya sé que no es en absoluto comparable con el de los refugiados, los desplazados, tantísima gente que no tiene nada. Siendo muy niña, nos fuimos de Lisboa al norte de Portugal, y ese cambio de lugar fue para mí muy duro. Tenía 9 años y, de repente, me vi en un sitio que no conocía, con personas que no conocía y con nuevos compañeros que se reían de mí por mi acento lisboeta; compañeros que se inventaron un juego al que llamaban '¡mata a la lisboeta!'. Había una gran tensión entre Lisboa y Oporto, tensión que todavía se vive, por ejemplo, con el fútbol, ¡qué horror! Me sentí muy perdida durante años, hasta que me adapté, claro. Ahora, sin embargo, no quiero vivir en Lisboa [reside en Leça da Palmeira, muy cerca de Oporto], cuyo acento sigo conservando.
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-¿Quién influyó notablemente en usted?
-Con mi padre yo tenía una ligazón muy fuerte, muy especial. Me enseñó muchas cosas importantes para la vida, y siempre, antes de cualquier enseñanza, me decía 'mi querida hija...'. Me enseñó la importancia de contribuir, con tu forma de actuar, de comportarte, a que todo fluya lo más armónico posible a tu alrededor. Me enseñó lo importante que es un gesto de amabilidad, de solidaridad, porque cada uno de esos gestos puede despertar otro gesto igual.
-¿Cómoda en el mundo de hoy?
-¡No, no, no!, ¿cómo se puede vivir cómoda en el mundo de hoy? Una vez, una colega de universidad me dijo que nunca había sido infeliz en su vida y yo pensé: 'Pero, ¿cómo es posible?'. Si tú caminas por la calle, y ves a un sintecho, a gente sin casa, sin un hogar...; todos nosotros podemos llegar a ser un sintecho; eso lo he tenido siempre muy presente. Te vas enganchando al alcohol o a las drogas, o sufres un golpe muy terrible y vas perdiendo todo lo que amas... ¿Se imagina? Si no tienes a tu alrededor una red de protección, tú también puedes terminar en la calle. Yo soy yo porque hay un otro, y soy el otro también.
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-¿Lo peor qué es?
-Lo peor de todo es la indiferencia. A veces es más fácil combatir a un Ku Klux Klan que a un enemigo sin rostro...; los indiferentes a todo son muy peligrosos. Ese no hacer nada sistemáticamente, ese no querer implicarte para nada en lo que pasa a tu alrededor...; del odio y de la indiferencia nace la desigualdad. Y también es terrible la ignorancia, porque la ignorancia lleva muchas veces al miedo al otro, y el miedo al rechazo. Por eso son tan importantes la cultura y la educación, y lo son desde la infancia.
-¿Qué ha dejado de hacer?
-Estar con personas intransigentes, con personas rígidas, y no digamos ya con malas personas. No tengo ya paciencia para hablar con personas que no respetan el dolor de sus semejantes, por ejemplo.
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'Isabel'
-¿Y qué sigue siendo?
-Soy muy curiosa, siempre quiero saber más de todo, nunca me doy por conforme con lo que sé, con lo que aprendo cada día. Ahora, por ejemplo, quiero profundizar mucho más en la historia de España; vi la serie 'Isabel' (de TVE) y me encantó. [¡Ah, mire, mire ese pajarito bebiendo agua!]
«Si estás solo, si no tienes amigos, si no tienes a quién querer, ¿qué vida es esa?»
-¿Incómodo que le resulta?
-El ruido. Si me preguntase que cuántas veces he ido a una discoteca en toda mi vida, le diría que tres. El ruido es algo que me perturba mucho.
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-Y el amor, ¿cómo se ha portado con usted?
-No muy bien, la verdad [risas]. Hablo del amor romántico... Pero no me quejo, no, no me quejo porque no he perdido la capacidad de enamorarme. Es cierto que también se sufre mucho, naturalmente, pero se siente uno vivo, y sentirse vivo con sufrimiento es mucho mejor que vivir paralizado sin él. Además, afortunadamente, el amor tiene muchas formas de manifestarse. Tengo una hija maravillosa, y también unos amigos maravillosos, a los que amo. No podríamos vivir siempre enamorados porque sería como experimentar una autocombustión que acabaría con nosotros [ríe].
-¿Cómo lleva usted el paso del tiempo?
-Me entristece el hecho de que tu cuerpo, conforme vas cumpliendo años, viviendo, no siga acompañando a tu mente. No me importa tener arrugas, me da completamente igual tener arrugas, pero no me gusta que la energía que el cuerpo tenía antes ya no esté. La mente sigue muy activa, pero el cuerpo ya no le obedece como antes. [¡Mire, mire, ahora hay dos pajaritos...; no, no, tres!] La vejez no es una bendición. Yo pienso que estamos muy mal hechos, porque deberíamos durar unos trescientos años.
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-¿Qué ha aprendido en este último tiempo de Covid-19?
-Yo no tengo muchas certezas, pienso que sabemos muy poco todos y todas. Nos convencemos de que sabemos mucho, pero no sabemos casi nada. Tuve la ilusión, en los primeros meses de la pandemia, que fueron terroríficos, de que íbamos a cambiar como sociedad. Pensé: 'Esto nos va a enseñar que, verdaderamente, necesitamos unos de los otros'. Incluso pensé que cambiaría hasta la forma de hacer política. Pero, desgraciadamente, nada ha cambiado. Mire la forma en que se han gestionado las vacunas, ¡todavía hay gente en el planeta que no las tiene! Son tantas cosas las que hacemos mal, las que son difíciles de comprender. En 'Mundo', el poemario que saldrá en marzo en España -también en 'Sexto Piso'-, hablo de una hormiga, de un ciempiés, de una abeja...; hablo de cosas muy pequeñitas a las que muchas veces no prestamos atención, a las que apenas damos importancia o no le damos ninguna, que yo veía desde el balcón de mi casa durante el confinamiento. Me pasé semanas sin leer ni escribir nada, estaba muy impresionada por eso tan imprevisto que estaba ocurriendo en nuestras vidas; fue como si, de pronto, una nave especial hubiese aterrizado. Como si hubiesen llegado los extraterrestres y no supiésemos qué hacer. ¡Y podríamos haber hecho tantas cosas buenas a partir de esa experiencia!
Por ejemplo: en un año hemos descubierto una vacuna contra la Covid-19, algo que no suele suceder tan rápido. ¿Por qué fue posible con esta vacuna? Porque se sumaron todos los esfuerzos necesarios. ¿Es posible cambiar el mundo? ¡Sí, es posible! ¿Es probable? ¡No! Pero esta idea de posibilidad nos debe alimentar. Somos un animal muy extraño, porque somos capaces de lo mejor y también somos muy tontos, muy torpes, muy estúpidos, porque no vemos, por ejemplo, que el daño que se le está haciendo al planeta va a influir en la vida de nuestros hijos, de nuestros nietos, en las nuevas generaciones. Pero andamos ahí, en no querer que nada nos perturbe, que nada nos moleste. Este neoliberalismo, este capitalismo a ultranza que nos condiciona para tener y tener, consumir y consumir, ha creado una sociedad profundamente egoísta e individualista en la que, además, asistimos a realidades verdaderamente increíbles: los terraplanistas son millones en Brasil, e incluso hay una secta en Estados Unidos que cree que [John F.] Kennedy va a resucitar. Parece un mundo de locos.
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-¿Qué sigue siendo necesario?
-La desigualdad de género es algo terrible. La lucha feminista sigue siendo muy necesaria. No olvidemos que el patriarcado creó la primera idea de desigualdad: la de que las mujeres son menos importantes que los hombres y se deben sujetar a ellos. Fíjese que ahora, precisamente con la pandemia, hemos visto como la violencia doméstica ha aumentado. El feminismo no va contra el hombre, para mí el feminismo se reduce a Derechos Humanos. Somos todos humanos y todos participamos de una condición sujeta a la fragilidad y precariedad del cuerpo.
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